UN GOBIERNO QUE PONE A PRUEBA A LAS FUERZAS ARMADAS. General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

 

Me recuerda al soberbio Azaña. Soberbio no en su acepción de grandioso y magnífico, sino en la de altivo, orgulloso, arrogante y más adjetivos que reunía el pedante personaje. Ahora su sucesor en el Gobierno pretende resucitar la reforma militar pero por vía distinta a la ley o al decreto, por algo más ladino y sensible entre los uniformados como lo es el espíritu de servicio, la disciplina y, si necesario fuera, llegar a la ilegalidad tapada con trapos sucios que se lavan en un tribunal que interpreta pero que no es jurisdiccional. Así cualquiera; diría un castizo.

Pronto Puigdemont en España podrá dedicarse a construir su propio Ejército del que ya tiene sus bases y a su generales, con almirantes en una flotilla para negociar en el Mediterráneo; seguramente con su antigua alcaldesa con el mando del almirantazgo.

Mientras, por si acaso, se vigila a las Fuerzas Armadas, se las somete a prueba de disciplina y obediencia ciega con premio a la sumisión, sin reproches ni discutir las órdenes.

No. El Poder Ejecutivo no puede mandar a diestro y siniestro y convertir los ejércitos en un campo abonado a sus caprichos. Es muy sensible la maquinaria militar a la opinión pública y cuando es manipulada o dirigida se crean vacíos en la Defensa que en el momento actual pueden llevarnos a desaparecer como nación. Esto es muy serio y hay que analizarlo, sin apasionamiento, pero con la opinión de las voces más preparadas que no nacen del sectarismo ni del activismo presente en cada acción gubernamental.

La noche del académico Golpe de Estado en España, aquella en la que el señor Azaña se presentó en el ministerio de la Guerra, pronunció la ley que imponían:

-«¡Cuádrese! Soy el ministro de la Guerra.

Ni Rey ni bandera; el himno de Riego. No es baladí. Era el Estado totalitario. Eran todo fuerza, poder, mando y arbitrariedad.

Las Fuerzas Armadas no son un poder oculto en la sombra ni son una amenaza para nadie, tienen su misión definida de manera clara concreta y concisa en la Constitución y su misión principal está incluso por encima de la del Gobierno, detalle que la Constitución ha querido resaltar al poner la misión de las Fuerzas Armadas en el Título Preliminar y no en el dedicado a la misión del Gobierno.

En la elaboración de la Constitución y su posterior debate parlamentario se planteó la conveniencia de no incluir en el Título Preliminar a las Fuerzas Armadas ya que parecía más conveniente su inclusión en el Titulo IV referido al Gobierno y la Administración ya que las Fuerzas Armadas, debidamente jerarquizadas, forman parte del poder Ejecutivo. El argumento tenía peso en una situación normal de aceptación del fundamento de la Ley: la unidad de España, ya que se otorgaba a las Fuerzas Armadas «un rango constitucional, al margen del Ejecutivo» por lo que parecía más conveniente incluirlas en el Título relativo al Gobierno y a la Administración. No fue así y el hecho es que figuran en el Título Preliminar con todas sus consecuencias. Lo que refuerza, a nuestro criterio, el fundamento de la Constitución: la unidad de España, su indivisibilidad e indisolubilidad, para lo que recurre como ultima ratio a la fuerza, como no puede ser de otra manera.

¿Es que estamos ante una situación anormal o de peligro de la unidad de España? ¿Lo presentían acaso los legisladores?

Es por eso que el trato, que es el empleo, de las Fuerzas Armadas debe ser exquisito y contar con la aprobación de quien es la representación de su soberanía, algo que se está olvidando y que lleva a hacer un uso inadecuado, al menos discutible de nuestras Fuerzas Armadas.

Los recientes episodios desde la COVID (me remontaría a la creación de la UME, incluso a la suspensión del Servicio Militar obligatorio) nunca han seguido, porque ni siquiera han preguntado, el consejo de los ejércitos ni del Parlamento.

Se han aprobado casi todas las medidas de cambios profundos sin contar con la opinión de los profesionales. La lista es larga y muy significativa. La hemos dado en numerosas ocasiones. En estos últimos tiempos se está viendo otra tendencia que nos llevará a insospechados lugares. Es un simple cambio que nos arrastrará a un cambio que ni la leyes podrían hacer. Se trata de manejar con mano de hierro y guante de seda a la Cúpula haciéndola creer que cumple estrictamente con su deber de patriotismo a la vez que se compensa los servicios prestados con esa maquinaria infame de las puertas giratorias.

En la COVID hubo una puesta en escena de la máxima autoridad militar que rozaba el ridículo. Las inundaciones de Valencia dejaron al descubierto a mandos utilizados y que gustosamente se prestaban a la escenificación, al margen de ser utilizados los medios militares en apoyo de la población tarde y mal. «Si quieren ayuda que la pidan«. No vamos a obviar el mal uso que se hace del personal de tropa al que, sin consideración alguna, se le da de baja y retira de los ejércitos al cumplir los 45 años. En fin hay más, pero los ejemplos son suficientes.

Acabamos de ver ese ya acostumbrado uso indebido de las Fuerzas Armadas con la utilización de las mismas en un caso particular y que nada tiene que ver con una cuestión de Estado. El apoyo militar a la «Flotilla» de dudosa legalidad, con la asistencia del buque «FUROR» y posteriormente de una avión del Ejército del Aire y del Espacio (A400). Apoyo a todas luces a una flotilla compuesta por personas particulares que defendían una causa que por muy justa que parezca era algo particular y de dudosa financiación y respaldo. Nada se ha investigado y se ha utilizado a las Fuerzas Armadas en lo que dicen ha sido un apoyo a españoles en riesgo cuando la realidad ha sido un gesto de fuerza provocadora a Israel. Han convertido intencionadamente una cuestión privada en cuestión de Estado usando la maquinaria estatal de las Fuerzas Armadas como seguridad privada lo que es un peligroso antecedente y nos señala como nación alejada de los procedimientos democráticos en el uso del poder de la Fuerza, que debe siempre ser consultado al Parlamento, sede de la soberanía nacional.

Recuerdo al señor Azaña, que se sintió poderoso caballero más armado que la Fuerza, y recuerdo los últimos tiempos en que aquel uniformado le enseñó en su primer acto al recién nombrado (a) ministro (a) de Defensa aquello de -«Capitán, mande firmes». Le guiñó un ojo y le vino a decir -El resto ya lo hacemos nosotros.

No hace falta mirar fuera. No hace falta ponernos a prueba. La hemos superado con creces.

¿Es que todo está en regla?

«Calla, amigo Sancho-respondió don Quijote,
que las cosas de la guerra más que
otras están sujetas a continua mudanza»

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

8 octubre 2025

UNA PROVOCACIÓN MÁS A LOS EJÉRCITOS. General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

 

Tengo la impresión, solo eso, de que la ministra de Defensa Margarita Robles no pasa por su mejor momento y ha tenido que ver gestos torcidos desde el Almirantazgo hasta la denominada clase de tropa. En este caso del buque «FUROR» la cólera de Aquiles se ha extendido por todos los sectores de uniformados porque la tomadura de pelo ya alcanza niveles irrisorios si no fuese porque se pone en riesgo la vida de los hombres para misiones que en nada tienen que ver con la nación y que son de dudosa constitucionalidad además de no cumplir los requisitos de la Ley de Defensa Nacional. Todo un esperpento de misión.

Todo sucedió de manera parecida a como me cuentan.

Resulta que estaban juntos el Jefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) y el Almirante Jefe del Estado Mayor de la Armada (AJEMA). Asistían a un seminario de «Estrategia» que es como eso de la filosofía, siempre depende, porque para aquel hostelero de Andalucía la filosofía de su negocio era «jamón, jamón y jamón» como para la Marina de Guerra lo es tener un portaviones o más de un submarino.

En el momento de la llamada ministerial se acabó la discusión y la estrategia, porque lo importante de la actual estrategia política es obedecer y el modo como ha de ser es ni pedir ni rehusar y eso lo han aprendido muy bien los civiles al mando. Nadie rechista; todos sonríen y justifican.

-Que le llama la ministra.

-¡¡¡Almirante!!! ¡¡¡Que salga un BAM para proteger a la flotilla que se dirige a Gaza!!!

El tono es como el de «Capitán mande firmes», pero el teléfono no descubre quién está con ella; detrás, a su espalda. En la Armada sí que lo saben, pero mejor callamos. Alguien sopla a la ministra lo del acrónimo BAM, que suena a onomatopéyico disparo ¡BUM! o ¡PUM!, en definitiva pimpampum para derribar a pelotazos a unos muñecos, y me disculpará por esta infantil ironía.

El Almirante que manda (AJEMA), así a bote pronto, le dice a la ministra que es una acción de riesgo y que conviene pensar en otra posibilidad con otro tipo de buques que no sean de guerra para evitar una situación embarazosa que pueda acabar en enfrentamiento.

Por su cabeza pasa el salvamento marítimo o incluso las patrulleras de la Guardia Civil (¡Coño que se lo paguen ellos! Que contraten a una seguridad privada, dicen algunos por los pasillos). En 1967 Israel atacó al USS «Liberty» (buque de EEUU de eufemísticamente denominado de investigación técnica) porque un error lo tiene cualquiera, recuerdan otros. Hubo 32 muertos de la tripulación.

-Es una orden dice la femenina voz ministerial, sin firmeza, sin fortaleza; pero como marioneta alguien dirige sus palabras. Sabemos quién es.

El Jefe de la Armada llama al Jefe de todo, el de Estado Mayor de la Defensa (JEMAD).

-Teo ¿sabes?

-Si Antonio. Estamos jodidos. Ponte en marcha porque es ejecutivo.

-Pero, coño, Teo, convence a la ministra y hazla entrar en razón.

-Ya he hablado con ella y es una orden del presidente del Gobierno que ni ha consultado con ella y la ha hecho pública en Nueva York. Así están las cosas y lo único que puedo hacer es alargar la hora de salida. No más de 72 horas.

-¿Y qué digo a los medios que ya están a las puertas del Arsenal de Cartagena?

-Pues ya sabes. Tratarles bien, darles alguna foto, muchas imágenes y que sea el ministerio quien dé la cara.

-Oye Teo, yo creo que esto no es legal. Es una cosa privada, somos Fuerza Armada y ponemos a nuestros hombres en grave peligro. Es usar los medios de Defensa del Estado para una cuestión particular. ¿Han consultado con el Parlamento? ¿Esto es un ordeno y mando fruto de un calentón?

Bueno eso no nos corresponde a nosotros. Tu prepara el barco y mi Mando de Operaciones se hará cargo de la misión.

-¿Pero que coño de misión es esta?

Al colgar queda por la línea secreta y cifrada un «Somos la nueva Unidad Naval de Emergencias, la UNE«; lo que nos faltaba.

Claro que después llega la información de una u otra manera. Pasa como siempre, se arman un lío y llaman a quien no deben de llamar, y no se asesoran o lo hacen con el uniformado que ejerce de «Director» o de «Secretario», que sabe que le va el puesto y futuro en la sonrisa complaciente. Hombres de armas que lo justifican, que hacen  uso de un lenguaje ambiguo que deben enseñar ahora en las academias militares y que suena a intencionado argot para escurrir el bulto.

Hay diplomacia de guerra, seguridad diplomática con un buque de guerra, incluso alguno de muy alto rango confunde o pretende confundirnos con que hay barcos de guerra y barcos de combate, ¿o de Emergencias? En las Fuerzas Armadas todo está centrado en la guerra. Hacerla o disuadir que te la hagan. El cañón en la proa o las ametralladoras de patente israelí que lleva el «FUROR» no son churreras.

El lenguaje es importante y en algunos casos malintencionado.

Es un error e irresponsable actitud someter a un riesgo de dudosa legalidad a una tripulación de la Armada que va a cumplir una misión que saben como empieza pero nunca como acabará. Una misión que no es la suya y que ha dado el presidente sin saber lo que manda ni a quién se lo manda. Los soldados y marineros no somos gente a su servicio sino al de España.

Estará señalado por ello y no habrá posible delegación de responsabilidad. Solo el señor presidente del Gobierno será responsable. No cualquiera está en condiciones de ordenar: «Mande firmes Capitán».

A la tripulación le deseamos buena mar y mucha disciplina que tiene su máximo valor en estos casos tan aberrantes.

Nota final: Todo lo escrito es fruto de la imaginación y nada tiene que ver con la realidad. Si lo fuese es por pura casualidad.

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

28 septiembre 2025

 

 

 

¡OH, GENERAL, MI GENERAL! General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

España es un barco perdido, sin su capitán.

Walt Whitman eleva la palabra a un nivel inasequible, único, y que  solo la poesía puede alcanzar.

¡Oh, Capitán, mi Capitán! resume todo aquello que solo ha empezado. Es la épica de una nación en busca de la victoria que no llegará. Esperanza sublime de lo inalcanzable en la historia del hombre: el camino a la libertad.

«Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparezca de la faz de la Tierra».

Hubo otros tiempos. «Ese ejército que ves vago al hielo y al calor…».

¡Oh, capitán, mi capitán!

Los versos de Whitman han seguido resonando, aunque en ocasiones transformados. En la milicia se fía la vida que se entrega al mando que la conduce, siempre con victoria, incluso si es derrota con honor.

Antes del poeta americano lo dijo el español Quevedo:

«Cuánto es más eficaz mandar con el ejemplo que con mandato. Más quiere llevar el soldado, los ojos en las espaldas de su capitán, que tener los ojos de su capitán a sus espaldas. Lo que se manda, se oye. Lo que se ve, se imita».

Demostrado queda en Valencia, con la catástrofe hecha tragedia, que los ejércitos no llegaron en el momento adecuado. Tarde. Aunque sea de minutos. ¿Dónde estaba su capitán?

Las Reales Ordenanzas recuerdan la norma que conduce al espíritu militar:

«El militar cuyo propio honor y espíritu no le estimulen a obrar siempre bien, vale muy poco para el servicio; el llegar tarde a su obligación, aunque sea de minutos; el excusarse con males imaginarios o supuestos de las fatigas que le corresponden; el contentarse regularmente con hacer lo preciso de su deber, sin que su propia voluntad adelante cosa alguna, y el hablar pocas veces de la profesión militar, son pruebas de gran desidia e ineptitud para la carrera de las armas».

Llegamos tarde. Hubo mala conducción y se necesitó mucha disciplina cuando el pensamiento aconsejaba lo contrario de lo que se les mandaba. Graves errores que a todas luces es solo uno y tiene componente político. Había  que esperar la orden política porque ellos, los que mandan en todo y sobre todo, vieron la oportunidad para volcar sobre el  adversario -político- una gestión que tenían perdida. Es la crudeza de la vil actuación de nuestra Administración. Ocurrió así. No hay la menor duda de que aquello no quería ser asumido ni aún, -¡qué vergüenza!- lo ha sido por el Gobierno de España. Hemos alcanzado la antiEspaña gobernante.

Quedaba la esperanza del que nada espera, ya todo perdido: los militares ¡que no llegan! Nadie les ordena. Llegaron tarde. No es su culpa como su voluntad adelantaba y han dejado allí su vida hasta donde les han dejado.

Soldados, todos los soldados, por España, todo por España.

Entre ellos buscamos al General, al más común, al que debería abarcarlo todo. Buscábamos solo el silencio del General, el que lo explica todo con  una frase que no ha encontrado. Ha dicho otra. La que no esperábamos: «Esto es una democracia» y varias cosas así. ¡Aleluya! No era esa la palabra que queríamos escuchar al que iba en el puente de mando. Nos ha llegado el ruido de un general, no su palabra, mucho ruido mediático en un lugar inapropiado y convertido en errónea arenga. No es palabra militar.

Hay un lugar militar y otro que no le corresponde. Confundirlos ha tenido  graves consecuencias en España que ahora  no vamos a recordar, aunque aún estemos viviendo sus consecuencias. En cuanto un político alcanza el poder sus oídos son regalados con esa música celestial desde el primer tiempo del saludo: «A sus órdenes«. Todo lo saben, todo lo mandan y todos les obedecen sin poner ante su incompetencia el hacer correcto. Un general debe mandar y los hay también para asesorar al que manda que suele hacerlo desde el más absoluto desconocimiento que puede -acostumbra- rayar en la tragedia. Para evitarlo hay generales que deberían. Al que mirábamos ha fallado y, lo peor, créese ganador.

«¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán! Levántate y escucha las campanas;
levántate —por ti la enseña ondea— por ti suena el clarín;
por ti son las guirnaldas y festones —por ti se apiñan gentes en la orilla;
por ti claman, la inquieta masa a ti se vuelve ansiosa».

No es por ti mi General.

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

27 noviembre 2024

 

 

 

GENERALES EN CUBA General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Algo tendrá el agua cuando la bendicen, decía mi abuela como si supiese que los rumores insistentes terminan en la confirmación o en el ocultismo. En cualquier caso un rumor no es una noticia, sino un intento para ver por donde sale. Ahora veremos en lo que queda eso que dicen de los generales cubanos muertos. No tendrá largo recorrido porque generales no hay muchos; cubanos menos.

En la guerra los generales no suelen morir. Sus menesteres parecen otros. En la civil española solo murió uno, heroicamente, era almirante, el Comandante del buque Baleares.

En la paz, como todos, cuando llega su hora.

Ya se sabe: morir en el combate es el mayor honor; lo peor es vivir siendo un cobarde.

La cobardía, pero no olviden ustedes la traición. Cobardía y traición están hechas con los mismos ingredientes. Es toda una técnica comunista que bien encaja como el arte de la alevosía: a traición y sobre seguro.

Esto es Cuba ahora.

Algún español fue general del Ejército de la Revolución cubana. Incluso antes, aquí en España, fue capitán de la Legión, que eso si que es ser, y llevó a cabo en la civil un desembarco en Mallorca del que se reía Indalecio Prieto. Se fue a Cuba y murió siendo general con estrellas voladoras.

Nos cuentan que hay un virus que está matando a los generales en Cuba. Van seis.

Los mata para siempre y los remata la sospecha y el silencio.

En esto de la información uno se siente desamparado. Los hechos son los que son, pero las explicaciones nunca son, sino que parece. Sobre todo cuando el comunismo anda por medio. Esta cosa del comunismo no es el hombre del saco. Es. Una religión ante la que el mundo se arrodilla y los generales mueren en un porcentaje diseñado por los soldados del comunismo.

Da lo mismo Cuba que España. El comunismo es el mismo, aunque los métodos se ajustan a la geografía y a los tiempos. Son tan cansinos que siempre alcanzan su meta, como la estalactita acaba abrazando a la estalagmita.

Solo hay que darles tiempo, aunque aquí les damos tiempo y espacio. Dinero también.

Esto no es Cuba, pero cada vez se le parece más y ellos están en todas partes.

Lo de los generales ya se sabe. Es lo más común, frecuente, usual. Según leo en el Diccionario de la RAE.

Me quedo en Capitán, aunque sea de bandidos.

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

1 de julio 2021

¡OH, CAPITÁN, MI CAPITÁN! General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Detalle de un capitán de los Tercios de Flandes en el cuadro «El Camino Español» – Ferrer Dalmau

Capitán lo es todo. Diría que es el doctorado del Cabo y a mis entrañables Antonio Burgos y Alfonso Ussía pongo como ejemplos, dos cabos a los que les dio por las letras y llegaron a encabezar ejércitos de victorias con la sintaxis convertida en campo de batalla. «Capitanes de las Letras» a las que día a día forman en orden de combate.

Cabo y Capitán es la carrera militar. Lo demás son parajes intermedios o querer ir más allá cuando a la postre «General» es lo más común; no lo es ser Cabo, no, y tampoco Capitán. Aunque sea de bandidos, que tal y como están las cosas a lo peor es mejor.

Nunca he oído mejor conferencia ni nadie ha redactado mejor texto sobre lo que es el mando como el artículo 5, el del Cabo, de las Reales Ordenanzas de Carlos III:

«El Cabo, como Jefe más inmediato del Soldado, se hará querer, y respetar de él, no le disimulará jamás las faltas de subordinación: infundirá en los de su Escuadra amor en el oficio, y mucha exactitud en el desempeño de sus obligaciones; será firme en el mando, graciable en lo que pueda, castigará sin cólera, y será medido en sus palabras, aun cuando reprenda».

Tan es así que en el último refrito hecho con las Reales Ordenanzas lo han incluido para todos; muy mal hecho porque todos saben que si eso lo hace el Cabo lo que tiene que hacer el Capitán son milagros; y más allá: nada. No es necesario cambiar nada.

España es cuna de Cabos y de grandes Capitanes. La misma pasta de hombres de guerra y de paz.

«Hombres de obediencia, del honroso oficio, guardas de la Cristiandad defensores de la Fe Católica, guardadores y conservadores de los Reinos y Provincias de su Rey, y las que le fueren desobedientes y enemigas, castigarlas y conservarlas por su valor y armas». Así resumía Marcos de Isaba, Capitán de los Tercios, tratadista militar, los preceptos de actuación de los soldados.

Nacido en Isaba (Navarra), en la batalla de Lepanto mandó una compañía de 178 hombres y dejó escrito:

«El que a la guerra viniere, ha de traer puesto el ojo al servir y vivir virtuoso, y no a la merced, que sin merecerla procura que se le dé, y ha de entender que no puede ser maestro quien no hubiere sido discípulo».

Isaba fue el que sentó las bases de esa lección magistral que debe impartir el Cabo y que ha quedado como cátedra de milicia. Insistía en la «instrucción de la escuadra en el manejo de las armas, en la obediencia sin murmuraciones, hacerse respetar sin llegar a las manos» y abogó por un sistema de regulación de nombramientos para que los oficiales cumpliesen unos requisitos antes de ser nombrados por el rey: «Para ser capitán cualquier sujeto debía servir al menos durante 10 años: 6 como soldado y 4 como alférez».  También contemplaba los actos de valor y arrojo como motivo para el ascenso por los méritos contraídos: «Los caballeros que hubieran realizado algún servicio particular o destacado en la guerra, como ser los primeros en ganar el lienzo de una muralla, una bandera, o destacarse en una victoria o la defensa de algún puesto».

¿Podrá existir un ejército sin capitanes?, o ¿sin que se note que hay capitanes?

El Capitán era autoridad y ejemplo, el modelo en el que se miraban sus hombres y de él dependía la victoria o la derrota. Cabos y Capitanes eran, y son, la infraestructura necesaria para sostener un ejército en condiciones de combatir y alcanzar la victoria.

«¡Qué galán, qué alentado,/envidia tengo al traje de soldado!» exclamaba el hijo del Alcalde de Zalamea al verlos desfilar. Era un Capitán y el Cabo detrás.

Guía y enseñanza; ejemplo y virtud. Lo demás son parajes intermedios.

Sin Capitán bien podemos decir que estamos solos y en la soledad del combate no vemos alzar la bandera.

«¡Oh, Capitán, mi Capitán! Nuestro azaroso viaje ha terminado». ¿Será verdad?

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

19 abril 2021

 

 

EL JEFE DEL PELOTÓN Y EL CABO DE LA ESCUADRA. ATAQUE FALLIDO Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

La orden era clara. Se sabía dónde estaba el enemigo, quién era, la dirección de ataque, los apoyos a prestarse una escuadra a la otra, y solo faltaba decir: ¡Al ataque! La orden debería darla el sargento en el momento oportuno.

¡¿Está claro?! Repitió por tres veces el sargento. Tres veces que se llevó el viento. Hasta se oyó cantar al gallo.

El fuego enemigo arreciaba, cada vez más centrado, el tiempo pasaba en una desesperada espera por saltar de aquellos abrigos que casi no protegían.

En el fragor del intenso fuego, no se sabe si por el ruido de la artillería y de la aviación propia o por el del adversario, una escuadra se lanzó contra el enemigo, sin orden, sola, sin protección, sin apoyo del fuego. La dirección que llevaban era equivocada. Nadie había dado la orden de ataque ni ese era el camino del pelotón.

—¡¿Pero que hace ese loco?! Le gritaba el teniente al jefe del pelotón, lo que este repetía a su escuadra que se pegaba al terreno, alejada de sus abrigos, en un suicida salto, víctima del fuego enemigo que no les dejaba avanzar.

—¡Volved, volved! ¡Todavía no he dado la orden de ataque!, se desgañitaba el sargento.

No había marcha atrás.

No habían entendido nada y su arrojo y valor arrastró a la otra escuadra a salir en su defensa y morir en el combate. Todo el pelotón había caído bajo las ráfagas enemigas.

Hubo que retrasar el ataque de la Compañía y el capitán reunió a sus mandos. Estaban cabizbajos y desorientados.

—No quiero que nadie alardee inútilmente de valor. Más que a realizar deliberadamente actos de riesgo personal, comúnmente innecesarios, sabed que el valor auténtico ha de tender a conservar durante el mayor tiempo posible, y en el más alto grado, las energías físicas y morales de vuestros soldados para utilizarla al máximo y en toda su plenitud en el momento decisivo del ataque: el asalto. ¡¿Lo habéis entendido!? Ha muerto un pelotón y hemos roto la sorpresa. Habrá que cambiar todos los planes. El enemigo sabe nuestras intenciones y hemos dado un ejemplo de falta de coordinación; que aprovecharán.

Un sargento no debió entender bien las palabras del capitán.

—Mi capitán, pero el decaimiento moral de la tropa exige un acto de valor, de riesgo personal.

—Sargento, la moral de la tropa de su pelotón es su responsabilidad. ¿Está usted bajo de moral?

—¡¡¡No, mi capitán!!!

—Me alegro, porque esa sí que es mi responsabilidad. Cuando lo crea oportuno me verá ponerme delante de la compañía y avanzar el primero. Aquí todos tenemos mando, pero no vayan más allá del suyo y no interpreten, sino que obedezcan y cumplan con su misión sin más iniciativa que la de cumplirla a rajatabla. Nada hay tan fuerte como peligroso que el deseo de mando. Aquí cada uno debe saber cuánto manda, lo que manda y lo más importante: ¡que le obedezcan!

—¡¿Lo habéis entendido?! Repitió por tres veces el capitán. Tres veces que se llevó el viento.

Hasta que cantó el gallo.

Un gesto inútil, de valor, sí, pero que abortó el ataque principal.

Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)

Blog: generaldavila.com

22 octubre 2020

 

 

UNA MUJER GENERAL General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Normalidad. El hecho de que una mujer alcance el generalato en las Fuerzas Armadas españolas es sin duda una noticia buena y destacable. Absoluta normalidad.

Las Fuerzas Armadas españolas son la institución que mejor asumió la llegada de la democracia y la que, de manera ejemplar, ha sabido evolucionar conforme los tiempos exigían. Hoy son un modelo de eficacia, valores morales y ciudadanos, ejemplares en su proceder. Así lo reconoce la mayoría del pueblo español excluyendo a esa minoría que hagan lo que hagan los soldados nunca se lo reconocerán.

Dentro de esa normalidad institucional, ejemplar casi siempre, por primera vez una mujer es convocada para realizar el curso de ascenso al generalato. No quiere decir que ya tenga asegurado el ascenso; antes debe superar el curso y posteriormente existir vacante, ser propuesta y aprobado su ascenso en Consejo de Ministros. Eso deseamos a la coronel Patricia Ortega García, perteneciente al cuerpo de Ingenieros Politécnicos del Ejército de Tierra, especialidad de Construcción. El hecho de iniciar el proceso que en breve puede llevarla a alcanzar el soñado empleo de general de las Fuerzas Armadas españolas ya es una gran y alentadora noticia.

Se cumplen 30 años de la incorporación de la mujer a las Fuerzas Armadas españolas. He contado en alguna ocasión que la mayor prueba de la normalidad del proceso la viví mandando la Brigada de la Legión en Viator (Almería). Nos preparábamos para acudir al conflicto de Irak cuando un grupo de periodistas llegaron a la base para realizar un reportaje. Quisieron entrevistar a las Damas legionarias que formaban parte del contingente. No hubo manera. Argumentaban que ellas eran exactamente iguales que sus compañeros legionarios y no cabía hacer separaciones ni declaraciones alrededor de su condición de mujer. En la Legión somos todos iguales. Lo mismo de iguales a la hora de entrevistarnos que a la hora de combatir. Así fue; la primera felicitación en Irak por una acción de fuego frente al enemigo recayó en los miembros de un pelotón donde una cabo legionaria mandaba una escuadra.

Ser general de soldados como los españoles es la mayor dignidad y grandeza que se puede alcanzar. Seas hombre o mujer, la exigencia es la misma, misma responsabilidad, misma ejemplaridad.

Como nos ilustra el general Bermúdez de Castro en su obra Arte del buen mandar español la palabra general aparece en el siglo XVI, pero su significado, sus atribuciones y deberes, son tan antiguos como la guerra. <<Lo mismo que se llama estratego entre los griegos, cónsul con los romanos, duque en los godos, cabdiello en el primer periodo de la Edad Media, condestable en el resto de la Edad Media y capitán al finalizar esta>>.

El capitán y el cabo eran los mandos principales que agrupaban desde las mesnadas a las compañías y posteriormente a las colunelas transformadas en coronelía de donde surgió el coronel.

La coronelía en Italia se dividía en compañías mandadas por capitanes. Fue Gonzalo Fernández de Córdoba el capitán de estos capitanes por lo que para distinguirlo de ellos le llamaron general porque los abarcaba a todos. Me parece que queda definido, ampliamente aclarado, el significado de general como abarcador, común a todos sus hombres que constituyen un todo bajo el mando del que los abarca: el general.

Fue el Gran Capitán el primer general como nos cuenta Bermúdez de Castro en su libro ya citado. Es el honroso título, tan noble y español que pronto puede alcanzar una soldado española.

¿Algo extraño, algo que destacar? Una gran noticia. Las mujeres en primera línea de combate. Como siempre.

Ánimo mi coronel y que pronto luzcas el merecido empleo de general para engrandecer lo que ya es muy grande, porque como bien sabes este es un lugar:

en que nadie espere
que ser preferido pueda
por la nobleza que hereda,
sino por la que él adquiere;
porque aquí a la sangre excede
el lugar que uno se hace
y sin mirar cómo nace
se mira cómo procede.

<<Los oficiales generales ejercen la acción de mando en la estructura orgánica y operativa de las Fuerzas Armadas y la alta dirección y gestión de sus recursos humanos, materiales y financieros. Accederán a esta categoría los oficiales que hayan acreditado en su carrera militar de modo sobresaliente su competencia profesional y capacidad de liderazgo>> (Art. 20.2  Ley de la Carrera Militar).

General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

Blog: generaldavila.com

1 noviembre 2018