EL FEO GESTO DE TAPARSE LA BOCA. ¿CÓDIGO SECRETO? Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

 

Recorre los medios la foto del Rey Don Felipe y el presidente del Gobierno, Sánchez, manteniendo una conversación entre dedos en el Mobile World Congress 2025 celebrado en Barcelona.

El gesto está de moda para evitar que los lectores de labios nos revelen la conversación. Entre futbolistas más bien.

Pues en mi opinión este ha sido un gol que el presidente le ha metido al Rey sin que haya habido VAR (videoarbitraje).

Se comprende el poco tiempo de «Despacho» y que haya que aprovechar cualquier momento para tratar asuntos de Estado, que se acumulan y son de urgencia notoria.

El caso es que particularmente me parece un gesto feo y con calificación que evito, pero les digo con sinceridad que prefiero la abrupta conversación en el despacho oval de la Casa Blanca, con luz y taquígrafo, con detalles e interpretaciones, que estos «quiero y no debo…».

El silencio es forma de llevar asuntos de Estado. Debe ser que el lugar es algo accesorio. ¿Para qué tanto salón, protocolo y alfombras o tapices? Agendas, despachos, audiencias, credenciales, ¿para qué?

Las conversaciones las hay públicas, secretas y encriptadas. Callejeras también.

Sé de alguien que en su día emplomó las puertas del despacho para que nada se oyese fuera. Confianza. En los lugares de traiciones se sabe todo (casi) porque hay dos Españas; la que usted conoce, la que le cuentan los medios y la auténtica que vive en clausuras. Si supiésemos lo que se dice (y se hace) en los altos niveles de las instituciones preferiríamos la vida de ermitaño.

La correspondencia entre Fernando el Católico y el Gran Capitán estaba cifrada a través de un código secreto. Los técnicos en Inteligencia de Señales del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) lograron descifrarla.  Un reto que les planteó el Museo del Ejército en 2015 poniendo a su disposición unas cartas cifradas entre el Rey Católico y el Gran Capitán. Meritorio esfuerzo que tuvo sus frutos. A pesar del éxito por lograr descifrar esas cartas no deja uno de sentir una lírica frustración al ver la intimidad rota del Rey Católico con su Capitán.

Los secretos deben guardarse para crear una cierta fantasía ante la cruda y aburrida realidad de la que suele componerse la historia.

Decía D. Sabino Fernández Campo que dada «la representación y el simbolismo que al rey le corresponde constitucionalmente es necesario marcar unas normas, un sistema, unas formas, unas características especiales que constituyan lo que podríamos denominar un <estilo real>.

En palabras suyas no debe existir un exceso de confianza que pudiera rayar en lo vulgar ni una altanería y rigidez alejadas de las exigencias de nuestro tiempo. Recordaba D. Sabino la frase de Shakespeare en Enrique V, «La  familiaridad engendra desprecio» .

Recordaba D. Leopoldo Calvo-Sotelo los despachos con el Rey en los que el Soberano mantenía en todo momento y con todo cuidado el respeto por la autonomía del presidente, la distancia constitucional; pero, al mismo tiempo, extendía al presidente su apoyo personal, la asistencia en sus dudas y el estímulo en sus desfallecimientos.

Mejor hacer imaginativos relatos y suponer un profundo intercambio de política de alto nivel, balbuceante, de tapadillo, pero apasionante por lo que la imaginación puede llegar a entender.

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Blog: generaldavila.com

4 marzo 2025

 

LA MONARQUÍA: NI VULGAR NI ALTANERA. Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.) Ayudante de Campo del Rey (1990-1995) y Jefe de la Guardia Real (1995-2000)

Alfonso X «El Sabio»

La Monarquía española siempre fue próxima, cercana, incluso algo castiza, lo cual no quiere decir que a lo largo de la historia haya pecado de vulgar o zafia. Estuvo siempre en su lugar y no sabemos si será y seguirá igual dada la nueva moda de «desmadejarlo» todo, aunque algunos sigamos empeñados en el «no-madeja-do» de Alfonso X, sea o no lo sea una anécdota de la historia.

Dicen que atendía a Alfonso XIII un nuevo peluquero por enfermedad del suyo habitual.

-¿Cómo debo dirigirme a usted Majestad?

-Menos de usted, como mejor te parezca.

He repetido hasta la saciedad que España en sus últimos tiempos ha huido de la didáctica de la Monarquía y hay un desconocimiento intencionado de su razón de ser y legado histórico. Convendría descubrir y transmitir de nuevo su auténtico valor en épocas tan convulsas como las actuales. Hay una sutil, pero trascendente, diferencia entre Reinar y Gobernar.

El Rey, la Reina, los Príncipes, no son como usted y yo; no gozan de la normalidad de un ciudadano, sino que con ellos va la magia de la realeza y su poderosa atracción, pero también la inapreciable soledad, lo que se combina para dar lugar a esa exigida distancia necesaria para que no se rompa el misterio del símbolo.

Si el Rey se apease de su lugar y simbolismo para pasar a ser un funcionario, tomarse a diario unas cañas y unos pinchos de tortilla en la Plaza Mayor y luego irse de compras a Zara o a El Corte Inglés, estaría dejando poco a poco su Trono para acabar discutiendo los problemas del presente y futuro de España en el Café Gijón, en el Varela o en cualquier redacción de periódico o televisión. La cordialidad Real, su proximidad, incluso algo de casticismo, no pueden dar pie a saltarse el protocolo, hacia arriba o hacia abajo, que es el debido respeto al símbolo de España, a todos los españoles en el Rey representados. El que lo hace, incluso de manera intencionada, enseguida nota su error sin necesidad de que se lo señalen. Es hacerlo a lo que representa.

Un presidente de la República nunca alcanzó ni alcanzaría las necesarias cotas de eficacia y respeto y sería imposible que ni siquiera rozase la virtualidad de la Realeza, donde queda depositada la historia de una nación sin paréntesis ni puntos y aparte. Fiel reflejo de las virtudes y defectos de la historia de un pueblo.

Lo Real es mucho más que lo real. Es una virtud que se hereda y se custodia de generación en generación, sin ir más allá de su símbolo ni traspasar otros umbrales, pero también sin bajar a otras instancias o estancias menores.

Felipe II fue el artífice de la mayor y mejor biblioteca de Europa, quizá del mundo, la de El Escorial, y, aunque no leyera ninguno (que no fue el caso), engrandeció a España por las armas y las letras sin bajarse nunca del trono ni subir más allá del monte Abantos.

No es fácil ser Rey, Soberano de una nación, símbolo de la misma y no es cosa que se aprenda, sino que se engendra.

La Corona no es sustituible por algo o alguien parecido, pero para ella sería un grave error caer en la altanería o en la vulgaridad, dos extremos peligrosos cada uno con su dosis de atracción.

Sabino Fernández Campo lo expresaba como la necesidad de un estilo que permita marcar diferencias y evitar confusiones con otras figuras elevadas de la organización del Estado, pero más transitorias: el «»estilo real» […] que se adapte a la época y con el que se consiga la perfecta combinación entre la grandeza basada en una tradición secular y la sencillez que exigen los tiempos modernos; entre la distancia y el fasto de una superioridad ostentosa y la proximidad humana y natural, perfectamente graduadas y combinadas armónicamente. Ni un exceso de confianza que pudiera rayar en lo vulgar ni una altanería y rigidez alejadas de las exigencias de nuestro tiempo. “La familiaridad engendra desprecio”, decía Shakespeare, que añadía en Enrique IV: “¡A cuántos intensos deseos del corazón deben renunciar los reyes y sin embargo disfrutan los hombres privados!»

Iba el Rey camino del Palacio Real de Madrid. En la cuesta del Parque del Oeste el Rolls Royce se paró. El teniente coronel Ayudante de Campo de S.M. después de inspeccionar el vehículo y recibir los datos que le daba el mecánico, se acercó al Rey y en marcial postura, primer tiempo del saludo, después de la reglamentaria y enérgica inclinación de cabeza, le dio la novedad:

-Monarca: el coche se ha parado.

Lo de «Monarca» hizo temblar el espacio. La Reina reía a carcajadas.

-La próxima te diriges a mi como Emperador.

Había terminado el invierno. Los árboles apuntaban con su verdes yemas el nuevo y esperanzador amanecer de la primavera. Aquello solo quedó entre los mirlos que correteaban por el césped del parque con su melodioso diálogo algo impertinente.

Todo sucedía de manera natural, sin vulgaridad ni altanería.

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.) Ayudante de Campo del Rey (1990-1995) y Jefe de la Guardia Real (1995-2000)

Blog: generaldavila.com

8 febrero  2024

LA CONFIANZA DEL REY General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Filipo II. Rey de Macedonia. Alejandro, su hijo, Filipo III, el Grande, el rey más grande de la historia.

Convulsas relaciones. Tiempos difíciles para padre e hijo, para los reyes y sus pueblos. Para Olimpia, madre de Alejandro, para Aristóteles, maestro de Alejandro, para Ptolomeo, sucesor de Alejandro y también discípulo de Aristóteles. Todo y todos en la complejidad de un mundo que empezaba a ser el mundo. Con ello las convulsiones, Ilíada y Odisea en prosa.

A Filipo le clavó una daga en el corazón Pausanias, el capitán de su guardia.

Alejandro heredó a los veinte años de edad el reino, expuesto por todos los lados a grandes envidias, odios terribles y graves peligros. La pasión del amor.

Darío había prometido pagar a quien asesinase a Alejandro. Con una daga, como a su padre, o con una poción envenenada.

Alejandro cae enfermo cuando el persa avanza con sus tropas al enfrentamiento: <<Me parece oír el fragor de las armas enemigas y yo, que en esta guerra he llevado siempre la ofensiva, me veo forzado a defenderme>>. Filipo, su médico y amigo desde la niñez, le atiende en su enfermedad.

Alejandro recibe una carta del leal Parmenión, su general jefe de las tropas expedicionarias, en la que le alerta contra Filipo pues dice haberse enterado de que Darío había logrado atraerlo con mil talentos y la promesa de desposarlo con su hermana. Alejandro confía. Filipo sabe el riesgo que corre, pero su lealtad está por encima de su propia vida. Se enfrenta a curar a Alejandro. Prepara un brebaje medicinal y se lo ofrece al Rey que yace con alta fiebre en su lecho. Alejandro sujeta con la mano izquierda la carta de Parmenión y con la derecha toma la copa que le ofrece Filipo con la pócima. Le ordena que lea el pliego mientras le mira fijamente esperando ver su reacción. Alejandro bebe; Filipo lee la carta

-Tu curación disolverá el crimen que se me imputa. Al salvarte la vida, tú salvarás la mía.

-Filipo, si los dioses te hubieran dado a elegir el mejor medio de conocer mis sentimientos, sin duda habría escogido otro, pero jamás podrías haber dado con otro más seguro que este. Aunque recibí esta carta, he bebido la pócima que me has preparado y te aseguro que, si ahora abrigo algún temor, no lo es por tu buen nombre que por mi propia vida.

La fidelidad y la confianza no se prodigan junto a los reyes. Conocido es que <<La familiaridad engendra desprecio>>, pero la desconfianza aún más; es el mayor de los desprecios.

<<Dura función la de los reyes, la más áspera y difícil del mundo>>, dice Montaigne. Añadiría yo que no menos áspera y difícil es la de los gobernados que están cerca y le asesoran.

Puede ser que la desconfianza sea prudencia, pero la desconfianza paraliza, enfría la mente y en ocasiones, las más, es ingratitud.

¿Quién tendrá hoy a Filipo a su lado? ¿En quién confiar? ¿En Filipo o en Parmenio?

Conté en alguna ocasión como Don Juan en sus difíciles relaciones con Franco le pidió que cada uno de ellos nombrase a dos personas de confianza en las que depositar sus confidencias y acuerdos. Franco le preguntó a Don Juan:

¿Tiene Vuestra Alteza dos personas de toda confianza?

-Podría ofrecerle, mi general, cien nombres para que usted escogiera dos. Contestó Don Juan.

-Pues yo no podría. Terminó diciendo Franco.

Debe ser terrible vivir en la desconfianza. Porque equivocarse es admisible, pero el desconfiado vive en el terror permanente del que se deriva el error.

Alejandro Magno salvó su vida gracias a la confianza en Filipo. Otra actitud hubiese sido fatal.

<<Descubrirás que lleva años construir confianza y apenas unos segundos destruirla y que tú también podrás hacer cosas de las que te arrepentirás el resto de la vida>> (Borges).

Es la vida de los reyes.

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

12 junio 2019