En una deliciosa biografía de Wellington escrita por Andrés Révesz, encontramos inspiración para la paz de las experiencias de la guerra. En alguna ocasión les he hablado de la batalla de Vitoria (21 junio 1813), pero no recuerdo haberles contado la anécdota de uno de los más bizarros oficiales ingleses de Artilleria, el capitán Ramsay.
Al empezar la batalla, Wellington le ordenó colocarse con su batería en un lugar apartado del frente, no parecía el más adecuado para el combate, con orden de no moverse de allí si él mismo no le daba la contraorden. Durante el desarrollo del combate el capitán Ramsay se desesperaba por su inacción, lejano al lugar que creía corresponderle cerca de las primeras líneas de combate.
Un general que por allí pasaba le recriminó.
-¿Qué hace usted aquí?
-Nada, aquí me ha colocado el marqués y supongo que aquí tendré que quedarme.
El general pensó que aquello era inútil y ordenó al capitán que le siguiese con su Artillería.
El capitán obedeció.
Vencidos los franceses, se retiraban por la carretera de Pamplona, lo que se comunicó a Wellington diciéndole.
-Que lástima que no tengamos nada para detenerlos.
-¿¡Cómo que nada!?, exclamó el Duque.
-¿Qué hay con los cañones del capitán Ramsey?
Se le retiró del servicio. Ramsey volvió a los dos años a reintegrarse al Ejército y cayó junto a sus cañones en Waterloo.
Llevo días repitiendo: <<Que cada uno cumpla con su deber>>, y no otro. Los alardes o las reacciones teatrales de nada sirven en un jefe, sino para llevar a sus hombres a la derrota y a la muerte. Todos somos importantes en el lugar que a cada uno le corresponde por muy humilde o insignificante que nos parezca. Ni estar más arriba, ni más abajo, sino allí donde está tu lugar: cumple, lo mejor que sepas, cumple. Cumple, pero no te exhibas.
Nos enseña el antiguo Reglamento Táctico de Infantería: <<El oficial ha de abstenerse en el combate de realizar alardes inútiles de valor>> […] <<todas sus actividades y todo su valor, en el verdadero concepto de esta palabra, han de tender a conservar durante el mayor tiempo y en el más alto grado, las energías físicas y morales de su tropa…>>.
Veo alardes y pésima gestión en esta guerra contra el coronavirus. Surge repentinamente lo mejor y lo peor. Exhibiciones inútiles. Al final todo se sabe, pero no sé cómo se las apañan que no todo se juzga.
Les hablaba la pasada semana de estos bravos soldados, de bata y mascarilla, que luchan en primera línea del frente jugándose la vida, mal dotados y equipados, pero con la voluntad firme, el saber hacer y sacrificio ejemplares.
Falla la dirección de la guerra. Malos generales.
El que un día quiso organizarlos, sin saber nada de soldados, solo acertó cuando dejó escrito:
‹‹Un acto revolucionario, una resolución oportuna y útil, no califican para mandar. Si el ranchero impide que su batallón se subleve o el buzo de un acorazado logra que la oficialidad no se pase al enemigo con el barco, déseles un premio, pero no me hagan coronel al ranchero ni almirante al buzo. No sabrán serlo. Perderemos el batallón y el barco›› (Azaña. La velada en Benicarló)
No he encontrado mejor calificativo: el ranchero y el buzo. Uno con la sartén por el mango dándonos bazofia. El otro en las profundidades de las ciénagas. Obvio. No es necesario dar sus nombres. No les daría ni un premio, simplemente les haría abandonar la gestión. Bastante error se cometió haciéndoles coronel y Almirante. Han hundido el barco y traen hambre para todos.
Cada uno su deber. Cumplan la orden. No muevan los cañones de lugar. Pueden ser necesarios el día que huyan.
<<A Glauco, el Cabrero: ¡Glauco, guardián de los rebaños! Te pondré en la mente esta advertencia: Ante todo da de comer al perro junto a la puerta del patio, pues es quien primero oye al hombre que se acerca y a la fiera que entra en el cercado>> (Homero. Himnos).
Perderemos el batallón, el barco y… el perro murió, sin alimento, sin oír a la fiera que entraba. Lo habían matado.
El enemigo está ya dentro.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
Blog: generaldavila.com
30 marzo 2020