CENTENARIO DE LA LEGIÓN (75-9) UN BANDERÍN DE LA LEGIÓN PARA DON JUAN General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Torcuato Luca de Tena en un libro titulado “Franco, sí, pero…” cuenta una historia legionaria que es necesario conservar. Uno de los protagonistas es el General González del Yerro y en su honor y respetuoso recuerdo se la resumo a ustedes.

La 16 Compañía perteneciente a la IV Bandera es una de las unidades de la Legión que más bajas ha tenido en combate; dado el número de muertos y heridos foto29jersusgonzalezdeldurante la Guerra Civil, bien puede decirse que todos sus efectivos fueron repuestos más de una vez. El número de bajas entre mandos y legionarios, comparado con los efectivos normales de una Compañía, supuso el 500 por ciento de bajas.

10 oficiales, 5 suboficiales y 106 legionarios muertos.

21 oficiales, 13 suboficiales y 485 legionarios heridos.

Sin detenerme en las acciones de combate de la Compañía, les relataré el destino final de su glorioso Banderín que, aunque contado por Luca de Tena, es desconocido incluso en el ámbito militar; quizá ocultada por esos complejos que nos distinguen.

Finalizada la Guerra Civil, los oficiales de la 16 Compañía, Capitán Victoriano Isasi, Teniente Jesús González del Yerro, Tenientes Provisionales Manuel Cortázar, Juan Manuel García Vinuesa, Francisco de Gomis, José Quintana y Antonio Rodríguez Carvajal, envían una carta al Conde de Barcelona remitiéndole como ofrenda el Banderín de la 16 Compañía de la IV Bandera de la Legión. Pensaron estos oficiales que era el más digno destinatario por ser Don Juan “encarnación de la Patria y del Ejército”.

El encabezamiento de la carta es muy significativo: “A SM. El Rey D. Juan III”.

En una primera parte de la misiva, sintetizan, con la precisión del lenguaje castrense, los hechos de armas de la Compañía, citan las acciones heroicas, sus héroes y las Laureadas concedidas. La segunda parte de la carta es una emotiva dedicatoria en la que al ofrecer el Banderín, símbolo que guarda todo el sentir de la 16 Compañía, pretenden quede  inmortalizado en la “Continuidad y el Orden que la Monarquía le asegura”.

Respondió Don Juan con palabras de Rey, de un profundo amor a España, desde la lejanía.

“Vuestro desgarrado banderín manchado de sangre ocupará en mi casa un puesto destacado de veneración y de respeto. Ante él, como ante un último capítulo de su historia, yo pediré a Dios cada día que me haga digno de esta España rescatada con tanto dolor.

Afectuosamente os saluda.

JUAN”

Hablé con el General González del Yerro de esta historia en el Escorial. Celebrábamos el bicentenario de la Orden de San Fernando a la que pertenecía por ser Medalla Militar Individual. Al terminar la conversación los dos nos preguntamos donde estaría aquel Banderín. Coincidimos en que debería regresar a la Legión; al haber ya cumplido su misión aquél era su lugar. Pero no sabemos donde está.

También estábamos de acuerdo en que jamás debe perderse el recuerdo de  gestos como éste, llenos de simbolismo. Pero nuestra historia está llena de recelos, con lo que se destruye más que se construye; ocurre también con la historia militar.

Nuestros museos son revisados constantemente para evitar que la exhibición de una bandera capturada al enemigo pueda traer un conflicto o que la frase de un gran genio de la guerra pueda herir la sensibilidad de algún icono del pacifismo. Todavía recuerdo aquél malintencionado intento de modificar los artículos del Credo de la Legión y lo absurdo de un ministro de defensa modificando la letra que se recita en el homenaje a los caídos.

Siempre andamos con la inconformidad a cuestas, con las sospechas, dispuestos a renunciar al rigor de la historia. Preferimos repetir una mentira mil veces hasta convertirla en verdad; nos resistimos a la incuestionable rigurosidad de la historia cuando esta no es nuestro gusto.

Hasta los museos militares muestran la historia casi de puntillas y en algunos casos mirando hacia otro lado. Ya no suelo frecuentarlos, excepto algunos muy específicos, casi escondidos, de alguna unidad que guarda con celo sus tesoros de guerra.

descargaHoy hablo en voz alta contando la historia del Banderín de la 16 Compañía de la IV Bandera de la Legión. Sus acciones, y esta última de su glorioso Banderín al que dirigieron su vista tantos legionarios antes de morir, quedarán inmortalizadas siempre que difundamos su historia. Aquél desgarrado Banderín, que a pesar del elevado número de bajas jamás mordió el polvo ni cedió en ningún combate, sigue en pié dando ejemplo de valor y heroísmo. El oficial que al terminar la guerra era depositario del mismo era el Teniente González del Yerro, oficial más antiguo de la Compañía, y el más cualificado de los que sobrevivieron , por tener la Medalla Militar Individual. Han muerto todos los protagonistas de aquella historia.

La sangre derramada por la grandeza de la Patria acredita el honor para ser guardadores de las enseñas de combate.

Alguien de manera oficial debería iniciar los trámites para recuperar aquel glorioso banderín.

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

15 febrero 2020

 

DON JUAN DE BORBÓN. UNA HISTORIA LEGIONARIA (EFEMÉRIDE) General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Se cumplen 25 años de la muerte de Don Juan de Borbón.

Ayer el Almirante Teodoro Leste nos dejó un testimonio de gran valor histórico, además de humano, por ser de alguien que conoció profundamente al Rey y a su lado permaneció hasta el último suspiro.

La efeméride de hoy, nos traslada de nuevo a su recuerdo. Es una historia legionaria contada por Torcuato Luca de tena en su libro Franco, sí, pero…

La 16 Compañía de la IV Bandera de la Legión, la más laureada y con más bajas en la Guerra Civil, entregó al finalizar la contienda su banderín de combate a Don Juan. La entrega en nombre de la compañía  la hizo el entonces teniente, después teniente general, González del Yerro, oficial más antiguo de la Compañía, y el más cualificado de los que sobrevivieron, por tener la Medalla Militar Individual. Aquél desgarrado Banderín, que a pesar del elevado número de bajas jamás mordió el polvo ni cedió en ningún combate, siguió en pié dando ejemplo de valor y heroísmo.

Hoy, ferviente soñador de las hazañas de unos hombres forjados en el valor y el honor, las palabras de Don Juan se convierten en efeméride con esta sencilla historia.

Sirva de permanente ejemplo para nuestros soldados. Estas son las palabras con las que recibió Don Juan el glorioso banderín:

<<Con emoción máxima recibo el banderín de la 16 compañía de la 4ª Bandera de la Legión y el mensaje que le acompaña. La lectura de esa historia de treinta y dos meses de gloria y honor, me llena de admiración el alma. La lista de nombres duros y magníficos de pueblos y ciudades desde Andalucía hasta Cataluña me hace sentir, con dolor intenso, casi el contacto con esa Patria que tanto amo y por la que hubiera querido luchar al lado de vosotros. Dios no lo quiso así… A su voluntad me entrego: y si es que para otro destino reserva mi vida, creedme que nada me confortará tanto en él, como la seguridad de tener a mi lado unos oficiales que saben, en la guerra, luchar de ese modo, y en la paz tener rasgos tan llenos de vieja hidalguía como el que vosotros acabáis de tener con mi persona.

Vuestro desgarrado banderín manchado de sangre ocupará en mi casa un puesto destacado de veneración y de respeto. Ante él, como ante un último capítulo de su historia, yo pediré a Dios cada día que me haga digno de esta España rescatada con tanto dolor. Afectuosamente os saluda, JUAN >>

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Lunes 2 de Abril 2018

 

MEDALLA MILITAR AL ALFÉREZ CAPELLÁN DE LA LEGIÓN. D. JOSÉ CABALLERO GARCÍA. EFEMÉRIDE: 20 FEBRERO

Misa de campaña. Frente de Madrid

Durante los combates librados en el frente del Jarama el día 20 de febrero de 1937, se destaca la actuación del alférez capellán José Caballero García de la I Bandera de la Legión. Uno de sus legionarios cae gravemente herido fuera de las trincheras propias y tras varios intentos por retirarlo, dos legionarios que habían acudido a su auxilio caen también heridos.

El capellán acude a ejercer su sagrada misión despreciando todo el peligro, atravesando una zona muy batida por el fuego; tras asistir a uno de los legionarios en sus últimos momentos, es herido en un brazo y en el pecho.

A pesar de ello logra evacuar a otro de sus legionarios hasta la trinchera, mientras el tercero llega a la misma por sus propios medios, dejándose arrastrar por una cuerda que le lanzaron sus compañeros.

El capellán se negó a ser evacuado, alegando que más importante que sus heridas eran los auxilios espirituales que podría seguir prestando.

Por su actuación heroica se le concede la Medalla Militar Individual.

19 febrero 2018

Blog: generaldavila.com

 

EL 716, EL CRISTO DE LOS PÍNFANOS Casi un cuento de Navidad General de Brigada (R.) Adolfo Coloma Contreras

Cristo de los Pínfanos El 716

Ahora las cosas son diferentes. Para ayudar a los huérfanos de militares, que de por sí ya sufren un gran trauma en su vida con la pérdida de su progenitor, el Patronato de Huérfanos ya no les ofrece un colegio donde seguir sus estudios, muchas veces lejos del hogar familiar. En la actualidad, les ayuda mediante unas prestaciones económicas según los estudios que cursan y sus vicisitudes personales. Pero durante muchos, muchísimos años, se les ofrecía ingresar como alumnos, normalmente internos, en colegios de huérfanos adquiridos y mantenidos con las aportaciones de todos los militares y alguna que otra donación o subvención de egregios benefactores.

En aquellos colegios los huérfanos aprendían a convivir fuera de sus hogares y establecían unos especiales vínculos de amistad, muchos delos cuales perduran años y años tras su permanencia en los colegios. A los huérfanos se les conocía cariñosamente con el apelativo de “pínfanos”, nombre de larga tradición en el Ejército, que probablemente tenga su origen en aquellos “educandos de banda” que por ser tan jóvenes, se les asignaba el más ligero de los instrumentos que acompañaban a las unidades militares. Sea como fuere, el número de “pínfanos” afortunadamente fue disminuyendo después de nuestra guerra, por lo que los colegios de huérfanos admitieron también a hijos de militares cuyos padres no habían fallecido. A estos últimos se les conocía como “aspirinos” porque de alguna forma aspiraban a ser pínfanos”. A los pínfanos el patronato les sufragaba los gastos escolares, los de manutención y alojamiento, mientras que a los aspirinos lo hacían sus padres. Esa era la única diferencia por lo que a la convivencia y el trato se refiere.

Ya imaginarán que estos colegios eran más bien parcos en medios, pero flotaba en ellos una suerte de solidaridad nacida de la propia necesidad y de esos vínculos de amistad que se crean cuando uno es joven y del denominador común de haber perdido a tu progenitor. Una prueba buena prueba de ello es esta entrañable historia que le voy a relatar brevemente.

Sitúense en los años sesenta del siglo pasado,en el colegio de huérfanos de Carabanchel Alto, entonces un barrio en la más absoluta periferia de Madrid. Allí se preparaba a alumnos para ingresar en la Academia General Militar (yo mismo me preparé en aquel colegio),  pero también funcionaba como colegio mayor para chicos que cursaban en Madrid estudios universitarios. A la madre de uno de los pínfanos le detectaron una grave enfermedad. Bueno, entonces las cosas no eran  como ahora que todo el mundo tiene seguridad social, ISFAS u otros sistemas de asistencia sanitaria. Entonces había sanidad privada o beneficencia. Los militares nos beneficiábamos de la sanidad militar, pero tenía unos recursos muy limitados.

El caso es que a la madre de este chico, la sanidad le cubría la operación que requería, pero no el tratamiento posterior, y este era costosísimo. Unas 30.000 pesetas de la época, cantidad muy respetable, que podría equivaler al sueldo de tres meses de un oficial. Una barbaridad para una viuda que vivía modestamente de su pensión de viudedad y de las ayudas que le proporcionaba el Patronato de Huérfanos del Ejército.

El huérfano en cuestión, abrumado por la triste noticia la comentó con sus más allegados y éstos lo hicieron con el resto. La noticia corrió como la pólvora. Los “choetanos” (alumnos del colegio de huérfanos de oficiales del ejército, pero que acogía igualmente alumnos hijos de suboficiales o de tropa) se movilizaron.  Se hicieron colectas, rifas. Se lo comunicaron al resto de colegios de huérfanos de la Armada, de la Guardia Civil y de la Policía. Se las ingeniaron para vender como chatarra viejas literas, armarios, mobiliario inservible y qué se yo cuantas más cosas hicieron para socorrer a la madre enferma del compañero.

Y al cabo reunieron unas 28. 000 pesetas que con modestia pero con orgullo ofrecieron a su compañero. Pero para entonces, su madre había conseguido la suma necesitada de otras instituciones, por lo que eldinero recaudado ya no era necesario y el chico con toda honestidad y agradecimiento así se lo hizo saber a sus compañeros.

Se plantearon entonces qué hacer con la suma recogida, y aquí surgieron todo tipo de iniciativas:– “Lo devolvemos a los que lo han aportado”– , dijeron unos.– Pero claro, no era fácil identificar a todos los donantes ni las cantidades que cada uno había entregado. – “Pues montamos un guateque”-, dijeron otros, para celebrar el éxito de la intervención y recuperación de la señora. Y alguna otra ocurrencia surgiría.

Medió entonces el capellán del colegio, el Padre Cuevas.Un antiguo militar que tras haber combatido en la guerra y haber sido condecorado con la Medalla Militar Individual (la cruz más importante de las Fuerzas Armadas Españolas, tras la Cruz Laureada de San Fernando) había colgado el uniforme y abrazado los hábitos. El Padre Cuevas les invitó a que con el dinero recaudado y como agradecimiento al Supremo Hacedor por lo que todos consideraban casi un milagro, compraran un Cristo para la capilla, pues la del modesto colegio carecía de uno. Y así lo hicieron. Adquirieron una talla de Cristo, de notable tamaño y muy lograda expresión. Cuando lo estaban colocando en la pared de la iglesia, a uno de ellos se le ocurrió  preguntar:

  • ¿Vosotros qué creéis.”Éste” será pínfano o aspirino?
  • -“Está muy claro.Si su padre está ya en la gloria, debe de ser un pínfano – respondió otro.
  • “Pues si es un pínfano debe tener un número”- medió un tercero.

En efecto, todos los alumnos del colegio teníamos asignado un número que nos identificaba para muchas cosas, entre otras, para identificar las prendas de ropa que entregábamos los viernes para la lavandería.

Dicho y hecho, fueron a administración y vieron el último número asignado a un alumno: el 715.Así es que al Cristo le correspondía el número siguiente: el 716. De esta manera, aquel cristo además de ser bautizado como “el Cristo de los Pínfanos” en adelante se le ha conocido también como el “716”

Desde entonces año tras año y mientras el colegio estuvo abierto, los alumnos que pasábamos por la aulas del CHOE de cuando en cuando acudíamos a la capilla para pedir la intercesión del “Cristo de los Pínfanos, el 716”, prometiéndole que si ingresábamos le ofreceríamos nuestros cordones de cadete.

 

Emblema de la Asociación de Huérfanos del Ejército

Algunos años después, el colegio se cerró. Ya no era necesario porque como digo, había disminuido sustancialmente el número de huérfanos. Fue transferido al Instituto Politécnico del Ejército, luego a otra unidad militar y la pista del cristo se perdió. En medio de tantos cambios, nadie reparó en la titularidad del “Cristo de los Pínfanos”, hasta que, la Asociación de Huérfanos del Ejército, una hermandad que aglutina a muchos de los huérfanos y huérfanas del Ejército que han pasado por sus diferentes colegios de  dio con él. Hoy en día, tras no pocas vicisitudes, esta entrañable talla está debidamente colocada en la entrada de la capilla de la Residencia Logística San Fernando, el antiguo Colegio de Huérfanos de Carabanchel Bajo.Junto a ella, un cuadro con los cordones de cadete que algunos viejos “choetanos” hemos ido ofreciéndole como agradecimiento y recuerdode nuestro paso por aquellos colegios, cuyo recuerdo está entrañablemente unido a los sones del “Viejo Trapillo” el himno del colegio, que rememoraba el uniforme de faena con que nos vestíamos, todos por igual, pínfanos y aspirinos, en el colegio y que rezaba más o menos así:

 

Viejo trapillo, mi mejor compañero

pronto presiento que te voy a dejar

un uniforme más fardón y elegante

Me espera en el Pilar.

……………………………………………..

Siento en mi pecho ostentar los cordones

de la Academia General Militar

cuando con ellos me presente a mi madre

¡Cómo voy a fardar!

 

El 716 con los cordones de sus Cadetes

Una bonita historia que creo merece la pena ser recordada y que he querido compartir con vds, amables lectores, ahora que se acercan esas fechas tan entrañables: La Navidad.

Adolfo Coloma

GB (R) del ET

Número1327del CHOE ALTO

Blog: generaldavila.com

13 diciembre 2017