Oigo alabanzas que se volverán lanzas en cuanto haya ocasión. Es muy nuestro. Al abrazarse hay que mirar siempre la mano del abrazador. Recuerdo una felicitación de alguien no muy amigo.
Felicitador: <<Enhorabuena por ascenso y fuerte abrazo>>.
Felicitado: <<Acepto felicitación y rechazo abrazo>>.
El cuadro de Las Lanzas, o La Rendición de Breda, de Velázquez es significativo e irónico. Siempre me he preguntado donde miran los que miran fuera del cuadro. Observe y de paso ¿por qué Velázquez nos saca al primer plano el culo del caballo en postura de dar una coz inmediata?
Cosas del genio sin desvelar, a pesar de que su pintura se cifra en eso: sencillez. Que es precisamente lo difícil en cualquier actividad.
En aquella ocasión, en Breda, no había felicitaciones, sino derrota, vencedor y derrotado, casi ni abrazo, sino simulación, y humo al fondo, de la batalla, donde los muertos ¿ya para qué? y ¿por qué?
La guerra es un mal permanente, tanto que a lo mejor ni es a ratos, sino siempre. Lo decía Spinoza, que está más bien en el corazón que en las armas, o sea que guerra hay siempre y por eso en Las Lanzas se exhiben y ahí siguen, el arcabuz, los guiones-banderas, y las mortales alabardas no arrojadas al suelo, sino en prevengan, para más tarde. Una escena señorial nos pinta Velázquez, pasajera, que después seguirá la guerra y para ello deben estar las tropas preparadas.
Llueven las felicitaciones, empalagosas, a los Ejércitos, porque son rastreadores, como los indios, y por otras cosas más que ya, de tanto decirlas, me aburre y, de paso, con ello, me he ganado unos cuantos amigos que ya no me saludan, menos mal, porque no aplaudo con las orejas todo lo que veo e intuyo. Ya saben de lo que les hablo.
Se trata de la guerra y, claro, todos quieren ganarla.
Muchas picas y caballos en la escena, cortesía, caballerosidad, nada de humillación, algo muy inusual.
En mi paleolítico militar, joven teniente destacado con mi unidad de Operaciones Especiales en la frontera de Navarra con Francia, con misión de su impermeabilización para evitar que atravesasen la línea de mugas los etarras para asesinar, tuve la ocasión de compartir momentos con un oficial francés y sus soldados. Al terminar, con una pequeña fiestecilla, donde salió la guitarra y las canciones, el francés me dijo algo que aún recuerdo.
—La diferencia entre tu mando y el mío es que veo que vuestros soldados os quieren.
Alabar no es querer, y felicitar tampoco lleva consigo abrazar. Lo empalagoso y melifluo no está, fíjense, en la Rendición de Breda.
No he visto ni oído una palabra de afecto y reconocimiento a nuestros soldados en Irak. Por ejemplo.
Habrá que renunciar a las armas, pero les recuerdo que la guerra seguirá, mientras permanezca en los corazones de los hombres
Spinoza: «La paz no es la ausencia de la guerra, es una virtud, un estado de la mente, una disposición a la benevolencia, la confianza y la justicia».
Puede que como en Breda. No se fíen.
Ahora déjense de alabanzas y quieran a los soldados. En su dura misión también, con las armas en la mano, que es lo suyo. Si es que quieren paz.
Para empezar, por ejemplo, paguen los caballos, las lanzas y a los actores.
Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)
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