Mi único propósito, al apoderarme de esta Península, era sacarla de manos de los cristianos, por ver cómo se habían apoderado de su mayor parte y por el descuido de sus reyes, por su abandono de la guerra, por delegar su gobierno, por su indolencia y por su afición al bienestar, pues la única preocupación de cada uno era el vino que bebían, las cantoras a quienes oían y las diversiones en que pasaban los días (Yusuf ben Taxufin, emir almorávide).
El siglo XVIII es el siglo de la decadencia imparable de España, porque y aunque a la muerte del Rey Carlos II (1700) solamente tenía un ejército disponible de 1.500 hombres, y su defensa estaba prácticamente confiada a sus aliados, dejó los territorios de la Monarquía española prácticamente intactos, dentro y fuera de Europa. Es admirable, y sorprendente, la capacidad que tuvo la corona de España para mantener sus vastos territorios, con tan escasos recursos.
El nuevo rey de España Felipe V, ya en 1701, dio orden a los virreyes y gobernadores españoles de América que permitiesen la entrada de barcos franceses para el comercio. El rey francés Luis XIV, abuelo de Felipe V, fue de este modo, aprovechándose la debilidad española, haciéndose con las riquezas de nuestras posesiones americanas.
La Guerra de Sucesión (1700 – 1714) fue una catástrofe para España, pues supuso la pérdida de los territorios italianos que tanto habían contribuido al sostenimiento de la Monarquía española. Aquí se debe diferenciar, desde el punto de vista histórico, una catástrofe de un desastre, porque el primero tiene consecuencias irreparables, y el segundo no, aunque sea un descalabro fuerte. Ejemplos de catástrofes son la invasión árabe de 711 (rompió irremediablemente la unidad política de la Península Ibérica) o la Guerra de la Independencia (con la pérdida de los virreinatos americanos); y de desastre el ejemplo más claro fue el de Annual en 1921, que a los pocos años se logró restablecer la situación.
El primer tratado de Utrecht (1713).
Los españoles habían perdido, en el siglo XVIII, el espíritu militar que había sustentado sus pasados éxitos, a causa de la reticencia de muchos españoles a servir en el ejército y la pobre calidad de la mayoría que lo hacían, también porque los mandos medios y superiores no eran elegidos por sus capacidades, como ordenaban las ordenanzas militares de Felipe IV de 1632, sino por herencia o conexiones políticas.
La Guerra de Sucesión y el tratado de Utrecht le costaron a España volver a perder el Peñón de Gibraltar y el control del Estrecho, que ya habíamos perdido en el 711 con la invasión árabe. Pérdida que tardamos 750 años en recuperar la primera vez; y ahora llevamos ya 300 años, con perspectivas poco halagüeñas, principalmente por falta de voluntad política nacional.
La pérdida de peso en la política internacional de la dinastía borbónica española quedó sellada en las negociaciones para los humillantes tratados de Utrecht y de Rastatt, que se hicieron sin conocimiento de España, que tuvo que conformarse con los hechos consumados. Estas negociaciones y los intereses de España fueron asumidos directamente por el rey Sol, que ni siquiera permitió la presencia de representantes españoles.
Casualmente los territorios que se perdían en los sucesivos pactos eran españoles, y cuando Felipe V se quejó a su augusto abuelo del resultado siempre adverso de los pactos, este le contestó simplemente que era su mejor valedor.
El Reino Unido fue la gran beneficiado, consiguiendo la hegemonía en el Océano Atlántico, romper el monopolio del comercio hispanoamericano, y convertirse en árbitro de la política europea.
La monarquía borbónica española quedó subordinada a la política internacional de Francia, a pesar de que esta quedó muy quebrantada económicamente. Este vasallaje quedó rubricado por los pactos de Familia (1733 -1789) que deben su nombre al parentesco entre la monarquía gala y española, que firmaron tres alianzas para defender sus intereses familiares de los borbones franceses, por encima de los nacionales.
España continuó con su política de subordinación a Francia, a pesar de la Revolución, de su conversión a República y después en Imperio, bajo la dictadura de Napoleón. Esta conducta dio lugar a la invasión francesa de España y al prolongado conflicto de la Guerra de la Independencia Española.
Lo nuevos tratados de Utrech y pactos de Familia vejatorios para España: el Brexit.
Son muy evidentes los paralelismos, por desgraciados para España, entre el tratado de Utrecht de 1713 y los famosos pactos de Familia del siglo XVIII, y el que se acaba de firmar por la Unión Europea, que no Europa, para la salida de la misma de Gran Bretaña.
España no envió negociadores al tratado de Utrecht de 1713, ni ahora han intervenido en las del Brexit, a pesar de tener el derecho al veto, por la colonia británica de Gibraltar. El pacto ha sido firmado a nuestras espaldas y contra nuestros intereses con “nocturnidad y alevosía”, como ha reconocido de forma infame el presidente Sánchez.
Han primado los intereses económicos de la familia burocrática de la Unión Europea y de la Gran Bretaña, sobre los derechos soberanos de España sobre el Peñón de Gibraltar (reconocidos en Utrecht y por la ONU). Han tratado a España como nación vasalla, sin autoridad ni prestigio alguna.
No necesitamos enemigos con estos aliados, que además protegen los movimientos separatistas, no amparan Ceuta ni Melilla, y permiten una agresión continuada sobre nuestra integridad nacional en el Peñón de Gibraltar. Cuando paradójicamente tenemos fuerzas conjuntas desplegadas en el extranjero para proteger integridades territoriales foráneas.
Teniendo una deuda superior al 100$ del PIB, que impide cualquier acción ¿Cómo vamos a ser soberanos y defender nuestros intereses? España ha sido la que ha pagado los platos rotos para el Brexit. Quizás sea, como acaba de publicar un libro inglés, porque España es un país de cobardes, o porque debe ser el único país del mundo que paga a traidores.
Salvador Fontenla Ballesta, General de Brigada (R.)
Blog: generaldavila.com
27 noviembre 2018