DÉJENSE DE ALABANZAS Y QUIERAN MÁS A LOS SOLDADOS EN SU DURA MISIÓN Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Oigo alabanzas que se volverán lanzas en cuanto haya ocasión. Es muy nuestro. Al abrazarse hay que mirar siempre la mano del abrazador. Recuerdo una felicitación de alguien no muy amigo.

Felicitador: <<Enhorabuena por ascenso y fuerte abrazo>>.

Felicitado: <<Acepto felicitación y rechazo abrazo>>.

El cuadro de Las Lanzas, o La Rendición de Breda, de Velázquez es significativo e irónico. Siempre me he preguntado donde miran los que miran fuera del cuadro. Observe y de paso ¿por qué Velázquez nos saca al primer plano el culo del caballo en postura de dar una coz inmediata?

Cosas del genio sin desvelar, a pesar de que su pintura se cifra en eso: sencillez. Que es precisamente lo difícil en cualquier actividad.

En aquella ocasión, en Breda, no había felicitaciones, sino derrota, vencedor y derrotado, casi ni abrazo, sino simulación, y humo al fondo, de la batalla, donde los muertos ¿ya para qué? y ¿por qué?

La guerra es un mal permanente, tanto que a lo mejor ni es a ratos, sino siempre. Lo decía Spinoza, que está más bien en el corazón que en las armas, o sea que guerra hay siempre y por eso en Las Lanzas se exhiben y ahí siguen, el arcabuz, los guiones-banderas, y las mortales alabardas no arrojadas al suelo, sino en prevengan, para más tarde. Una escena señorial nos pinta Velázquez, pasajera, que después seguirá la guerra y para ello deben estar las tropas preparadas.

Llueven las felicitaciones, empalagosas, a los Ejércitos, porque son rastreadores, como los indios, y por otras cosas más que ya, de tanto decirlas, me aburre y, de paso, con ello, me he ganado unos cuantos amigos que ya no me saludan, menos mal, porque no aplaudo con las orejas todo lo que veo e intuyo. Ya saben de lo que les hablo.

Se trata de la guerra y, claro, todos quieren ganarla.

Muchas picas y caballos en la escena, cortesía, caballerosidad, nada de humillación, algo muy inusual.

En mi paleolítico militar, joven teniente destacado con mi unidad de Operaciones Especiales en la frontera de Navarra con Francia, con misión de su impermeabilización para evitar que atravesasen la línea de mugas los etarras para asesinar, tuve la ocasión de compartir momentos con un oficial francés y sus soldados. Al terminar, con una pequeña fiestecilla, donde salió la guitarra y las canciones, el francés me dijo algo que aún recuerdo.

—La diferencia entre tu mando y el mío es que veo que vuestros soldados os quieren.

Alabar no es querer, y felicitar tampoco lleva consigo abrazar. Lo empalagoso y melifluo no está, fíjense, en la Rendición de Breda.

No he visto ni oído una palabra de afecto y reconocimiento a nuestros soldados en Irak. Por ejemplo.

Habrá que renunciar a las armas, pero les recuerdo que la guerra seguirá, mientras permanezca en los corazones de los hombres

Spinoza: «La paz no es la ausencia de la guerra, es una virtud, un estado de la mente, una disposición a la benevolencia, la confianza y la justicia».

Puede que como en Breda. No se fíen.

Ahora déjense de alabanzas y quieran a los soldados. En su dura misión también, con las armas en la mano, que es lo suyo. Si es que quieren paz.

Para empezar, por ejemplo, paguen los caballos, las lanzas y a los actores.

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Blog: generaldavila.com

LOS GENERALES EN LA POLÍTICA General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

En Adrianópolis acabó la historia del ejército romano tradicional. La Infantería, su nervio, no captó que la historia empezaba a hacerse a caballo. El error no fue de los infantes. Fue la culpa de sus generales. Solo conocían relevar con rapidez y orden una fila de hombres cuando estaban cansados por otra de refresco. Hasta entonces tener un buen jefe de instrucción en los ejercicios y con dotes de mando era suficiente. Cualquiera podía mandar aquellas legiones. Los generales romanos, en su mayoría profesionales de la política, nada sabían de la maniobra. Ninguno hubiese vencido, a pesar de su número, al Gran Alejandro que mucho antes combatió y venció con un pequeño número de soldados bien disciplinados y mejor mandados. Conocía la maniobra y sabía con pocos vencer a muchos con el arte.

En Adrianópolis, año 387, resurge el arte militar, una nueva era en la que ya no es  suficiente un jefe de instrucción competente en sus ejercicios y con dotes de mando. Resurge como consecuencia de una gran derrota. Los godos con el caballo y el estribo en el equipo ecuestre derrotaron a Flavio Julio Valente. La primera victoria de la caballería pesada sobre la infantería. La consecuencia es de gran calado. Hay que poner de nuevo en marcha el arte de la guerra en el que llevaba insistiendo Sunzi desde siglos atrás. El general formado y hecho para la guerra. Arte y oficio.

No veo a un político haciendo la guerra, pero tampoco veo a un militar haciendo política. Hasta que las cosas se complican. Esa es la razón. Hoy ya no son suficientes los relevos de las agotadas huestes por otras más frescas. Hace falta algo más: maniobra. Para sustentarse en la silla es necesario el estribo. Los políticos están perdiendo la batalla, cada día, a cada movimiento dan con su cuerpo en el suelo. Generales, pocos, como estribo, se han sumado a la lucha política. Saben cuál es su misión: vencer a muchos con el arte, mantener la autoridad del general, vigilar sobre su ejército, velar por sus hombres. Es una lucha por la unidad de España. Única razón del paso al frente.

Muy a mi pesar creo que no durarán mucho. Dice Sunzi en El Arte de la Guerra cuales son las razones por las que un general puede llevar sus huestes al desastre: <<El orgullo, el sentido del honor demasiado susceptible, la falta de previsión y la excesiva compasión son serios inconvenientes para ejercer el mando>>. Hay otra muy poderosa. El Mariscal Montgomery nos recuerda en su Historia del Arte de la Guerra que el general Robert Edward Lee fue perdedor en la guerra civil norteamericana porque <<era demasiado caballero para el áspero negocio de la guerra>>. Que hoy es la política.

Malos tiempos para los generales de la política, para los soldados que se enredan en semejante arte, mucho más peligroso que la cruel guerra.

La rendición de Breda es cosa de otros tiempos en los que <<la cortesía, el buen trato, la verdad, la fineza, la lealtad, el honor, la bizarría; el crédito, la opinión, la constancia, la paciencia, la humildad y la obediencia, fama, honor y vida son…>>.

Lucidez. La que pueden aportar los hombres que saben del arte de la guerra para vencer a esta política de demolición del edificio llamado España.

Pero esta no es una guerra de caballeros. Recuerdo a mis queridos compañeros las palabras que en la introducción al libro de Flavio Vegecio Renato hace Jaime de Viana cuando aconseja cómo estudiar el arte militar para sacar grandes ventajas: <<Si supieran ustedes distinguir la parte del casco que sirve para la defensa de la que sirve para el adorno>>. En política todo se confunde.

Ya está bien de adornos. Es necesaria una defensa férrea de España y las opciones están a la vista.

Con o sin generales la maniobra es defender la unidad de España.

Peleen por ello, unidos, sin fisuras y traiciones, sin rencillas entre las propias fuerzas, que todas son necesarias.

La otra alternativa, la de Podemos y Sánchez, ya la conocen; están bien pertrechados y sin fisuras.

Lucidez, lucidez, es la cualidad primera del general.

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

26 abril 2019