Queridos lectores:
Hoy queremos publicar un artículo que nos remite don Francisco Hidalgo Repiso, teniente retirado del Ejército del Aire y asiduo lector de este blog. Se trata del resumen de la hoja de servicios del Sargento José Aranda Sotomayor, veterano infante y joven piloto que tras haber participado en las Campañas de Marruecos y haber sido un pionero de la Aviación Militar, encontró muy joven la muerte en acto de servicio. Se trata de uno de tantos soldados españoles, catalán por más señas, que se dejó la piel, y la vida en el servicio de la patria. Al recordarlo, lo hacemos presente.
Les dejamos con el testimonio escrito por el Teniente Hidalgo.
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EL OLVIDADO SARGENTO D. JOSÉ ARANDA Y SOTOMAYOR
Investigando su genealogía el Brigada de Infantería Don José Barón Hidalgo, encontró que entre sus ancestros aparecía olvidado el Sargento José de Aranda y Sotomayor, que falleció en el cumplimiento de su deber formando parte de una escuadrilla aérea de Barcelona. Era conocido por sus compañeros como ese hombre “grande” que sufría todo antes que hacerle mal a nadie. Fue un gran Militar, que participó en duros y fieros combates como infante, como ametrallador-bombardero y como piloto de aviación. Se salvó de un accidente aéreo, ascendió por méritos de guerra y participó en el Desembarco de Alhucemas bajo el mando del Coronel Francisco Franco. Fue también escolta del Infante D. Alfonso de Orleans y de Borbón.
José de Aranda y Sotomayor nació en Barcelona en 1904, tercero de seis hermanos. A la edad de 21 años fue llamado a filas siendo destinado al Batallón de Cazadores de Arapiles nº 9 en el que se encuadró en la 2ª compañía de cazadores, incorporándose a la unidad en Tetuán el 15 de enero de 1925. Un mes más tarde, el 15 de Febrero prestó juramento de fidelidad a la Bandera, permaneciendo en periodo de instrucción en Tetuán hasta el 20 de marzo. Dos días después fue destacado con su unidad al Sector de Gorgues (monte que dominaba Tetuán), donde fue ascendido por sus méritos a Soldado de 1ª.
El día 23 de junio recibió su bautismo de fuego en una operación en la que su compañía había de proteger una batería de artillería. A partir de entonces participó en numerosas operaciones de combate y protección de puestos de fortificados.
El 5 de septiembre su batallón embarcó en el vapor “Vicente Ferri” con otras unidades con rumbo a la Bahía de Alhucemas, que alcanzó el día siguiente, participando en una demostración ofensiva sobre Mad-San junto a la playa de Cebadilla. Formó entonces parte de la primera oleada del desembarco que bajo el mando del Coronel D. Francisco Franco Bahamonde a mediodía ponía pie en la citada playa de Cebadilla y continuó progresando hasta Morro-Nuevo. Permaneció en zona de combate hasta que fue Nombrado alumno ametrallador-bombardero el de 23 de noviembre de 1925, por lo que se despidió de su unidad, incorporándose a la Escuela de Tiro y Bombardeo Aéreo en los Alcázares (Murcia).
El 25 de febrero de 1926 recibió el título de ametrallador-bombardero siendo destinado al Aeródromo de Getafe, donde se incorporó el día 12 de Marzo y quedó prestando los servicios de su clase como ametrallador-bombardero. Allí fue promovido al empleo de Cabo de Infantería por el comandante General de Ceuta. A continuación fue destinado al Aeródromo de Melilla donde se incorporó el día 15 de Abril.
En diciembre de ese mismo año, fue nuevamente destinado al Grupo Aéreo de Tetuán, aeródromo de Larache, donde se incorporó el día 19 participando en bombardeos de apoyo a diferentes columnas y posiciones. En una de aquellas misiones su avión sufrió una avería, destrozándose en el aterrizaje, pero José Aranda resultó ileso.
Ya en 1927 continuó participando en los reconocimientos aéreos del frente, bombardeando posiciones enemigas y apoyando a la columna del Teniente Coronel Capaz, lo que le valió la felicitación a toda la escuadrilla a petición del propio Capaz al comandante General de Ceuta, quien se la telegrafió al Jefe del aeródromo en estos términos: “Enterado de la labor realizada por escuadrilla hispano en apoyo columna Capaz expreso a V.S y encargo haga presente a los equipos de dicha unidad, mi satisfacción por su exaltado comportamiento”. Durante los meses siguientes realizo numerosos reconocimientos fotográficos de distintas posiciones de la línea avanzada con la escuadrilla Bristol y vuelos de entrenamiento en aeródromos.
El 11 de enero fue destinado al Aeródromo Militar de Sevilla. Donde continuó prestando sus servicios como ametrallador-bombardero hasta el día 3 de julio en el que marchó a la Escuela de Combate y Bombardeos Aéreos de los Alcázares. De allí se incorporó a la Escuela de Aviación Civil de Albacete con objeto de seguir el curso de pilotos, que finalizó con aprovechamiento el 6 de Marzo de 1928, reincorporándose nuevamente a la Escuela de Combate y Bombardeo Aéreo de los Alcázares, pero ya como piloto Militar de Aeroplanos. El 11 de abril de 1929 se le concedió el empleo de Sargento por méritos de guerra, en atención a los servicios prestados y méritos adquiridos en operaciones. Al finalizar el año había alcanzado 127 horas 15 minutos de vuelo.
En el año 1931 fue destinado al Batallón de Montaña La Palma nº 8, del Regimiento de Infantería nº 19, de nueva creación. El 22 de enero de 1932 este Sargento y piloto de Infantería sufrió un accidente con el avión que pilotaba en Pradell (Tarragona), debido a una intensa niebla en el que murió al estrellarse con el aeroplano que pilotaba.
Al día siguiente, el diario La Vanguardia, recogía así la luctuosa noticia:
“una víctima del deber”
La tragedia de Padrell
Accidente de aviación que costó la vida al Sargento Piloto Aranda Sotomayor, accidentado en las altas montañas de Pradell (termino municipal de Falset de Tarragona). Al efectuar la incorporación a su nuevo destino en Barcelona la segunda escuadrilla de caza, durante la travesía se halló envuelta por las intensas nieblas, y los mencionados aparatos llegaron a verse cercados por círculos de esta leve espuma aérea, que fue la venda para sus ojos y puñal artero para sus cuerpos.
Unos pudieron escapar veloces elevándose a las alturas, buscando otros horizontes más acogedores. Aranda Sotomayor no pudo y trató de tomar tierra en aquellos elevados y rocosos riscos de Pradell, de 800 a 1000 metros sobre el nivel del mar, pero el terreno también le fue hostil. Tierra y cielo se confabularon en contra suya y a más de 100 km por hora, como aparato rápido de caza, buscó contacto con tierra. Primero arrastro un pino en su descenso, después arranco otro y dando tumbo tras tumbo Sotomayor quedo abatido y roto entre los peñascales del pueblecito tarraconense, pasando la noche en la soledad.
Al día siguiente gentes del pueblo dieron cuenta de la catástrofe a las autoridades. A continuación, y piadosa y humanamente recogieron los restos del héroe anónimo y lo depositaron en la casa consistorial de la villa, donde le rindió guardia de honor el pueblo entero”.
Cuando la noticia llegó a Barcelona, los aviadores salieron rápidamente hacia el lugar del accidente, para rendir el postrer tributo al compañero caído víctima de su deber. El comandante Sandino, jefe de la escuadrilla, acompañado por un hermano del piloto, se dirigió al pueblo agradeciendo con la siguiente arenga, espontánea y vibrante que le salió del alma:
“Habitantes de Pradell: Os doy las gracias en nombre de la aviación militar española por vuestro piadoso acogimiento y por estar de guardia de honor el pueblo entero a nuestro hermano aviador. Ahí lo tenéis, es un soldado. Y digo soldado porque todos lo somos. Soldado de un ideal de paz y amor.
Sencillo pueblo catalán: en nuestra tierra cayo nuestra primera víctima que ha de jalonar nuestro duro camino. La estela macabra y trágica que trazó desde su fundación la aviación militar, hoy se nutre y se ensancha con el nombre del bravo Sargento Aranda Sotomayor de mi escuadrilla.
Y yo quiero sellar vuestro agradecimiento dando un fraternal abrazo a vuestro alcalde, para que os llegue a todos.”
Un sollozo unánime se escapó de todos los pechos, las buenas mujeres del pueblo rompieron en llanto silencioso y sentido y las mejillas de muchos hombres rudos se humedecieron de lágrimas.
Contesto uno del lugar “si hubiéramos podido, los brazos del pueblo entero hubieran servido de gigantesco y acogedor colchón para proteger la caída del piloto y para arrebatar su víctima a la muerte. Pero ello no es humanamente posible. Ya que en vida nada pudimos hacer por él, aquí velaremos siempre sus restos, con amor y piedad. Y nunca faltaran las flores silvestres sobre su tumba.”
Aquella sencilla gente costeó una caja con esplendida corona y una fosa perpetua con su balaustrada de hierro, para guardar los restos en su tierra.
No han querido cobrar ni un solo céntimo por nada, ni por arboles rotos, ni por daños causados, ni por trabajos hechos ni por los gastos efectuados.
Francisco Hidalgo Repiso. Tte (R.) del EA
Blog generaldavila.com
16 marzo 2018