
Virgen Inmaculada que se encontraba en el Alcázar de Toledo, en un pequeño oratorio cerca de la enfermería que había entonces en las Academias de Infantería, Caballería e Intendencia ubicabas en el Alcázar. Acompañó a los 1785 defensores (1235 militares, y 550 entre mujeres y niños) durante los 69 días del asedio (2 julio al 27 septiembre de 1936). Por la devoción de los sitiados, comenzó a llamarse Virgen de Nuestra Señora del Alcázar. En la actualidad, la imagen se encuentra en la Catedral Primada de la Ciudad Imperial, en la capilla que lleva su nombre y que en un principio se llamó de Reyes Viejos.
LA INFANTERÍA ESPAÑOLA Y SU PATRONA
Todo empezó en la madrugada del 8 de diciembre de 1585, en la Batalla de Empel, en Holanda, junto al río Mosa. Poco tiempo después de la toma de Amberes por tropas españolas al mando de Alejandro Farnesio, tuvo lugar un suceso prodigioso del que fue protagonista el Tercio Viejo de Zamora del maestre de campo Francisco Arias Bobadilla, al enfrentarse a una flota de los Países Bajos. Los días 7 y 8 de diciembre, el citado tercio estaba en situación desesperada, combatiendo en la isla de Bommel (situada entre los ríos Mosa y Waal) y bloqueados por la escuadra del almirante Filips van Hohenlohe-Neventein. Ante esta situación, el enemigo propuso una rendición honrosa, pero la respuesta española fue clara:―«Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. De capitulación ya hablaremos después de muertos». Ante tal respuesta, Hohenlohe recurrió a un método muy usado en esa guerra: abrir los diques de los ríos para inundar el campamento español. Pronto solo quedó emergiendo el monte Empel, donde se refugió el tercio. Para hacerse fuertes se atrincheraron y un soldado con su zapa, cavando la trinchera, tropezó con un objeto de madera allí enterrado. Era una tabla flamenca con la imagen de la Inmaculada Concepción. La colocaron en un improvisado altar y Bobadilla, considerando el hecho como señal de protección divina, arengó a sus soldados a luchar encomendándose a la Virgen. La situación hasta ese momento era insostenible, pero al parecer escucharon sus plegarias, porque cesó la lluvia y se desencadenó un huracán gélido que heló las aguas del río Mosa. Los españoles, marchando sobre el hielo, atacaron por sorpresa a la escuadra enemiga, y el día 8 de diciembre obtuvieron una victoria tan completa que el mismo almirante Hohenlohe llegó a decir:― «Tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro». Y allí mismo, sobre el campo de batalla, la Purísima Concepción fue proclamada patrona de los tercios de Flandes y de Italia.
Más tarde, las Órdenes Militares afianzaron su fervor a la Inmaculada haciendo honor a la fe de sus antepasados. Así: la de Calatrava erigió la capilla de Santa María de los Mártires, sobre la fosa común de los caballeros caídos en la derrota de Alarcos en Ciudad Real. La de Alcántara, aparte de los votos de: pobreza, castidad y obediencia común a todas, estableció el «cuarto voto» el de creer, profesar y defender a la Inmaculada Concepción, y para terminar la Orden de Montesa al recibir por concesión regia el castillo de Montesa de Valencia, le puso el nombre de Santa María para demostrar su fe y amor a la Inmaculada.
Siendo ministro de la guerra el general Azcárraga, y a propuesta del teniente general don Fernando Primo de Rivera, marqués de Estella, e Inspector General de Infantería, la reina regente doña María Cristina dictó la Real Orden de 12 de noviembre de 1892, estableciendo el Patronato único para toda el Arma de Infantería, que ya lo fue del antiguo Colegio Militar y que lo era de la Academia General de Toledo y de gran número de regimientos. Este patronazgo se consolidaría 307 años después, a propuesta del teniente general Fernando Primo de Rivera, inspector general de infantería.
Parte de ese dominio se perdió en Rocroi. En el cuadro, «Rocroi, el último tercio», el autor, Ferrer Dalmau, con su pintura realista, retrata los últimos momentos de la batalla librada dentro del contexto de la guerra de los Treinta Años, en la que las tropas francesas mandadas por el joven Luis II de Borbón-Condé, por aquel entonces duque de Enghien, derrotaron a las tropas del ejército imperial español bajo el mando del portugués Francisco de Melo de Portugal y Castro, capitán general de los tercios de Flandes.
Con esta derrota en Rocroi, a pesar de ser heroica, los tercios españoles perdieron buena parte de su dominio en Europa, dominio ganado con lo único que tenían: su vida y sus armas. En Rocroi, los tercios lo perdieron todo menos el honor y la gloria Por todo ello, el cuadro se caracteriza por representar a unos soldados de gesto y postura gallarda y valiente, con unos rostros en los que se dibuja tanto la resignación a la derrota como el deseo de conservar intacto un honor que habían ganado en siglo y medio de victorias sobre sus enemigos. Corrían los tiempos en que la honra española se pagaba con sangre.
Vencida la infantería de uno de los generales de Melo, el conde de Fuentes, y después de varios días de épicos combates, el mando de las tropas francesas, el general Luis II de Borbón-Condé, al recorrer el campo de batalla quedó admirado ante lo que contemplaban sus ojos: tres infantes españoles que, de rodillas, rezan a la Virgen Inmaculada agradeciéndole su protección; al recordarlo más tarde es cuando pronuncia su famoso elogio a la infantería española: ―«En Rocroi la vi vencida y me pareció más grande».
El conde Paul-Bernard de Fontaine, que aparece en las crónicas como conde de Fuentes, era un general de la Lorena al servicio de España, siempre crítico con la estrategia de Melo, y que a pesar de padecer gota, se hizo conducir en su silla de manos al centro del cuadro sólido erizado de picas, donde encontró la muerte. Antes de ser abatido como un soldado más, envió a Melo sus insignias de general. La silla de manos se conserva como trofeo glorioso en Los Inválidos de París, junto a la tumba de Napoleón.
Pérez-Reverte cuando habla de los Tercios los describe como una máquina militar perfecta. Gente dura y eficaz, incluso en retirada, dice, mantenían la formación para no dar imagen de derrota desordenada.
Unos años antes, en 1503, durante la segunda guerra de Nápoles, una vez finalizada la batalla de Ceriñola, Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar, el Gran Capitán, poco antes de cumplir los 60 años de servicio, ordenó que ese día a la puesta de sol, y en lo sucesivo, se dieran en sus ejércitos tres toques largos de caja de guerra, que era como se llamaba entonces al tambor. Estos toques se darían en memoria de todos los caídos en combate, tanto de sus ejércitos como de los enemigos, toques que deberían estar lo suficientemente espaciados entre sí como para permitir rezar por los caídos en la batalla. Con los rezos de esos tres infantes en Rocroi, y estos de Ceriñola, nació la costumbre militar del toque de oración a la caída del sol.
Como homenaje a las gestas de los infantes de España, en la parada de la fiesta nacional del 12 de octubre de 2017 desfiló, por el Paseo de la Castellana de Madrid, un grupo de soldados del regimiento de infantería Inmemorial del Rey ataviados con los uniformes de los soldados de los tercios: morriones, rodelas, sombreros de ala ancha, jubones, calzones, medias calzas, botas altas y correajes, escena insólita en tiempos de blindados como el Leopardo 2E o de reactores como el Eurofighter. Este regimiento es la unidad militar permanente más antigua del mundo y su lema dice:―«Levanto esta coronelía para poner freno a los enemigos de mi corona». Pudimos ver las banderas de los tercios: Viejo de Nápoles, Borgoña y Alburquerque, y a soldados armados con el arcabuz y mosquete para el disparo, con picas, semipicas y alabardas para las acciones de asta y con espadas roperas y dagas vizcaínas para cuando entraban en el combate cuerpo a cuerpo. Esta fue la brillante manera de conmemorar el 450 aniversario del llamado «Camino Español», «Camino de los tercios de Flandes» o «Camino Sardo», es decir, los 1.000 kilómetros o las 620 millas que separan Milán de Bruselas, distancia que los tercios recorrían en una media de 45 días.
LA ACADEMIA DE INFANTERÍA EN EL ALCÁZAR DE TOLEDO
El 31 de enero de 1810, nada más abandonar la división francesa que lo ocupaba, que casualidad, comenzó el último incendio del Alcázar. En 1854 se inició la reedificación, y como consecución a las obras de reconstrucción, se colocó en el centro del patio de armas una reproducción de la estatua de bronce fundido del emperador Carlos V, obra del artista italiano Leone Leoni. Esta reproducción se fundió en París en la fábrica de Barnedienne y fue vaciada por el hábil artista Cajani. Su precio fue exactamente de 21.109 pesetas, según nos cuenta el historiador Francisco Martín Arrúe en su libro Historia del Alcázar de Toledo, publicado en Madrid en 1889. En el frente del pedestal que soporta el bronce hay una corona de laurel, en el lado opuesto el escudo imperial y a derecha e izquierda dos inscripciones que nos recuerdan las frases que dijo el emperador en dos momentos críticos de su vida: la primera se refiere al combate de Landrecies en la región Norte Paso de Calais (Francia), en 1543, muy cerca de la frontera con Bélgica: ―«Si en la pelea veis caer mi caballo y mi estandarte, levantad primero este que a mí». La segunda se relaciona con la expedición contra el almirante otomano Barbarroja, conocida como «Jornada de Argel», en 1541: ―«Quedaré muerto en África o entraré vencedor en Túnez». Desde el año 2007 la estatua original que se encontraba en el Palacio Real de Madrid se exhibe en la ampliación de Los Jerónimos del Museo del Prado de la capital.
En 1878, la Academia de Infantería se instaló en el alcázar toledano, pues así parecía exigirlo la tradición después de haberse establecido en la histórica ciudad el colegio militar primero y el de infantería después. Por último, después de haber pasado de forma provisional por Zaragoza y Guadalajara, en el curso 1948-1949 se inauguró la nueva Academia de Infantería de Toledo, bajo la mirada del Alcázar, y a la que se llega atravesando el puente de Alcántara, hizo posible que la Infantería no se separe nunca de la Imperial Ciudad.
HIMNO: DEL «AURAS DE GLORIA» AL «ARDOR GUERRERO O LA FIEL INFANTERÍA»
Con esa historia, esos hombres y esa academia solo le faltaba a la infantería española tener un himno que acompañase a su patrona, la Inmaculada. Por eso, en 1907, el coronel José Villalba Riquelme (1856 1944), director de la Academia de Infantería de Toledo, encomienda al cadete Fernando Díaz Giles, uno de los novatos del año 1907, que tenía la carrera de piano antes de ingresar en el Ejército, la composición de la música adecuada para la letra Auras de Gloria, escrita un año antes por otro cadete, Ricardo Fernández de Avellano, para ser interpretada por el coro de alumnos. Se estrenó el 8 de diciembre de 1909. Gustó mucho la música y tuvo que repetirla varias veces. Más tarde cantaron el himno todos los cadetes, entre ellos Franco y sus compañeros de promoción, entre otros: Juan Yagüe, Alfredo Kindelán, Antonio Aranda, José Enrique Varela, Luis Orgaz , Camilo Alonso Vega, Santiago Amado Lóriga, Manuel Asensio Cabanillas, Emilio Esteban Infantes, Carlos Letamendía Moure, Jesús Manso de Zúñiga, Ricardo Villalba Rubio, y en la promoción siguiente Muñoz Grandes, entre tantos alumnos que unos años más tarde habían de hacerse famosos. La letra de Auras de Gloria no complace a Díaz Giles, quien dos años más tarde encarga a los hermanos de la Palma del Condado (Huelva), Jorge y José de la Cueva, amigos suyos y famosos letristas andaluces de muchas canciones y zarzuelas, una nueva letra conocida como Ardor Guerrero o La Fiel Infantería. El cadete Fernando Díaz Giles, de la XIV promoción de infantería (primera época), en el viejo piano del casino de Toledo de la plaza de La Magdalena, dio forma definitiva con su música al himno de la Academia. Formó Fernando Díaz Giles un orfeón con cincuenta de sus compañeros y el 8 de diciembre de 1911, festividad de la Purísima, patrona de la infantería, lo estrenó después de la misa de campaña en el patio del Alcázar con el coro al pie de la estatua de Carlos V.
Este himno se repitió en infinidad de ocasiones como, por ejemplo, cuando el 12 de julio de 1936 las fuerzas destacadas en Marruecos, reunidas a la sombra de unos grandes cedros en el Llano Amarillo del valle de Ketama, para celebrar la finalización de unas maniobras con una comida al aire libre. Antes de que cada unidad volviese a sus cuarteles,y al empezar la comida, la oficialidad más joven comenzó a brindar al grito de: ¡café!, ¡café!». El Alto Comisario de España en Marruecos, Álvarez Buylla, al oírles gritar ¡café! preguntó por qué lo pedían si no había terminado la comida. «¡Café!», era el acrónimo de Camaradas Arriba Falange Española. Y es que la mejor fuerza de maniobra de España, estaba ya en ebullición. Al llegar los postres todos los oficiales presentes, como un solo hombre, en posición de firmes, comenzaron a cantar el «Himno de Infantería» «Ardor Guerrero». También durante la guerra civil, y al ser retransmitido con frecuencia desde el Paseo del Espolón por Radio Nacional de Burgos, se hizo muy popular. De la misma manera, en la División Azul fue cantado muchas veces en los regimientos de infantería que componían esa división: el regimiento Pimentel, el regimiento Vierna y el regimiento Esparza. En 1938 adquirió gran difusión cuando la banda del regimiento San Marcial n.º 7 y el Orfeón Burgalés lo grabaron en disco, pasando muy pronto a ser el himno de toda la infantería española.
EL EMBLEMA
Unos de los primeros emblemas distintivos que utilizó la infantería, allá por 1805, fue la flor de lis que se llevaba en el cuello de la zamarra o levita. Más tarde, combinando en el escudo están: la trompeta de la familia viento-metal, representando el «movimiento», ya que era con lo que desde la antigüedad se mandaban los movimientos de las tropas, el «fuego», por la clásica arma de avancarga, el arcabuz; y el «choque» por la espada, de gran similitud con la Tizona, que la tradición atribuye al Cid Campeador según el anónimo Cantar de Mío Cid. Como elemento timbre, la Corona Real cerrada.
SÍNTESIS DE SU HISTORIA HEROICA
Gloriosa fue la respuesta que dio un General extranjero durante nuestra Guerra Civil: –«La primera Infantería del mundo es la nacional de Franco; la segunda, la de los republicanos españoles (textualmente dijo la de los rojos españoles), y la tercera, la de mi país» ( mariscal alemán Erich von Manstein)
En fín, la fiel Infantería de siempre, la del legionario Braulio…, «La que obedeció a Prim en Castillejos, a Franco en Nador, y a Moscardó en Toledo». Digan lo que digan. ¡Los tercios de Flandes, las Banderas de la Legión, Ceriñola, Bailén, Castillejos, Nador, Brunete, el Pingarrón del Jarama, el Alcázar de Toledo, los infantes que vencieron a las tropas de Napoleón en Bailén, y los que consiguieron en la Guerra de África, Batalla de Castillejos, la primera victoria española en suelo marroquí…, y los 4900 soldados españoles encuadrados en la «División Azul», que se hicieron dignos herederos de los legendarios Tercios Españoles al enfrentarse a más de 40000 soldados soviéticos en una gesta heroica en la que demostraron su valor, disciplina y sacrificio en la batalla de Krasny Bor en plena estepa rusa junto al río Neva muy cerca de Leningrado, hoy San Petersburgo.
No solo son unos nombres, sino toda una síntesis de la historia heroica de la Infantería Española!.
¡Pero aquella batalla de Rocroy!.
Vosotros infantes de España, aristócratas del valor, vais a encontrar a granel en vuestras filas capitanes de gran talla, hombres de espíritu y soldados con gran valor como Hernán Pérez del Pulgar, gloria cumbre de los infantes de España quien, con un puñado de hombres y un puñal gemelo del de Tarifa, escribió el «Ave María» en la puerta de la Mezquita de Granada; o el toledano/inca Garcilaso de la Vega, poeta y militar español quien, en calidad de servidor continuo del rey Carlos I, con desprecio de su propia vida, arrancó de la cola de un caballo moro la cinta en que iba grabado el nombre de la Inmaculada. Y por supuesto el gran Gonzalo de Córdoba, el de las detalladas cuentas históricas a su rey, tan grande fue que la historia unas veces le llama «el Gran Capitán» y otras «el Capitán Más Grande». Y como no, el «Cid Campeador», aquel Infante que con cada tranco del galope de su yegua Babieca iba ensanchando Castilla. Fue tanto el prestigio de su espada, que «con ella supo ganar batallas hasta después de muerto…»
Camilo José Cela, premio Nobel de Literatura en 1989 y soldado de infantería de las letras, lo plasmó de forma magistral en «A pie y sin dinero», loa del arma de infantería en el día de su patrona, publicada el 8 de diciembre de 1949 en el periódico diario toledano El Alcázar (1936-1987) y de la que transcribo algunos párrafos: ―«A mi coronel, hoy general Millán-Astray. A pie y sin un ochavo en los bolsillos; calados hasta los huesos y con el estómago frío; en la vista una nube de hielo y en el dedo que oprime el gatillo un sabañón…». El día 8 de diciembre, el día de la Purísima, hace mucho frío, pero nunca bastante para frenar a la infantería, que con un trajecito de dril derrite la nieve de los montes. Y la escarcha de los ríos difíciles. Y el hielo que oprime los corazones en desgracia… Quien no haya sido soldado de infantería quizá ignore lo que es sentirse el amo del mundo a pie y sin dinero… A pie paseamos por donde quisimos, porque el que no va a pie no se entera, y os lo dice un vagabundo. Y sin dinero izamos nuestra bandera donde nos dio la gana y donde nos mandaron, porque la victoria es algo que no se compra, sino que se conquista, y os lo asegura un pobre…»
Camilo José Cela no realizó el servicio militar completo en el acuartelamiento General Urrutia de Logroño, fue declarado inútil total por el Tribunal Médico Militar debido a una tuberculosis. Sin embargo, combatió como voluntario en la Guerra Civil con el Regimiento de Infantería Bailén nº 24 desde el 4 de diciembre de 1938 hasta el 30 de mayo de 1939.
La vista de todo eso despierta en mí las memorias de aquellos días, y evocando sus recuerdos, con emoción y añoranza me agiganto, y comprendo mejor la grandeza de España y de nuestra Infantería.
Por donde quiera que se fije la vista se encuentra la huella de las generaciones que pasaron. En Toledo, «la cuna y crisol de la actual Infantería Española», más que en ninguna otra parte acuden a mis labios las palabras del poeta Lord Byron:―«El polvo que pisamos vivió un día»
Vosotros leones de la Infantería española, aristócratas del valor, vais a encontrar a granel en vuestras filas a capitanes de talla hispánica, a hombres de espíritu y a soldados de alma doble, no solo sois el futuro de la Infantería, sois el presente, y aquí tenéis la que ha de salvar una vez más a España, vuestra Patrona la Inmaculada Concepción, la Virgen de manto azul y túnica de nieve.
¡ Rodilla en tierra !
Feliz patrona a todos.
PD: Muchos de los datos, fueron sacados de los libros:
― «Franco y Toledo» de Luis Moreno Nieto, publicado por la Excma. Diputación de Toledo en 1972, y por noticias aparecidas en los periódico toledanos «Campana Gorda» y «El Castellano» de 1907.
―«Historia del Alcázar de Toledo» de Francisco Martín Arrúe, editado en la Imprenta de Infantería de Marina. Madrid 1889.
Ángel Cerdido Peñalver Coronel de Caballería ®
Zaragoza 8 de diciembre 2025.
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