Churchill prometió la victoria: sangre, sudor y lágrimas. La propuesta no era muy alentadora, pero al menos era la ancestral fórmula de la victoria.
«Tengo frío, no me atrevo a poner los radiadores, el butano me da miedo porque el apartamento donde vivo es muy pequeño y mal ventilado, paso hambre y calamidades, no llego a fin de mes, estoy entrampada y ni tarjetas ni préstamos, me lo he comido todo y ahora lo debo; nadie me da nada y no tengo los puntos necesarios para acogerme a las cosas esas sociales. En donde vivo no hay colas de Cáritas ni parroquiales y me da vergüenza ir a contar mi caso al cura o la señora que está atendiendo las tristezas de cada uno. Creo en la justicia y no en la caridad.
Antes mal que bien iba tirando, ahora vivo a oscuras, sin metáforas; me acuesto con el sol y con él me levanto. Tengo trabajo, pero también una enfermedad que me ha supuesto la baja durante meses, demasiados, y cobro apenas 500 euros de mi trabajo que cuando me lo ingresan se va entre lo que debo y lo que tengo que pagar del apartamento. Me queda nada, casi, para comer algo, pan y así, con salami o chorizo, una pizza o una fabada de lata. No tengo nada y eso puede que sea lo bueno porque por no tener ni hijos me alegro dentro de la tristeza porque así el mal lo paso sola sin compartir miserias, que seguro que hay cientos así, como yo, y peor.
Me dicen que no hay camareros, ni conductores de camión, ni… ¡Si yo pudiese servir en una cafetería! Echar unas horas, o limpiar en los apartamentos donde vivo, pero con la baja laboral por enfermedad y mi trabajo, al que no puedo ir, tengo que quedarme en casa y no hacer nada.
En fin así un mes y otro; y voy al médico y me dice que esto mío va para largo y que gestione lo de una minusvalía, que puede que algo me den. En mi familia, que algo ayudan cuando pueden, no conocen bien mi situación y piensan que voy tirando. Tengo 45 años.
¡Yo qué sé! No sé qué hacer, ni pienso hacer mucho hasta que esto se vaya extinguiendo solo y puede que acabe en la cárcel donde tendré gratis la luz, el agua y la comida. Me atenderán los médicos y puede que hasta tenga un trabajo.
Envidio un lugar donde ver amanecer sin esperar ansiosa la noche. En la que estoy de manera permanente».
Es lo que he recibido en mi correo donde a diario leo de todo.
Entonces como había empezado este artículo con aquello de lord Byron, sangre, sudor y lágrimas; y veo que ni aún así aprendemos, creo más acertado recordar a El Cid Campeador. Que tampoco sirve de nada.
Contestar quisiera: «¡En marcha!».
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana
al destierro, con doce de los suyos,
polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga.
¡Polvo, sudor y hierro! Sangre, sudor y lágrimas.
No es suficiente. Ni el polvo ni el sudor ni las lágrimas. Quizá el hierro solo basta.
¡Dios qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!
Rafael Dávila Álvarez
Blog: generaldavila.com
12 noviembre 2021