LA BOMBA ATÓMICA Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Condotiero Erasmo Estéfano de Narni (Gattamelata). Donatello.

Ha sido una semana larga y compleja. Creo que no hay cadena de televisión nacional a la que no haya ido a dar mi humilde opinión sobre la guerra; incluso a las autonómicas de Andalucía y Canarias que con verdadero gusto acepté su invitación.

Agradezco tanta gentileza, pero me ha quedado una extraña sensación parecida a quien hace un examen y al salir no sabe si lo ha hecho bien o mal.

Lo entenderán: el tema de la guerra es indefinible, inabarcable y sobre todo impredecible. Hablar de ella es una temeridad; operar a corazón abierto en pleno campo de batalla y sin anestesia.

No puedo esconder que la preocupación acompaña cualquier análisis a los que a diario me enfrento, un desafío ante el enigma, imposible adivinación, laberinto donde espera el Minotauro.

Les anuncié que en breve publico un libro, El nuevo arte de la guerra, que indaga en la recámara del hombre para tratar de entender qué es eso que nos acompaña desde los primeros trazos de la literatura y que no nos abandona ni siquiera ahora cuando hemos llegado a creernos dioses: la guerra.

Les adelanto el final del interminable e imposible ensayo que jamás creo que pueda nadie abarcar: no hay solución al fenómeno de la guerra.

Este es un mundo que vive sin la dignidad del peligro; mira en otra dirección y prefiere ser sorprendido sin solución. Es incomunicable la guerra y por tanto hablar de ella es inútil; no hay escucha. Nadie sabe lo que es la vida si la muerte no ha sido tu compañera, si nunca has sentido el escalofrío del final. ¿Será eso la guerra, sentirla: un sufrimiento que si pudiese ser compartido pondría fin a las contiendas? El animal competitivo lleva su duelo hasta el final. Cuando empieza el duelo, la guerra, lo difícil es acabarla.

Simone Weil escribió un ensayo que te aprisiona en el mundo helénico y nos lo acerca con su crudeza y sencillez. No pierde vigencia: La Ilíada o el poema de la fuerza. La guerra podría ser el hombre convertido en cosa: «Que un ser humano sea una cosa es, desde el punto de vista lógico, una contradicción; pero cuando lo imposible se ha hecho realidad, la contradicción se hace desgarro en el alma».

La preocupación nos inunda y atrapa en el laberinto de la amargura:

«Nueve días yacieron en la muerte; nadie vino

a enterrarlos. Las gentes se habían convertido en piedras por

voluntad de Zeus.

Y el décimo día fueron sepultados por los dioses del cielo.

Pero ella pensó en comer, cuando estaba fatigada por las lágrimas».

Podría ser la miseria de la muerte que siente constante hambre, no se sacia, más muerte alimenta la muerte; nunca es suficiente.

No es un juego lo que se escenifica en un espectáculo en el que la razón está al servicio de la animalidad. El poema de la fuerza ha dejado de ser tal.

Podríamos estar escribiendo los versos finales, ya sin fuerza.

No vieron entrar al gran Príamo. Se detuvo,

abrazó las rodillas de Aquiles, besó sus manos,

terribles, matadoras de hombres, que habían matado a tantos

de sus hijos. (Ilíada, XXIV, 477-479.)

La pregunta —preocupación— es la bomba atómica, que es la muerte, que es el recuerdo de aquellos días en los que las moscas se alimentaban de sangre. El camino emprendido por el impulso de autodestructividad.

¿Habrá una explosión nuclear? Única sintaxis aparente. Las explosiones aún están muy lejos y no se percibe el sonido de los tambores.

El mundo griego acudía a la adivinación; como sabiduría: el enigma.

En El nacimiento de la filosofía Giorgio Colli nos sacude con el recuerdo de la violencia diferida, del dios que hiere desde lejos. Está entre nosotros y mientras intentamos adivinar la procedencia de las flechas, el pasado, para ver sus efectos, el futuro, no caemos en que el presente será una mezcla de ambos, de aquello que conocemos y de lo que intuimos. La flecha está ya en el aire y mientras discutimos si son galgos o podencos puede llegar el momento en el que no tengamos nada que temer; porque todo haya terminado.

Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.

¿Galgos o podencos?

Vuelvo al comienzo. Los análisis que se pueden hacer sobre la guerra actual dejan un poso de preocupación inenarrable.

La estrategia y la táctica quedan desbordadas cuando el espíritu de la guerra se convierte en una lucha a muerte en la que no se respetan las reglas de la guerra, cuando los generales son arrollados por la inmoralidad de sus tropas de lo que ellos son únicos responsables.

Una guerra en la que se ha roto el código del honor, donde ya no hay ética militar, puede acabar en cualquier cosa.

Podría ser una guerra a punto de acabar en algo peor. El terrible ejemplo de acabar con una explosión mayor que todas las habidas hasta el momento debería hacernos pensar más allá de los despliegues de tropas intimidatorios.

Ese momento tan cercano: «Ya no había nada más que temer».

Era la peste atómica; que puede regresar.

No fue una guerra, sino todo y nada que es la definición de la muerte moral. Física también, pero eso es un mal menor.

Salvo una batalla perdida, no hay nada tan triste como una ganada.

Nadie gana cuando se manejan ejércitos que no hacen la guerra, sino imponen pura violencia.

El nuevo arte de la guerra. En eso pensaba al escribir… y no veo arte, sino destrucción.

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Blog: generaldavila.com

29 septiembre 2022

 

UCRANIA. LA GUERRA EN SU LÍMITE DE ELASTICIDAD Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

La guerra en Ucrania continúa bajo la incertidumbre, y los análisis se encuentran desesperadamente confusos sin que nadie sepa, por mucho estratego que opine, las intenciones de Putin.

La guerra, como todo, llega un momento en el que pasa a la cotidianeidad o, lo que es peor, a la costumbre, y a nadie sobresaltan las noticias si no se ven respaldadas por la subida de la gasolina o del pan nuestro de cada día.

Es triste acostumbrase a la guerra, pero más lo es a la inacción. Observo, quizá con error, que de lunes a viernes hay guerra, los fines de semana fútbol o gastronomía, estado del tiempo y de las carreteras; observo que los reyes de la información se van de vacaciones. Solidaria guerra. Alto el fuego, week end, y de nuevo a retomar la información. A golpe de cañones.

Decía Stalin, en su atroz pensamiento, que un muerto es una tragedia y un millón una estadística. Primero la pandemia. Ahora el Teatro de la guerra.

La guerra empieza a ser estadística de muertos, un cúmulo de datos lo confirman, mientras algunas mentiras intencionadas se deslizan por sus derivadas establecidas sin saber cuáles son las variables independientes. La derivada es el orden convertido en desorden y lo anormal instalado en la normalidad.

Vence lo virtual en la tragedia del olvido, de querer dejar al lado los resultados devastadores del enfrentamiento, allí donde unas letras enlazadas llamadas palabras han fracasado y dan paso al duelo de las armas: el lenguaje de los cañones.

Estamos en un momento de la guerra en Ucrania donde se ven más claras las intenciones. Los jugadores descubren sus cartas, aunque podría ser una simple jugada de comprobación y calentamiento. Nadie ha puesto toda la cantidad sobre la mesa. La apuesta es muy pobre y se habla de farol. Los muertos se olvidan: pura estadística. La guerra sigue y un final temible se vislumbra cada vez más cerca. Las posturas están enconadas y nadie opta por entenderse con la palabra. Más gasolina al fuego.

El Diccionario de Autoridades define «diversión» en su acepción militar: «En términos de guerra se llama al ataque que se hace por el enemigo por diversas partes, para obligarle a separar sus fuerzas, dividirle y enflaquecerle, o entretenerle».

Queda claro en su rotundidad que la guerra ha sido así mal entendida y atendida.

No ha hecho bien Zelenski al desairar a Alemania. No habla Europa con decisión y por ello otros toman su palabra.

El momento es muy delicado y no debemos actuar con maniobras de diversión cuando la violencia puede no tener límites y llegar al uso ilimitado de la fuerza.

Este es el momento del mayor peligro y cualquier cosa puede ocurrir; entre ellas una catástrofe nuclear.

Estamos en el límite de elasticidad que permite la tensión de la guerra y de acuerdo con la Ley de Hook el puenting podría acabar en tragedia. Nada volverá a ser lo que era, deformado y sin vuelta atrás.

Mientras los políticos no decidan que la política y la guerra no son lo mismo, aunque persigan el mismo objetivo, mientras no se den cuenta de que la guerra es su fracaso oculto bajo la vida de otros que nada que ver tuvieron, mientras no encuentren una alternativa a los cañones, seguiremos estirando el tiempo hasta romperlo todo y ser irreversible.

La estrategia y la táctica quedan desbordadas cuando el espíritu de la guerra se convierte en una lucha a muerte en la que no se respetan las reglas de la guerra, cuando los generales son arrollados por la inmoralidad de sus tropas de lo que ellos son únicos responsables.

Una guerra en la que se ha roto el código del honor, donde ya no hay ética militar, puede acabar en cualquier cosa.

Una guerra que está a punto de acabar en algo peor. El terrible ejemplo de acabar con una explosión mayor que todas las habidas hasta el momento debería hacernos pensar más allá de los despliegues de tropas intimidatorios. Ese momento tan cercano: «Ya no había nada más que temer». Era la peste atómica; que puede regresar. No fue una guerra, sino todo y nada que es la definición de la muerte moral. Física también, pero eso es un mal menor.

Salvo una batalla perdida, no hay nada tan triste como una ganada. Nadie gana cuando se manejan ejércitos que no hacen la guerra, sino imponen pura violencia.

Habrá que buscar una definición nueva a tanto terror, al que parece que también nos acostumbramos. Como a morir. Irremediable.

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Blog: generaldavila.com

18 abril 2022

 

LA GUERRA Y LAS RESOLUCIONES DEL CONSEJO DE SEGURIDAD DE LA ONU. Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

«Por regla general, hacer la guerra no es lo mejor. Solo la necesidad debe obligar a emprenderla. Independientemente de su resultado y su naturaleza, los combates resultan funestos incluso para los propios vencedores. Únicamente hay que librarlos si la guerra no se puede conducir de otra forma. Si al soberano le mueven la cólera o la venganza, no debe declarar la guerra ni movilizar tropas».

Estas sabias palabras de Sun Tsé están separadas de nuestros tiempos por una evolución en el pensamiento que trajo terribles combates —dialécticos y explosivos— en los que el número de muertos era una estadística, funesta, pero estadística (para Stalin) que se repetía hasta llegar a cifras desoladoras como las de la la I y II guerras mundiales.

Clausewitz dejó escrito que «jamás puede introducirse en la filosofía de la guerra un principio de moderación sin cometer un absurdo». Escalofriante verdad de la guerra.

Real y cercano es el pensamiento de Arthur Wellesley, duque de Wellington, al que todos felicitaban después de Waterloo por lo que tuvo que contestar: «Salvo una batalla perdida, no hay nada tan triste como una ganada».

En lo que coinciden los tiempos es que la guerra es un fenómeno inevitable y no sabemos el tiempo que tenemos para retrasarla y al menos poder reducir al mínimo sus efectos.

El terrible ejemplo de acabar una guerra con una explosión mayor que todas las habidas hasta el momento debería hacernos pensar más allá de los despliegues de tropas intimidatorios  «Ya no había nada más que temer». Era la peste atómica.

Inevitable parece perder la memoria y que se borren los mayores horrores vividos por la humanidad de consecuencias todavía sin análisis suficiente. Era una guerra, pero el final fue peor: una sola bomba que ni siquiera hizo ruido: luz y silencio. Se terminó todo.

Hasta hoy.

La estrategia analiza, la táctica mueve peones y la política desencadena lo peor cuando los intereses particulares y el afán de protagonizar la historia están por encima del corazón humano.

Un día, ante tanto horror, el hombre invento una mesa redonda donde reunirse antes de provocar un enfrentamiento. Le pusieron el nombre de Organización de Naciones Unidas. «Las Naciones Unidas nacieron oficialmente el 24 de octubre de 1945, después de que la mayoría de los 51 Estados Miembros signatarios del documento fundacional de la Organización, la Carta de la ONU, la ratificaran. En la actualidad, 193 Estados son miembros de las Naciones Unidas, que están representados en el órgano deliberante, la Asamblea General».

Unas veces aparece y otras no. Es y no es. Al final los mismos que se enfrentan son los que toman decisiones o se limitan a hablar en tono conciliador y falso. El problema es que solo son cinco. A saber: Estados Unidos de América, Rusia, Francia, Reino Unido y China. Poder de veto. Consejo de Seguridad. Los demás son sonorosa comparsa. Nada más.

En el conflicto actual de Ucrania la primera reunión del Consejo de Seguridad (pedida por los Estados Unidos de América), ha sido este pasado lunes día 31. Ninguna Resolución ni solución. Tiempo perdido. Han salido peor que en el momento de entrar y todo se ha desarrollado entre graves acusaciones. ¿Ha servido para algo? ¿Para agravar el conflicto?

Mientras el mundo de la calle parece mirar en otra dirección y esto (creen) ni les va ni le viene.

En España la intervención en Irak echó a la gente a la calle con el famoso «No a la guerra» y la discusión estuvo manipulada con la falacia de si había o no resolución de ONU. Le costó las elecciones a un partido político a la vez que volaban un tren en Madrid con cerca de 200 muertos sin que aún sepamos quién y por qué se cometió aquel crimen.

Fue otra guerra. No igual, aunque los procedimientos, el algoritmo era el mismo. Grandes intereses energéticos. Económicos.

Hoy nadie menciona a Naciones Unidas.

¿Por qué será? Nadie responde.

En el Poder que otorga la Tierra el necio solo conoce el mal cuando ya está hecho. Y en sus manos está la decisión, no en la nuestra.

El momento se agrava y se solidifica por momentos. Como vemos tras la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU. No hay Resolución.

Parece que el «No a la guerra» guarda silencio ante lo inevitable.

La presión aumenta hasta hacerse insoportable. El mundo es una olla de presión y la temperatura aumenta bajo ella.

No miren a los soldados. Pregúntense: ¿En manos de quienes estamos?

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Blog: generaldavila.com

7 febrero 2022