La pasada noche electoral asistimos a la danza de la derrota alrededor de las cenizas de España. Entre todos habían incendiado la patria que ardía en inaudito aquelarre mientras los basureros esperaban para retirar sus restos humeantes. Ebrios de alucinógenos que consume el odio de la derrota buscaban los perdedores, con saltos y botes alocados, una victoria más allá de las urnas, en los entresijos de la ilegalidad que el voto puede conceder.
Muchos, no mayoría, de ahí el aquelarre, asistíamos absortos a las imágenes que las televisiones proyectaban como resumen del día electoral.
Incomprensible o quizá no tanto. Tácticas de malos soldados que a veces dan ventajas en el campo de batalla para caer luego sobre tus espaldas.
El presidente del Gobierno, en este caso como líder del PSOE, salía en su sede como victorioso de unas elecciones que acababa de perder. La ministra de la Hacienda pública daba saltos enloquecida como si la Hacienda quedase en casa, algo esperpéntico, y la esposa del presidente daba saltos y tumbos quizá por lo del cambio de colchón. Inaudita la escena de un perdedor que no felicita al ganador y que, por tanto, espera pactar para gobernar con lo único que le queda: Txapote y Puigdemont.
España, que ya no sería España, queda en manos de un fugado de la justicia española amparado por una Europa que nos mira, pero nos mira mal y sonríe. Está encantada (poderes mágicos que guardan durante todo este tiempo al prófugo que decide el futuro de España).
Al final el resumen es que con las pistolas, la bomba lapa y el incumplimiento de la Ley se puede llegar muy lejos, tanto como para darle la vuelta a una victoria electoral limpia, insuficientemente ganadora, pero ganadora.
Ahora es el momento de que aflore la soberbia política. De abandonar al partido ganador en busca de la traición a la nación. Es un final triste para España.
Tan triste que incluso los que están recogiendo votos «de aquel descontento pasado», los que dicen ser los únicos que lo hacen con eficacia y valor para España, para hacer una España fuerte y sana, cargaban contra los ganadores como si la causa de su derrota fuesen los ganadores que, por cierto, no dejan de ser los mismos, ellos mismos pero con el ceño fruncido. Así no vamos a ninguna parte. Dudo de qué España queremos. Cada vez se ve más claro hacia dónde vamos y como la táctica de divide y vencerás le está dando resultados inmejorables a su creador. Es un invento ya probado con éxito en otros lugares. ¡Ah Europa! ¿Te acuerdas? Tarde pero aprendemos. Cada uno debe aprender de sus propios errores sin mirar el examen del que se sienta a tu lado.
Los conservadores suelen ser vagos y lentos y hoy la guerra exige sacrificio y rapidez. Eso ha faltado.
No es fácil el momento ni sabemos lo que pasará, pero aquí con tal de que te den un pito de oro (una pasta), una gorra, el acta de Diputado y que te saluden en tu pueblo, te venden España con Gibraltar incluida. Ya lo han hecho.
Esta es la España de Zapatero, la de Sánchez la de Puigdemont y la de Txapote. No sé si a ustedes esta opción les gusta. ¿Qué no? Pues haber votado otra. Porque alguno no ha votado, ¿verdad?
En sus manos quedamos. ¿En las de quién? No lo sé. ¿Puigdemont, Txapote o Sánchez?
Dos alternativas:
1.—Nuevas elecciones, y cuidado porque puede ser la puntilla o, por el contrario, resurgir de las cenizas. Otros no van a votar por usted así que espabilen
2.—Despídanse de España. A lo mejor es lo que quieren los españoles.
Por lo pronto el ganador de las elecciones debe rentabilizar su victoria, exhibirla y no olvidarla. Enmendarla también.
Luchar juntos. ¿Es posible? ¿Es posible bajar el nivel de vanidad? ¿Es posible abrir los ojos ante lo que tenemos? ¿Es posible dejar de mirar para atrás?
Hay que adentrarse en el bosque de los Cedros y acabar con Humbaba, derrotar al Toro Celeste, y para ello deben ir juntos Gilgamesh y Enkidu, aunque al final uno deba morir.
Un consejo añadido:
«Vino a Colofón un anciano y divino aedo, servidor de las musas y de Apolo, el que hiere de lejos, teniendo en sus manos la melodiosa lira.
Los dioses no le hicieron cavador ni labrador, ni hábil en ninguna otra cosa: carecía de todo arte.
Sabía muchas cosas, pero todas las sabía mal.
Muchas cosas sabe la zorra, pero el erizo una grande» (Margites).
Todo lo que fue sigue siendo, incluso entre la zorra y el erizo.
En cualquier caso el perder batallas enseña a ganarlas. Eso espero por el bien de todos.
Rafael Dávila Álvarez
26 julio 2023
Blog: generaldavila.com