EL CAMPO. Rafael Dávila Álvarez

Obra de Marceliano Santa María

En guerra.

¿Quién no lo está frente a estos personajes insidiosos que nos gobiernan a base de enfrentarnos mientras ellos uncen a su yugo la inconsciente tragedia que se avecina?

Me encanta el dicho: «No saben hacer la O con un canuto».

La buena gente del campo dice que allí la vida son cinco años buenos, cinco malos, en definitiva diez regulares. Eso era antes cuando el campo era y se amaba, cuando era algo más que un paisaje, cuando se entendía y se intercambiaban diálogos de futuras cosechas solo mirando el vuelo de los pájaros o los signos de las laboriosas hormigas. Eso era antes; y ahora es un sufrimiento por el creciente abandono de gobiernos muy europeístas y globalistas, que en lo ajeno ven lo suyo. Roban con la mirada, pero el campo es más serio que toda la inteligencia artificial junta, que todos sus científicos juntos y es imposible reducirlo a una fórmula matemática. No hay sabiduría si no se aprende en el campo. Es la naturaleza sobre las cosechas, el ganado, el agua, el sol, la tierra… quienes marcan las pautas y emiten enseñanzas.

Debemos mostrar toda nuestra solidaridad con esta gente tantos años abandonada y cada vez más arrinconada, con limitaciones insuperables que les llevan a llorar sobre sus campos y rebaños.

Porque los del campo sufren y con ellos debemos mostrarnos y juntarnos para de una vez por todas volver a la cordura de la España que fue y es, la del campo y la libertad, porque si alguien sabe ganársela enfrentándose a los desafíos y retos, fortaleciéndose y entrenándose en ello, son la gente del campo.

¿Qué saben estos señoritos de la moqueta y del antojo? ¿Qué saben sin haber pegado un palo al agua, no haber movido un molino, recorrido el terreno con el tractor o mirar al cielo suplicante? ¿Qué saben de semillas y de flores, de las señales de los pájaros, de los lirios del campo?

Volvemos a las Geórgicas de Virgilio como consuelo.

Y es el arado objeto de disgusto y

yace sin honor; y de las hoces

forjan para guerrear armas atroces;

y nuestros campos ¡ay! faltos de brazos

palidecen eriazos.

Guerra nos mueven de una y otra parte;

entre los pueblos la discordia estalla,

y acuden a los campos de batalla,

rotos los pactos, y el terrible Marte

pasea por el orbe su estandarte.

Mientras el campo llega a las grandes ciudades que se habían olvidado de donde nacen y crecen, el maestro Jiménez Lozano escribe una carta a Kierkegaard y le dice.

Le escribo a Soren Kierkegaard

las últimas noticias: disolución del mundo.

Mas hay aves en el cielo,

lirios en el campo. No ocurre

nada.

Contesta el teólogo: «Así las cosas, lo mejor es buscarse otros maestros cuyo discurso no sea incomprensión, cuya animación no encierre ningún reproche, cuya mirada no juzgue, cuyo consuelo no exaspere en vez de calmar».

No lograrán nada de Europa que ha consentido arruinar su huerta, acabar con su ganado y repartir abono a los bancos. Sembrar placas solares

<<Tiempo vendrá, cuando los campos esos

recorra el rastro y la pesada yunta,

en que la reja de acerada punta

saque a la luz del sol los grandes huesos

de la generación allí difunta.

Y las lanzas y espadas

por el orín tomadas,

pasando irán, a par de otros despojos,

del labrador absorto ante los ojos.

Y al tropezar el rastro con el yelmo

abollado y vacío,

oirá el choque sonar del hierro frío>>.

No hay consuelo a esta fábrica que se han construido de destrucción y donde los últimos vestigios de nuestra cultura se incineran como en una pira inquisitoria. Europa es una religión de normas. Fin de la fe.

Guerra.¡Arde Roma!

Mas hay aves en el cielo, lirios del campo. No ocurre nada. Consuelo de los afligidos.

Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

13 febrero 2024

LOS LIRIOS DEL CAMPO Rafael Dávila Álvarez

Hoy cumple 91 años don José Jiménez Lozano. Sigue entre nosotros. Cada vez que canta el cuco o vuela la golondrina; oigo ladrar a un perro en el campo, en la lejanía, o miro el vuelo de los vencejos. Allí donde hay vida que viene o que se va, veo a don José.

Una primavera de azucenas en este mundo en el que «la verdad solo ha hecho su aparición como desgracia e irrisión».

Me recojo en la emoción con el prólogo que Enrique García-Máiquez hace en El Precio, una antología poética del maestro Jiménez Lozano.

Hoy, ayer y será mañana, todos los días son para estar al lado de esa poesía tan cotidiana que lee la verdad que nos acompaña, guste o no, la veamos o no.

En el repentino encuentro entre pocas y ordenadas palabras, engarzadas las letras, descubres tesoros y dices: ¡Velay!

La HIERBABUENA

Era una pequeña hierbabuena

que quería ser azucena, y penaba.

Sufrió mil años en las primaveras,

y quería extinguirse cada estío.

Justo se secó aquel año,

en que una pobre mujeruca enferma

buscó hierbabuena para su tisana,

y solo halló un matojo seco,

y azucenas.

Ya nadie escucha al cuco, que a lo mejor se ha quedado solo para los que buscan las hierbas buenas en las cunetas. Los que no supieron servir a dos señores y no sintieron el agobio del vestido ni de que comerán mañana.

¿Quieres que te lo cuente otra vez? ¡Si me entendieras!

Porque quien escribe que «En la alcoba, la ventanita tenía también su pañizuelo blanco para que no entrase frío y el sol del verano se matizase cuando por las mañanas era poderoso», no tiene que escribir nada más, porque es como aquello de «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme», o más lejos ¡Canta, diosas, la ira de Aquiles el de Peleo!

Los que se quedan con la añadidura, si es que se la dan, si hubiese algo por añadidura, que como dice Kierkegaard eso es para los afligidos y que ningún hombre es capaz de disuadirte de tu pena. «Así las cosas, lo mejor es buscarse otros maestros cuyo discurso no sea incomprensión, cuya animación no encierre ningún reproche, cuya mirada no juzgue, cuyo consuelo no exaspere en vez de calmar». Y nos dice con razón que toda incomprensión viene del hablar.

Es por lo que callo y leo al maestro Huidobro, porque como el lirio él no coteja su bienestar, o a lo mejor malestar, con la pobreza, o a lo mejor la riqueza, de ninguno.

¡Cuidado!

Diez años esperó que el árbol seco

floreciera de nuevo. Diez años

con el hacha aguzada y temblorosa,

pero el árbol

solo exhibía sus desnudos brazos,

la percha de la urraca y de los cuervos.

Cortóle al fin, y, de repente,

vio su corazón verde, borbotón de savia;

un año más, y hubiera florecido.

Más paciencia para mirar y ver a nuestro alrededor, a nuestro lado, que llega el aliento del sufrimiento y lo dejamos pasar de largo, como si con nosotros no fuese; y resulta que éramos nosotros; y vienen a cortarnos ya que nos creían secos.

Sí. Dice, y es para mí poner cátedra, Enrique García-Máiquez que tras leer a don José «no podemos seguir mirando, leyendo, pensando ni viviendo igual que antes». Ese gerundio que es la vida en cada instante. A mí me ha pasado; me está pasando.

En él estamos.

Mirad a los lirios del campo, miradlos. O no habréis visto nada. Mirando no veis.

«Tocamos la flauta y no bailasteis. Cantamos canciones tristes y no llorasteis». Todo os da igual.

Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

13 mayo 2021

 

 

PEDRO SÁNCHEZ, ESE HOMBRE Rafael Dávila Álvarez

«Un hombre puede equivocarse, pero la multitud se equivoca siempre». Aplicado al caso al que me voy a referir Kierkegaard acertaba de pleno.

Se convierte en tragedia —ha acarreado históricas violencias en la humanidad— cuando el error provine de un hombre que en determinadas circunstancias muy sensibles de un país, donde se sufre hasta morir, como las actuales por ejemplo en España, comete una equivocación y la multitud se deja arrastrar por ella. Un personaje lleno de infantilismo que ha alcanzado el poder de manera convulsa a base de la falsedad y abonar el fantasma del odio pretérito.

Que hay dos Españas ha venido el personaje a recordarlo y azuzarlo sabiendo que el premio será suyo mientras se muelan a palos con la táctica guerrillera del no pasarán o la farsa del sí se puede.

No hace falta dar nombres para que adivinemos quien es el equivocado y a la vista está el daño hecho, en muchos aspectos irremediable, irreversible.

Se equivoca el llamado Pedro Sánchez y la multitud que lo vota.

Leo y recuerdo la cita, en él siempre presente —a la vista en mi mesa de cristal— maestro Idro Huidobro, es decir Jiménez Lozano, que determina diciéndole al Maestro Desiderio Kierkegaard «que a ver si una multitud iba a encontrar nada de nada, salvo lo que siempre busca, que es alguien que la mande y a patadas, porque ya no resisten las que se dan unos a otros en lo que llaman la colectividad».

Cánovas del Castillo al elaborar la Constitución de 1876 contestó a los que ¡no sabían definir a los españoles!: «Pongan ustedes que son españoles… los que no pueden ser otra cosa». Pues no sé, señor Cánovas. Si lo dijo así o quería decirlo de otra manera no se puede aclarar que ya es tarde para preguntarle, pero la broma tiene su seriedad cuando encumbramos a cualquiera al poder; y es que sin duda necesitamos  alguien que nos mande a patadas, que es hacerlo con la libertad de los otros a base del cinismo propio que es la manera de que sigamos dándonos patadas unos a otros. Pedro Sánchez no podía ser otra cosa que presidente de estos españoles que votan entre una orilla y otra, la de él y la del comunista propietario.

Por ahora hay dos versiones de España que dan el aspecto de duraderas:

—Un hombre no es que pueda equivocarse, sino que el señor Sánchez se ha equivocado; con intenciones. Y va para largo.

—La multitud, variopinta, multicolor, se equivoca siempre, y hoy en España lo hace de manera escandalosa y con peligro de muerte. Es evidente.

Pues claro, señor Desiderio Kierkegaard, «que aquí en España muchos hartos de quijotear renuncian finalmente a serlo y vuelven  al alonsoquijanismo melancólico».

Porque España se está convirtiendo en algo aburrido y sin sentido donde los españoles dejan de serlo. Ya pueden ser otra cosa. Así la vida que nos ofrecen, guiada, pastoreada y de redil nocturno, carente de sentido de patria mía, resulta insoportable.

Pedro Sánchez, ese hombre. Se equivoca y la historia le pasará factura. Será demasiado tarde.

Rafael Dávila Álvarez.

1 marzo 2021

Blog: generaldavila.com