ESPAÑA EN EL AQUELARRE. Rafael Dávila Álvarez

La pasada noche electoral asistimos a la danza de la derrota alrededor de las cenizas de España. Entre todos habían incendiado la patria que ardía en inaudito aquelarre mientras los basureros esperaban para retirar sus restos humeantes. Ebrios de alucinógenos que consume el odio de la derrota buscaban los perdedores, con saltos y botes alocados, una victoria más allá de las urnas, en los entresijos de la ilegalidad que el voto puede conceder.

Muchos, no mayoría, de ahí el aquelarre, asistíamos absortos a las imágenes que las televisiones proyectaban como resumen del día electoral.

Incomprensible o quizá no tanto. Tácticas de malos soldados que a veces dan ventajas en el campo de batalla para caer luego sobre tus espaldas.

El presidente del Gobierno, en este caso como líder del PSOE, salía en su sede como victorioso de unas elecciones que acababa de perder. La ministra de la Hacienda pública daba saltos enloquecida como si la Hacienda quedase en casa, algo esperpéntico, y la esposa del presidente daba saltos y tumbos quizá por lo del cambio de colchón. Inaudita la escena de un perdedor que no felicita al ganador y que, por tanto, espera pactar para gobernar con lo único que le queda: Txapote y Puigdemont.

España, que ya no sería España, queda en manos de un fugado de la justicia española amparado por una Europa que nos mira, pero nos mira mal y sonríe. Está encantada (poderes mágicos que guardan durante todo este tiempo al prófugo que decide el futuro de España).

Al final el resumen es que con las pistolas, la bomba lapa y el incumplimiento de la Ley se puede llegar muy lejos, tanto como para darle la vuelta a una victoria electoral limpia, insuficientemente ganadora, pero ganadora.

Ahora es el momento de que aflore la soberbia política. De abandonar al partido ganador en busca de la traición a la nación. Es un final triste para España.

Tan triste que incluso los que están recogiendo votos «de aquel descontento  pasado», los que dicen ser los únicos  que lo hacen con eficacia y valor para España, para hacer una España fuerte y sana, cargaban contra los ganadores como si la causa de su derrota fuesen los ganadores que, por cierto, no dejan de ser los mismos, ellos mismos pero con el ceño fruncido. Así no vamos a ninguna parte. Dudo de qué España queremos. Cada vez se ve más claro hacia dónde vamos y como la táctica de divide y vencerás le está dando resultados inmejorables a su creador. Es un invento ya probado con éxito en otros lugares. ¡Ah Europa! ¿Te acuerdas? Tarde pero aprendemos. Cada uno debe aprender de sus propios errores sin mirar el examen del que se sienta a tu lado.

Los conservadores suelen ser vagos y lentos y hoy la guerra exige sacrificio y rapidez. Eso ha faltado.

No es fácil el momento ni sabemos lo que pasará, pero aquí con tal de que te den un pito de oro (una pasta), una gorra, el acta de Diputado y que te saluden en tu pueblo, te venden España con Gibraltar incluida. Ya lo han hecho.

Esta es la España de Zapatero, la de Sánchez la de Puigdemont y la de Txapote. No sé si a ustedes esta opción les gusta. ¿Qué no? Pues haber votado otra. Porque alguno no ha votado, ¿verdad?

En sus manos quedamos. ¿En las de quién? No lo sé. ¿Puigdemont, Txapote o Sánchez?

Dos alternativas:

1.—Nuevas elecciones, y cuidado porque puede ser la puntilla o, por el contrario, resurgir de las cenizas. Otros no van a votar por usted así que espabilen

2.—Despídanse de España. A lo mejor es lo que quieren los españoles.

Por lo pronto el ganador de las elecciones debe rentabilizar su victoria, exhibirla y no olvidarla. Enmendarla también.

Luchar juntos. ¿Es posible? ¿Es posible bajar el nivel de vanidad? ¿Es posible abrir los ojos ante lo que tenemos? ¿Es posible dejar de mirar para atrás?

Hay que adentrarse en el bosque de los Cedros y acabar con Humbaba, derrotar al Toro Celeste, y para ello deben ir juntos Gilgamesh y Enkidu, aunque al final uno deba morir.

Un consejo añadido:

«Vino a Colofón un anciano y divino aedo, servidor de las musas y de Apolo, el que hiere de lejos, teniendo en sus manos la melodiosa lira.

Los dioses no le hicieron cavador ni labrador, ni hábil en ninguna otra cosa: carecía de todo arte.

Sabía muchas cosas, pero todas las sabía mal.

Muchas cosas sabe la zorra, pero el erizo una grande» (Margites).

Todo lo que fue sigue siendo, incluso entre la zorra y el erizo.

En cualquier caso el perder batallas enseña a ganarlas. Eso espero por el bien de todos.

Rafael Dávila Álvarez

26 julio 2023

Blog: generaldavila.com

 

 

LA GUERRA: LA PECULIAR NATURALEZA DE SUS MEDIOS General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

«La guerra es un acto de fuerza para obligar al contrario al cumplimiento de nuestra voluntad».

Podría haber dicho Clausewitz: La política es un acto de fuerza para obligar al contrario al cumplimiento de nuestra voluntad. De ahí la sutileza de su definición: «La guerra es la simple continuación de la política con otros medios. Queda sólo como exclusivo de la guerra la peculiar naturaleza de sus medios».

Las cosas han cambiado de manera que ya los tratadistas militares se quedan a mitad de camino; solo aciertan y son válidos los que emplean la filosofía en sus análisis porque la guerra ya no tiene definición, ni frentes, no hay límites geográficos ni se distinguen las vanguardias de las retaguardias. Es total y sin periodos de descanso; vive con nosotros.

Entendemos a Freud. Dice que la superioridad intelectual comienza ya a desplazar a la fuerza muscular bruta, pero el objetivo final de la lucha sigue siendo el mismo: eliminar al enemigo, matarle. Ya no es exclusiva característica de la guerra la naturaleza de sus medios. Se mata sin recurrir a la fuerza bruta; y eso es la guerra, ahora más sibilina y dulce.

La guerra actual no marca líneas que diferencien la política de la guerra y se usan los mismos medios de destrucción en uno y otro caso, porque no es el medio, sino el fin lo que a la política le interesa. Toda la palabrería de guerra es un vano recuerdo ni servible ni comparable a aquellos conflictos. No cambia desde Gilgamesh o, más conocido, desde la Ilíada, el concepto de guerra: matar al contrario. No le queda más remedio a Freud que sacar a relucir la teoría de las pulsiones: «conservar y unir (eróticas) — destruir y matar (de destrucción)». Es como fue y es como es y será.

El cambio en nuestros días es tan sutil como profundo: ya no hay enemigos, ni declaraciones de guerra, todos son adversarios y mediáticos ataques contra el honor y la razón como sustitutos de la más agresiva artillería. Las doctrinas militares no hablan de enemigo, hablan de adversarios, crisis o conflictos armados; con cinismo apartan de sus vocabularios la palabra guerra, indefinible, inasumible en su ortodoxia. Moderna.

Las concesiones políticas, el no a la guerra de Irak o la retirada de Afganistán, como válidos ejemplos, ha causado más muertos y tragedias humanas que la misma guerra, que el peor de los misiles. El mundo avanza hacia el desequilibrio total, desconocido, que hace que todas las teorías de la guerra, los estudios ancestrales y los análisis más consecuentes se queden como simples panfletos; ante lo que se avecina.

Es la dominación pacífica, dominación a la postre que, en cualquier momento y por cualquier nimiedad, puedes estallar en una explosión tan inimaginable como Hiroshima, no distinta del objetivo de la guerra: «obligar al contrario al cumplimiento de nuestra voluntad». Matar.

No hay más. En este juego de la guerra, tan íntimo y humano, ya no hay vencedores o vencidos, hay muertos y vivos y la muerte no es exclusivamente la pérdida de la vida, sino andar sin rumbo ni horizonte con el que soñar.

Es decir: lo que ahora tantos y tantos viven como consecuencia de esta guerra que padecemos.

Son las nuevas víctimas de esta guerra a la que solo se le ha cambiado el nombre y la naturaleza de sus medios. Ya no son tan peculiares. Ni los soldados llevan uniforme.

El final me lleva a pensar que la guerra, como locura que era, se ha hecho; y es: racional, moderna y homologada. De ahí su verdadero peligro.

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

3 noviembre 2021

 

DON PIJOTE Y SANCHO CHANCLAS Rafael Dávila Álvarez

Don Pijote no era rico, pero al menos alto, hidalgo de cuna, tanto que casi no cabía en sí. Sancho, que luego surgió lo de Chanclas, no era pobre, pero al menos de poca comida desde su nacimiento. Eso les hacía, siendo iguales, distintos, como el caballo y el burro, de cuadra y pesebre. Distintos por dentro, esa diferencia que se nota en cosas, no todas, ya que la gordura o la finura no distinguen ni siempre significan, ni dignifica comer más o menos, ni de más o de menos. Quizá sea cuestión de comer mejor o peor.

Sancho Chanclas quería mandar porque le había oído a D. Pijote «que es bueno mandar, aunque sea a un hato de ganado». Así él llegó al paraíso donde la luz y la gasolina eran gratis, y te seguía una cohorte de pelotas sin futuro. Todo era divino, pero aburrido porque ocurre que la luz nunca encontró a la oscuridad ni el agua al alcohol; el día nunca recibió en sus salones a la noche y la caverna no escuchó los gritos de la taberna. No había redes porque los peces y las aves no conocían más allá de su momento y nunca sabían si era ayer o mañana, solo entonces.

Un día de esos de ensoñación, el Sol amenazante y la noche como siempre, Sancho Chanclas tuvo una iluminación y llegó a decir: «Lo elegíaco, lo ceremonial, no rigen para los inmortales» lo que a don Pijote hizo sudar por tener que entregarse al pensamiento. Uno llevaba ese día un lacoste, el del cocodrilo, y el otro una camiseta blanca de tirantes y entre sí había envidia por querer ser y usar lo contrario.

Cambió el mundo en esos arrebatos de temporada, por el cambio climático, y llegaron olas desconocidas y murieron los dinosaurios —otros aparecieron— y Madrid hubo que ocuparla por la Moncloa y Guadalajara; en el Jarama no había puentes para cruzarlo y fue un lugar de veraneo a la italiana. Ese Madrid que nunca está en lucha, pero contra él todos.

A D. Pijote le gustaba repetir «y, y…», que no dejaba de añadir «y», porque así tomaba aire, que no tenía más oxígeno que el de un cerebro necrosado de tomar tanto el sol en las alturas, más de los tres mil metros de altitud, y con la bacinilla puesta que no le cubría apenas. Además como saltaba para encestar subía aún más.  Sancho era distinto, siendo el mismo, porque era bajito y se cubría con sombrero de paja que compartía con su burro, que no subía más de cien metros, con lo que nunca pudo llegar a nada. Además Chanclas se ponía muy nervioso porque él andaba despacio y Pijote hablaba sin hablar porque hablaba para él y se escuchaba él. Así que no había manera de subir ni bajar que solo subía Pijote; y Sancho nada. Nada, de nada se enteraba. Nada decía una y otra vez. Otra vez nada; repetía.

Como D. Pijote era de familia de siempre, muy amplia y mundial, de partido con muchos hijos repartidos por los mundos, por las rusias y las alemanias, las de agosto del día 23 de 1939 de no agresión, decía, a Sancho —que este nunca escuchaba más de un minuto seguido, y hacía bien—, que él castigaba con obras no con palabras, pues no era suficiente al desdichado la pena del suplicio y había que añadir las malas razones. Perdonar nunca y siempre escribir, los que saben, la historia, para que sea tan alta como nuestras miras, porque el patio de nuestra casa no es particular y cuando llueve no se moja como los demás. Para eso hay que estar siempre en vigilancia y que nadie se cuele, que enseguida se nota porque huele a los ajos que come, y a cebolla, con ribera del Duero; también a solomillos veganos. La morcilla ya dijo D. Ángel que se repite; como la guerra.

La justicia del Pijote era él, aguantarle a él, su altura (de miras) y cambiarle el colchón porque le olían los pieses cuando jugaba al baloncesto.

Tenía un espejito en un lugar escondido y oculto llamado Moncloa, con un bosque repleto de lobos y manadas de hienas, y todas las mañanas consultaba con el espejito, pero Chanclas desde que supo que se llamaba así, que fue de siempre, le decía que Gilgamesh también buscó la inmortalidad y nada. Que le habían hablado de un tal Borges que tampoco, y que a Sócrates no le gustaba preguntar a otros, sino que se preguntaba y respondía él solo. Así que Pijote no escuchaba. Solo miraba al espejo. «Existe un rio cuyas aguas dan la inmortalidad; en alguna región habrá otro río cuyas aguas la borren», dijo un día Sancho, que lo traía escrito de un amigo que se lo regaló. Pijote dijo: Eso no va con nosotros, somos el río primero, somos socios, y una cuerda nos une a unos y a otros hasta el fin que para nosotros nunca será.

Chanclas estuvo a punto de apuntarse a ese grupo o partido, que no sabía que era eterno, pero pensó en su burro que no era caballo, y decidió echar los papeles para notaría o fiscalía, así podría vivir eternamente mientras aprobaba que sería nunca jamás. Le esperaba el ejecutivo que sonaba muy bien, aunque mejor sonoridad tenía el judicial para presumir en su pueblo ante el juez de paz que se las traía tiesas con él.

Esto que les cuento sucedió con Homero, que fue una odisea que vino después de una Ilíada o liada, que no se sabe muy bien la que se armó allí en Troya por una mujer que debía ser muy guapa ¿o fueron varias?

Que mejor dejarlo porque las flechas volaban y hasta el Escamandro un día se salió de su sitio y aquello aún se recuerda. Ulises era muy listo y relata lo de don Pijote, pero el que más aprendió fue Calzas ya que fue inmortal, del que uno se acuerda. Don Pijote murió de un ataque de pijo cuando alcanzó el palacio y se lo encontró lleno de esos lobos, hienas y cuervos y empezó a subir la luz, y el gas, y el agua, y el vino, y la gasolina, y las hamburguesas de tréboles y sobre todo cuando a una manifestación de vacas que querían ser comidas le sucedíó otra de toros que querían embestir; y se dejó.

Todo fue y nada quedó; excepto Sancho Chanclas que sigue cada mañana madrugadora en un tren que nunca llega, y será eterno porque ni sabe de dónde viene ni a donde va. Se pregunta, ¿y qué más da si cuando llegue ya se habrá acabado todo y tendré que empezar de nuevo?

Pijote hace tiempo que dejó de interesar porque no sabe otra cosa que mirarse al espejo y creer que él son todos; y a todos, nadie se lo ha explicado, lo que les importa es lo del tren, que llegue pronto y la espera sea entretenida mientras lee eso de Homero, o de Diógenes.

Desnudos vinieron los dos, uno se prendó del mundo y el otro lo aborreció. Los dos querían ser inmortales, pero el tren, dicen de la vida, se los llevará a los dos.

Ninguno dijo nada para la posteridad ni nada buscaba Chanclas dejar en el monumento que se alza a la vulgaridad que está lleno y esparcido por las calles y museos.

¡Vaya usted a saber! ¡Velay!, y no me hagan mucho caso. Es el final de agosto y ya se sabe lo que viene después.

Rafael Dávila Álvarez

31 de agosto 2021

Blog: generaldavila.com

 

 

 

 

EL DEBATE: ¿A CUÁNTAS RESIDENCIAS FUE USTED SEÑOR IGLESIAS? Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Después del debate televisivo del pasado día 21 he repasado los medios informativos para conocer opiniones y resultados de las encuestas. Me sorprende leer en uno de ellos que ha sido más visto un canal que emitía una entrevista con Rocío Carrasco que el debate. Bueno pues así están las cosas.

También leo en El Español un tema que a muchos les habrá pasado desapercibido, pero que reviste enorme importancia.

En un momento del debate la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso preguntó al señor Iglesias:

—¿A cuántas residencias fue usted siendo el responsable del mando único? Sólo la UME nos ayudó por parte del Gobierno de España, le espetó la candidata del PP y presidenta madrileña.

El señor Iglesias contestó.

—¿Sabe quién daba las indicaciones a la Unidad Militar de Emergencias de dónde había que desinfectar las residencias? La Vicepresidencia Segunda de Derechos Sociales era la que daba las indicaciones de cuáles eran las residencias que había que desinfectar.

Continúa diciendo el digital que «Fuentes del Ministerio de Defensa consultadas por EL ESPAÑOL instantes después de producirse esta afirmación, desmintieron categóricamente que fuera Iglesias, en su etapa como vicepresidente, el encargado de dar las órdenes a la UME en la Operación Balmis, dirigida a actuar contra la pandemia».

Solo faltaría, aunque no será por falta de ganas.  A él, y a los que le rodean, le gusta esto de los soldados, pero bajo sus órdenes y criterios, de lo que ya algo sabemos. Querer no es poder y no puede quien quiere poder, sino quien quiere, pero de quereres, que son cosa distinta, así que quiéreme menos, pero quiéreme mejor.

El rastro que deja este señor no se sigue por las residencias ni conoce los riesgos que la labor de la UME y otras unidades de los ejércitos y Armada tuvieron que afrontar para asegurar la salud de nuestros compatriotas. Ni en las residencias de mayores ni en los cuarteles huele a Iglesias.

Es bueno hacerle ver a este señor que él mandar no manda nada y que a los soldados ni tocarlos y menos ordenarlos que ya se ordenan solos con sus mandos naturales, la Ley y sus reglamentos.

Del conjunto del debate solo decir que el nivel fue tan elevado que lo tengo grabado para que las futuras generaciones sepan que no se puede entender la historia sin una lectura profunda de la vida de una serie de personajes que han marcado, para bien en ocasiones, para mal en otras, el acontecer de los hombres. Y es que quienes impulsados y con sus dotes personales han hecho caravana se han convertido en anábasis o catábasis; y ello ocurre desde Gilgamesh hasta nuestros días. Lo peor de todo es la mediocridad y que, ellos, los mediocres alcancen lugares de poder.

¿Puede ponernos un ejemplo? Pues ya está puesto.

En el debate no hubo una gran batalla sino un cruce de cañonazos y un ruidoso coro de gritos.

Aún no debemos preocuparnos ya que «somos una pequeña brizna de vida que es lo único verdadero en medio de la comedia del mundo». ¡Velay!, maestro.

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Blog: generaldavila.com

26 abril 2021