Más de uno siente el dolor de la edad, de la tristeza, de la sabiduría ahora despreciada. Puede que del error, de la equivocación.
España está construida a base de errores que se repiten. El pasado fue una equivocación y los que forman parte de él olvidados viejos a los que solo les queda irse con el dolor del desprecio. Se queda, momentáneamente, la maravillosa y luminosa juventud.
Algún día despiertas y aprendes: lo que parece nuevo es una vieja historia disfrazada que se repite en capítulos de inconsciencia.
<<No hay mal que no venga por bien>> sentencia Baltasar Gracián en El Criticón. Pusieron la frase en boca de Franco el mismo día que mataron su pensamiento, obra y palabra. Yo no me lo creo. No dijo nada y todo le vino a la cabeza. Asesinaban a Carrero Blanco por orden terminante de Toulouse, con información y alma comunista, y la mirada perdida de algunos gobiernos. Los ejecutores fueron unos borrachos que le daban a todo. Así es la historia. Piensan unos y ejecutan otros. Suelen ser borrachos ambos.
¿Y qué? Nada. Agradecida es la Patria y sus patrioteros.
Pedro Sánchez pregunta a los que le rodean que dónde está el bien. El bien eres tú Pedro, futuro y compromiso. Progresismo. Vas a construir una nueva España.
España hace mucho que dejó de pensar en el futuro y vive día a día sin aportar nada que no sea contra la memoria.
La historia se mueve entre palacios.
Tres.
La Moncloa es un despilfarro, un palacio inútil por sus moradores. Es feo y sobre todo frío, muy frío. A gusto del consumidor, es decir del usador, que suele haber leído poco sobre gustos. Iba para Palacio y se quedó en despropósito.
La Zarzuela es un arroyo de zarzas, donde está construido el llamado Palacio de la Zarzuela, donde no se ve ningún palacio y sí un chalet muy grande en espacios interiores. Allí se estrenó, entre espinas y flores blancas que dan moras, este género musical, la Zarzuela, con Felipe IV, y allí siguen las zarzas pajareras y muchas encinas que dan bellotas para San Eugenio.
Vigila el paraje, elevado en la distancia, la sobrecogedora talla de Gregorio Fernández, el Cristo del Pardo, donde acude (acudía) el <<todo Madrid>> a rezarle y de camino el fraile de la puerta, fray Santiago, te bendice (bendecía) el coche.
La Zarzuela tiene seis puertas, y una tapia de 2 metros de la época de Felipe IV que traspasan los jabalíes, nadie sabe por dónde. Hay entradas y salidas de diferente estatus.
Está el campo de Zarzuela que es como una dehesa pintada sobre tabla de Flandes, y el Palacio. Son cosas distintas, pero reflejan la seriedad del recinto, el contraste. Desde que traspasas la puerta al campo, hasta que llegas a la del Palacio, te da tiempo a repasar la historia de España que tiene mucho de encinares y cielos del Prado, de museo, una zarzuela donde casi todo parecen piezas estáticas sacadas de una vitrina. Ni los centinelas o la bandera se atreven a moverse más allá de lo que corresponde. Para las visitas hay dos rutas iguales que les llevan al Palacio, es el mismo camino, pero distinto si vas o si vienes. La de entrada y la de salida. Siendo la misma, nada que ver la una con la otra.
Puedo asegurarles que he visto a muchos entrar y salir. No era el mismo el que entraba que el que salía por el mismo camino, siendo todo el paisaje igual. Cambiaba todo. Durante el trayecto de salida las cosas eran sorprendentemente distintas. Es el milagro de la Corona. Hasta a la mayor de las fieras la he visto mansa y cariñosa cuando salía. Lo he contado en alguna ocasión con nombres y apellidos. Allí la realidad se hace verbo y parece que has entrado en la seriedad de una nación cuya asombrosa historia te recibe. Sobrecoge el insignificante recinto al lado de otros más majestuosos y barrocos. No es el sencillo y bucólico paisaje ni es el chalet grande, sino la historia que encarna quien te recibe.
Cuando entré por primera vez en ese recinto, hace ya muchos años, alguien muy cercano me dio un consejo: <<De Zarzuela cuando te vayas no vuelvas a no ser que te llamen>>. Lo cumplí a rajatabla.
Otros no y el camino de salida les resultó desconocido. No recordaban que somos una simple figura de la decoración, estática, ni un movimiento más del que te corresponde, ni bien ni mal hecho.
Los lugares los hace quien los ocupa. Símbolo de Majestad es Zarzuela. Lo ocupe uno u otro, es España quien lo habita y por ello está bien guardado y cerrado para todo el que no le corresponde encabezar la historia y darle continuidad. Quien allí vive no es uno, sino una continuación, una unidad en el tiempo, la historia y sus titulares, para lo bueno y lo malo, eslabones que, hasta oxidados, aguantaron el difícil peso de nuestra historia. No sobra ninguno. Todos los eslabones forman la cadena de la historia. No hay aleación perfecta, pero está muy cerca de serlo después de tantos años e intemperie. Mejor no cambiarla ni someterla a restauración.
Los otros, nosotros, los que entran y salen, ni brillo damos, simplemente servimos y una vez hecho nos vamos. Nada somos, nada tenemos y nada pedimos (deberíamos). Formamos parte de España y ayudamos a que esa Corona sea continuidad de una España en paz, y que desde ella nos calme, acoja, y frene nuestras pasiones tan contrastadas y grabadas en esas páginas de los siglos.
Cuando te vayas no vuelvas. Es un buen consejo al terminar tu labor de servicio. Ahí deben estar, siempre, siempre, los que son y los que han sido, porque un Rey nunca deja de serlo. Lo es y será más allá del final.
El Palacio de la Zarzuela es más que una vivienda. Fue, es, y esperemos que siga siendo, el lugar de referencia de los Reyes. Unos Reyes que son la Corona de España, no uno, sino continuidad.
La cadena es de una aleación que, una vez rota, no da lugar a soldaduras.
Si te vas no vuelvas es algo muy duro. No es para los Reyes.
Si se pierde un eslabón, aún oxidado por el tiempo, erosionado por los toqueteos y manoseos de tantos, es irrecuperable la cadena.
Queda roto el engarce con la historia. Empieza una cosa nueva de nombre desconocido; o demasiado conocido.
La Moncloa es un palacio hortera y presuntuoso, de mal gusto y muros poco fiables. Hay fontaneros y soldadores que provocan desagües y rupturas.
La Zarzuela es la historia de España. Puede que eso sea con lo que quieren acabar.
Falta hablar del tercer palacio: El Pardo.
La historia ya no se lee en los libros, sino en los palacios convertidos en estancias temporales donde la historia se esconde avergonzada.
Tenemos historiadores muy bien pagados y por tanto los peores del mundo.
Van de palacio en palacio escribiendo y cobrando. Nadie puede imaginarse lo efectiva que es la mentira.
Errores que se repiten. La maravillosa y luminosa juventud.
España está en un único Palacio: Zarzuela. A pesar de los sainetes y y la confusa historia nuestra. Pero es nuestra, no de otros, y a su alrededor debemos arrullarnos en lo bueno y en lo malo.
Al fin y al cabo no nos ha ido tan mal, aunque nuestro carácter sea tan crítico con nosotros mismos.
Gritemos viva el Rey y que viva donde le dé la gana, pero, por ahora, el símbolo está en el Palacio de la Zarzuela.
Más de uno siente el dolor de la edad, de la tristeza, de la sabiduría ahora despreciada. Puede que del error, de la equivocación.
Dijo Napoleón que un error es peor que un delito. Roma no; España sí. Paga a traidores.
Es de esperar que ningún bruñidor acabe desgastando la cadena.
Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)
7 septiembre 2020
Blog: generaldavila.com