ESPAÑA, MARRUECOS Y EUROPA. UN PRESIDENTE PERDIDO. GENERAL DE DIVISIÓN (R.) RAFAEL DÁVILA ÁLVAREZ

Las visitas de Don Juan Carlos a Marruecos desde el año 1979, primera visita oficial como Jefe de Estado, siempre tuvieron una trascendencia que nuestros políticos no han sabido interpretar ni aprovechar. Algún día se contará el papel de nuestro Rey como “desfacedor de entuertos” provocados por nuestros más inteligentes gobernantes.

Contenido político de alto nivel y mutuo interés económico, han destacado como titulares de todas las visitas. Hay algo más que intereses políticos y económicos. Don Felipe, nuestro actual Rey, lo sabe y en un gesto de enorme valor para la “gran política” visitó Marruecos como nuevo Rey de España. No fue un viaje de mera presentación. Sirvió para entregar el testigo recibido de su padre y confirmar el espíritu de unión y entendimiento que Marruecos y España necesitan y sus reyes quieren por encima de todo.

Hoy, con el nuevo presidente del Gobierno y su errática política, la incertidumbre sobrevuela esas relaciones que son clave para España.

Desde 1912 y tras el tratado hispano-francés, la acción militar española en África se limitó a ejercer su acción protectora entre Yebala y el Rif, como el tratado le obligaba. Toda su actividad se centró en mantener la autoridad del Sultán de Marruecos y apoyar a la administración mixta marcada en el acuerdo. El levantamiento rifeño protagonizado por Abdelkrim el verano de 1921, con el ataque a nuestras tropas en Annual, fue el comienzo de una nueva situación y el inicio de una guerra de trágicas consecuencias para España. La rebelión tenía en principio un carácter exclusivamente nacionalista, aunque alimentada con dinero y armas de dudosa procedencia  y una mezcla de xenofobia y de fanatismo religioso. Abdelkrim se enfrentó al protectorado español pero lo que realmente corrió peligro fue la unidad del Imperio, hoy Reino de Marruecos, con el intento de “República del Rif”; algo que conoce el actual Rey de Marruecos. España nunca fue conquistadora en Marruecos sino pacificadora y en amparo de la autoridad del Sultán.

Nuestra relación con Marruecos está llena de luces y sombras y hay que asumirla de una vez por todas. La situación política en el norte de África lo exige más que nunca y la desorientación y crisis en Europa también exige que alguien mantenga abierto ese puente que tiene sus pilares asentados en las dos orillas a través de España. Ceuta y Melilla cobran cada día más valor estratégico, humano y político. Su valor es compartido y de creciente interés para Marruecos, España y Europa. Pero ese valor es fruto de su españolidad como nexo de unión con Marruecos y no de confrontación. Si Ceuta y Melilla dejaran de se españolas, Marruecos y Europa se alejarían, algo que a ninguno le interesa. Es hora de que veamos esto con claridad y empecemos a trabajar desde estas dos ciudades españolas de aires africanos con la importancia que el futuro las reserva. Las presiones o taimarse uno y otro no conducen a nada. Hablemos claro y despejemos las dudas históricas. Somos viejos amigos que, aunque en ocasiones nos miramos con recelo, tenemos mucho en común y una necesidad imperiosa de entendernos. No debemos marcar una línea de fractura sino compartir intereses antes de que llegue un tercero en discordia. En los palacios nos entendemos; ahora toca entenderse en los siguientes escalones… y en la calle. Todo pasa porque la política, también la europea, y los que la ejercen capten el mensaje y aprendan de la historia.

Es el momento de la gran política y de que España juegue su verdadero papel en Europa, un papel que hasta ahora ni Alemania, ni Francia nos quieren dar, pero que debemos exigir. Lo malo es que nuestro presidente tampoco se lo cree y anda errático y mendicante sin saber realmente donde están los intereses de España.

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez 

Blog: generaldavila.com

14 agosto 2018

Letrados iletrados ante un golpe de Estado (Melitón Cardona. Embajador de España)

El gran pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila advirtió que «para detestar las revoluciones, el hombre inteligente no espera a que empiecen las matanzas». De manera análoga, pienso que para evitar los golpes de Estado el gobernante inteligente no debe esperar a que empiecen los estragos.

La actitud del Gobierno de la Nación ante el golpe de Estado catalanista ha sido un despropósito de principio a fin: diagnóstico erróneo, titubeos incomprensibles, demoras inexplicables, intervención torpe y contraproducente y, al final, tarde y mal, activación del artículo 155 de la Constitución en términos de dudosa constitucionalidad en mi modesta opinión, que sin duda lo es.

Como ha señalado el pensador francés François Jullien en una entrevista en el periódico Libération, produce consternación el hecho de que la clase política actual ya no lea. Lo ha dicho en un país cuyo presidente de la República sabe latín, griego e inglés y acostumbra a leer filosofía. El nuestro ignora esos tres idiomas y sus lecturas parecen ser limitadas; si estuviera familiarizado con la obra de Max Weber, en especial con «Politik als Beruf» («La política como vocación») comprendería la importancia vital que para el Estado tiene el monopolio de la fuerza física legítima y si se hubiera molestado en leer a Carl Schmitt (que no fue un ciclista alemán del siglo pasado) hubiera aprendido que soberano es «quien decide sobre el estado de excepción», algo que hubiera permitido evitar el bochornoso espectáculo de un cuerpo policial básicamente inepto y desleal burlando, sin disparar un solo tiro, la acción de una policía moderna y supuestamente eficaz.

Cuando se parte de un diagnóstico erróneo se aplica una terapéutica necesariamente ineficaz y si, para colmo, se hace con dosis altas de galbana, titubeo e inseguridad, el resultado es más que previsible. Yo estoy de acuerdo con los apologistas del presidente del Gobierno en lo de su manejo magistral de los tiempos… que deja pasar, instalado en un confortable nirvana monclovita. Si la situación a la que nos ha conducido su desidia no fuera más dramática de lo que la gente piensa, diría que es el resultado de una auténtica astracanada en el sentido literal del término recogido por la Real Academia, a saber, «acción y comportamiento públicos disparatados y ridículos».

Con la excepción de 1808, nunca han estado los gobernantes españoles más alejados del sentir popular. Nuestro Rey se lo ha recordado inequívocamente en dos ocasiones y, por lo visto hasta ahora, en vano. Por cierto y aprovechando la ocasión, aunque la Constitución, en su artículo 56, establece que «El Rey es el Jefe del Estado«, también señala en el mismo artículo que «su título es el de Rey de España«, de manera que resulta ridículo referirse a Él como «Jefe del Estado», un título que, históricamente, únicamente ha sido utilizado en España por el general Franco.

A muchos colegas extranjeros les resulta incomprensible la actuación del Gobierno español ante el golpe de Estado perpetrado por una combinación de partidos políticos burgueses en alianza con radicales cuya finalidad es destruirlos. A mí también.

Melitón Cardona. Embajador de España

Blog: generaldavila.com

2 noviembre 2017