Étienne de La Boétie escribe, mediados del siglo XVI, Discurso de la servidumbre voluntaria o el contra uno: «En tener varios señores no veo ningún bien; que uno, sin más, sea el amo, y que uno sólo sea el rey».
Así empieza; con Homero: «Esto dice Ulises en Homero (Iliada, Libro II, vs. 204–205)…».
Uno solo sea el amo. Hay interpretaciones.
La Boétie: «Lo único que los hombres no desean es la libertad, y no por otra razón que ésta: porque, si la deseasen, la obtendrían».
En Diccionario de Adioses encuentro la cita del maestro Gabriel Albiac: «La libertad, los hombres no la desean… Su enfermedad es el placer de ser siervos». La claridad de La Boétie puede que no guste demasiado; rotundo, aclara todo. Todo. Y vemos que es así.
La política solo tiene un nombre: dominación. Dominantes son también los que están a la espera de ocupar el puesto, o no, pero, mientras lo logran, o no, forman parte de la especie. Dentro de la política de un partido se es casta. Sea el que sea. Puro despotismo: «Autoridad absoluta no limitada por leyes; también abuso de autoridad, poder o fuerza en el trato con las demás personas», nos dice el Diccionario de la RAE.
El resto somos dominados y formamos parte de su rebaño encerrado en el redil. Rediles o naciones que nos abren, más o menos, sus puertas al amanecer. Vigilados por el perro pastor, bien educado de fidelidades pagadas. Nunca le faltará un plato con pienso. Ahora de asesor, incluso de embajador o general. Ya saben.
La política es un juego que no admite moderación ni humanidad. Nada de sentimentalismo. Al dominante y al dominado les separa un abismo insoslayable. Metafísica.
Ante ellos se presenta una auténtica lucha armada invisible. Podría llamarse guerra defensiva individual, porque el hombre desde que nace está defendiéndose de lo que le rodea y le oprime, desde el hambre, la enfermedad, hasta su propio crecimiento, todo es una guerra permanente. Es por ello que, cansado, se deja dominar en busca de no tener que preocuparse del todo.
Esa relación de servidumbre es la que existe entre los políticos y nosotros los dominados que, como si fuese —que lo es— la guerra, se asemeja a la de vencedor y vencido. Desde la política administran la fuerza que les da su condición y se escudan en ella para no ser administrados. Y hacer su justicia.
Pretender hablar de política justa es hablar de guerra justa. No existe, porque no hay justicia cuando el fin es que el otro cumpla mi voluntad y renuncie a la suya. Que es el fin de la política. Por la Ley o por la fuerza, es decir las armas. Simplemente eso, sin más, y sin menos, ni bueno ni malo, y hay que aprender a estar en ese campo de batalla en el que te plantas desde el nacimiento. Destruir al enemigo en la guerra. Alrededor de morir se desarrolla vida. ¿Cuál es la diferencia?
La política y la guerra son lo mismo. Entre el militar y el político abundan las diferencias desde al menos el siglo XVII. Fue la política la que adivinó que su mejor instrumento de poder era la guerra y la utilizó para sus fines.
Hemos evolucionado hacia la catábasis. Lo avisó el mensajero en Orestes: «Porque así es la casta. Los heraldos saltan siempre del lado de los afortunados. Amigo de ellos es todo el que tiene poder y ocupa cargos en la ciudad».
De lo que no me cabe la menor dudad es que llevamos bien esto de vivir bajo la tiranía, en el placer de ser siervos de este (os) señor (es).
«Los bueyes mismos bajo el peso del yugo gimen, y los pájaros en la jaula lloran». Nosotros: bla, bla bla.
Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)
Blog: generaldavila.com
12 noviembre 2020
Blog: generaldavila.com