Por ahora no es necesario aprender a hacer fuego o sembrar tomates en la ventana de su casa. En un futuro quien sabe.
Les contaré una anécdota. En el Paleolítico, cuando yo era un joven teniente de Operaciones Especiales, hacíamos prácticas de supervivencia invernal en un pueblecito de la provincia de Burgos. Dormíamos en iglús construidos por nosotros mismos, estancias confortables cuando no hay otra cosa a mano. El caso es que un día recibimos el aviso a través de la Guardia Civil de que el alcalde de un pueblo cercano quería hablar con el máximo responsable de la unidad. Bajamos a verle y mayúscula fue nuestra sorpresa cuando nos dijo que habían desaparecido todos los perros de pueblo y que si nosotros sabíamos algo de aquello. Era evidente. Las noches en los iglús no dejan de ser bajo hielo y el calorcito de un perro junto a tu saco de dormir es una estufa natural inigualable. Los perros por algo de comida habían seguido a los soldados hasta sus elegantes, pero frías estancias y el que no les había seguido fue convencido. De estos últimos, pocos, porque desde tiempos históricos los perros han seguido a las tropas fielmente.
Supervivencia es sin duda buscarse la vida. Unos son más aptos que otros, pero tiene sus reglas que todos deben compartir.
Todas, reglas, normas, y procedimientos se resumen en uno: disciplina.
La disciplina es doctrina, instrucción de una persona y de un grupo, especialmente en lo moral. Y sin duda la observancia de unas normas de comportamiento tanto interno, individual, como en nuestra relación con los demás. Instruir, aprender, entrenar, ejercitar y asumir. No es fácil cuando todo está a tu alcance, pero sin práctica habitual, cuando vienen mal dadas, es difícil asumir los comportamientos.
Comer sapos o culebras, hacer fuego en la nieve, pescar con las manos, hacerse una choza, comer hierbas del monte o ratas de cloaca es una simple anécdota. La vida te pone en peores trances y La vida del Buscón llamado don Pablos es un retrato diario que cada vez más se repite. Lo importante para supervivir es vivir en continuidad de comportamiento, en saber sufrir y aprovechar cada ocasión, mala o buena, que todas traen algo para alimentarse. El que se queja o lloriquea se queda en el camino.
Disciplina. Conocí en aquella época del Paleolítico al máximo exponente de la supervivencia: el Capitán don Teodoro Palacios Cueto, héroe de la División Azul y Laureado de San Fernando. Once años, tras la durísima batalla de Krasny Bor (10 febrero 1943), estuvo prisionero en distintos gulags, al cual más cruel, pasando por celdas de castigo y siempre al mando de sus hombres con una dignidad ejemplar y que asombró al mundo. Su historia fue relatada por Torcuato Luca de Tena en Embajador en el infierno. Regresó a España en 1954 y allá por los años setenta tuve la oportunidad de establecer amistad con él mientras practicábamos escalada en los alrededores de Potes, lugar donde vivía. Un día me atreví a entrar en su intimidad.
-¿Mi general como pudieron aguantar tanto tiempo en aquellas condiciones?
No lo dudó un instante: disciplina, mi teniente. Desde que amanecía hasta que llegaba el sueño se mantuvo una férrea disciplina individual y de grupo. Nos apoyamos y vigilamos los unos a los otros. En cuanto veíamos que uno decaía no le dejamos ni un minuto. Pensábamos con él, vivíamos con él y por él. Cuando empezaba a llamarnos pesados es que ya estaba salvado.
Me enseñó algo más importante: adivinar el primer síntoma de derrota. Cuando veíamos que uno de nuestros hombres dejaba el aseo personal cada mañana, no se lavaba ni afeitaba, no se cambiaba, daba el aspecto de dejadez, ese era el síntoma más claro de que empezaba a venirse abajo. La férrea disciplina se llevaba en todas las actividades, aseo personal, trabajos, reuniones (cuando nos dejaban), triquiñuelas e invenciones, juegos, hasta creamos una revista; el ingenio personal de cada uno era aprovechado por el conjunto. Nunca permitimos a nadie estar solo. En definitiva una vida nueva, dura y repugnante, dolorosa, pero era una vida, no podíamos elegir otra y lo que hicimos fue rellenarla de disciplina, entre todos, como una compañía que éramos.
Todos aguantamos, todos resistimos con la esperanza del día a día, sin planteamientos a largos plazos, sin permitir que nadie contagiase la enfermedad que provoca la soledad y el abandono. La vida se ralentizaba, teníamos tiempo para vivir, mal, pero despacio y entonces salió de cada uno de nosotros lo mejor que teníamos.
Mi teniente, acabó diciéndome, tú sabes que esas cosas del honor y del valor, del amor a tu patria, del ejemplo y la virtud, no son palabras hueras sino una realidad que se muestra en toda su crudeza y realismo en situaciones extremas. Así somos los españoles.
Estábamos sentados en una pequeña taberna de Potes. Nevaba y por la ventana se veían solo gruesos copos de nieve.
-Podría odiar esta nieve y el frío, pero me reconforta y recuerda, lo sé, que cuando el hombre saca las ganas de vivir no hay fuerza de la naturaleza que pueda con él.
-Sí; mi general.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
Blog: generaldavila.com