Me recuerda al soberbio Azaña. Soberbio no en su acepción de grandioso y magnífico, sino en la de altivo, orgulloso, arrogante y más adjetivos que reunía el pedante personaje. Ahora su sucesor en el Gobierno pretende resucitar la reforma militar pero por vía distinta a la ley o al decreto, por algo más ladino y sensible entre los uniformados como lo es el espíritu de servicio, la disciplina y, si necesario fuera, llegar a la ilegalidad tapada con trapos sucios que se lavan en un tribunal que interpreta pero que no es jurisdiccional. Así cualquiera; diría un castizo.
Pronto Puigdemont en España podrá dedicarse a construir su propio Ejército del que ya tiene sus bases y a su generales, con almirantes en una flotilla para negociar en el Mediterráneo; seguramente con su antigua alcaldesa con el mando del almirantazgo.
Mientras, por si acaso, se vigila a las Fuerzas Armadas, se las somete a prueba de disciplina y obediencia ciega con premio a la sumisión, sin reproches ni discutir las órdenes.
No. El Poder Ejecutivo no puede mandar a diestro y siniestro y convertir los ejércitos en un campo abonado a sus caprichos. Es muy sensible la maquinaria militar a la opinión pública y cuando es manipulada o dirigida se crean vacíos en la Defensa que en el momento actual pueden llevarnos a desaparecer como nación. Esto es muy serio y hay que analizarlo, sin apasionamiento, pero con la opinión de las voces más preparadas que no nacen del sectarismo ni del activismo presente en cada acción gubernamental.
La noche del académico Golpe de Estado en España, aquella en la que el señor Azaña se presentó en el ministerio de la Guerra, pronunció la ley que imponían:
-«¡Cuádrese! Soy el ministro de la Guerra.
Ni Rey ni bandera; el himno de Riego. No es baladí. Era el Estado totalitario. Eran todo fuerza, poder, mando y arbitrariedad.
Las Fuerzas Armadas no son un poder oculto en la sombra ni son una amenaza para nadie, tienen su misión definida de manera clara concreta y concisa en la Constitución y su misión principal está incluso por encima de la del Gobierno, detalle que la Constitución ha querido resaltar al poner la misión de las Fuerzas Armadas en el Título Preliminar y no en el dedicado a la misión del Gobierno.
En la elaboración de la Constitución y su posterior debate parlamentario se planteó la conveniencia de no incluir en el Título Preliminar a las Fuerzas Armadas ya que parecía más conveniente su inclusión en el Titulo IV referido al Gobierno y la Administración ya que las Fuerzas Armadas, debidamente jerarquizadas, forman parte del poder Ejecutivo. El argumento tenía peso en una situación normal de aceptación del fundamento de la Ley: la unidad de España, ya que se otorgaba a las Fuerzas Armadas «un rango constitucional, al margen del Ejecutivo» por lo que parecía más conveniente incluirlas en el Título relativo al Gobierno y a la Administración. No fue así y el hecho es que figuran en el Título Preliminar con todas sus consecuencias. Lo que refuerza, a nuestro criterio, el fundamento de la Constitución: la unidad de España, su indivisibilidad e indisolubilidad, para lo que recurre como ultima ratio a la fuerza, como no puede ser de otra manera.
¿Es que estamos ante una situación anormal o de peligro de la unidad de España? ¿Lo presentían acaso los legisladores?
Es por eso que el trato, que es el empleo, de las Fuerzas Armadas debe ser exquisito y contar con la aprobación de quien es la representación de su soberanía, algo que se está olvidando y que lleva a hacer un uso inadecuado, al menos discutible de nuestras Fuerzas Armadas.
Los recientes episodios desde la COVID (me remontaría a la creación de la UME, incluso a la suspensión del Servicio Militar obligatorio) nunca han seguido, porque ni siquiera han preguntado, el consejo de los ejércitos ni del Parlamento.
Se han aprobado casi todas las medidas de cambios profundos sin contar con la opinión de los profesionales. La lista es larga y muy significativa. La hemos dado en numerosas ocasiones. En estos últimos tiempos se está viendo otra tendencia que nos llevará a insospechados lugares. Es un simple cambio que nos arrastrará a un cambio que ni la leyes podrían hacer. Se trata de manejar con mano de hierro y guante de seda a la Cúpula haciéndola creer que cumple estrictamente con su deber de patriotismo a la vez que se compensa los servicios prestados con esa maquinaria infame de las puertas giratorias.
En la COVID hubo una puesta en escena de la máxima autoridad militar que rozaba el ridículo. Las inundaciones de Valencia dejaron al descubierto a mandos utilizados y que gustosamente se prestaban a la escenificación, al margen de ser utilizados los medios militares en apoyo de la población tarde y mal. «Si quieren ayuda que la pidan«. No vamos a obviar el mal uso que se hace del personal de tropa al que, sin consideración alguna, se le da de baja y retira de los ejércitos al cumplir los 45 años. En fin hay más, pero los ejemplos son suficientes.
Acabamos de ver ese ya acostumbrado uso indebido de las Fuerzas Armadas con la utilización de las mismas en un caso particular y que nada tiene que ver con una cuestión de Estado. El apoyo militar a la «Flotilla» de dudosa legalidad, con la asistencia del buque «FUROR» y posteriormente de una avión del Ejército del Aire y del Espacio (A400). Apoyo a todas luces a una flotilla compuesta por personas particulares que defendían una causa que por muy justa que parezca era algo particular y de dudosa financiación y respaldo. Nada se ha investigado y se ha utilizado a las Fuerzas Armadas en lo que dicen ha sido un apoyo a españoles en riesgo cuando la realidad ha sido un gesto de fuerza provocadora a Israel. Han convertido intencionadamente una cuestión privada en cuestión de Estado usando la maquinaria estatal de las Fuerzas Armadas como seguridad privada lo que es un peligroso antecedente y nos señala como nación alejada de los procedimientos democráticos en el uso del poder de la Fuerza, que debe siempre ser consultado al Parlamento, sede de la soberanía nacional.
Recuerdo al señor Azaña, que se sintió poderoso caballero más armado que la Fuerza, y recuerdo los últimos tiempos en que aquel uniformado le enseñó en su primer acto al recién nombrado (a) ministro (a) de Defensa aquello de -«Capitán, mande firmes». Le guiñó un ojo y le vino a decir -El resto ya lo hacemos nosotros.
No hace falta mirar fuera. No hace falta ponernos a prueba. La hemos superado con creces.
¿Es que todo está en regla?
«Calla, amigo Sancho-respondió don Quijote,
que las cosas de la guerra más que
otras están sujetas a continua mudanza»
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
Blog: generaldavila.com
8 octubre 2025







