GUERRA CIVIL 2

El acorazado Jaime I
Como les dije iré ampliando algunos de los datos que figuran en el libro La Guerra civil en el norte. El general Dávila, Franco y las campañas que decidieron el conflicto y hoy dedicaré el artículo a dar una breve explicación del gran error cometido por el ministro de Marina de la República, Indalecio Prieto, al abandonar el bloqueo del Estrecho.
La participación de la Marina de Guerra española en los comienzos de la guerra civil suele ser bastante desconocida a pesar de su decisiva intervención. Muchos no entienden que estando en poder del bando rojo la mayor parte de los buques de guerra, se permitiese el paso del Estrecho por las tropas de Franco.
Los contactos iniciales entre los organizadores del alzamiento y los mandos de la Marina fueron escasos y en principio le encomendaron un papel pasivo, «primero el de impedir el traslado de las Fuerzas del norte de África a la Península, en caso de que el gobierno pensara servirse de ellas —como lo hizo en 1932—, en el segundo plan, por el contrario, que garantizara su transporte» (CN. Enrique Manera, del Servicio Histórico Armada. Alzamiento y Revolución en la Marina, editorial San Martín).
La guerra en la mar tuvo una decisiva importancia, no siempre tenida en cuenta, ya que la economía española dependía de la posibilidad del acceso a los puertos con los suministros necesarios para alimentar la guerra y atender a la subsistencia de la población. La mar va a jugar una baza decisiva en la contienda. A su mando un hombre excepcional: el almirante Francisco Moreno y Fernández, jefe de la Flota Nacional.
La historia de la Marina española desde la llegada de la República en 1931 bien puede resumirse en la frase pronunciada por uno de los numerosos ministros que tuvo la Marina: «Es preferible pintar los barcos que montarles cañones». Ese era el espíritu que les movía.
Al proclamarse la República la flota española estaba en un proceso de favorable evolución y contaba con 2 acorazados, 5 cruceros y 3 cruceros en construcción, 15 destructores y 12 submarinos. La República hizo lo posible por paralizar el programa naval y atacó a la disciplina y unidad del personal cuando, aunque con escaso material, era una Marina de gran calidad comparable al de otras europeas. La llegada de la República supuso una paralización de todo el proceso de inversión de los programas navales. La última fase había sido aprobada por Ley de julio de 1925 y en ella se autorizaba a la construcción tres cruceros de 10.000 toneladas, tres destructores de 1.600 toneladas, 12 submarinos de mil toneladas, 2 buques tanques y otras unidades menores así como de fuerzas aéreas embarcadas, minas y diversas instalaciones en las bases, talleres, polvorines etc. El importe era de 877 millones.
Al comenzar la Guerra Civil el 80% de la Flota quedó en manos de los rojos. Fue asesinado el 40% del escalafón de Marina quedando detenidos un 20% de sus jefes y oficiales en cárceles y campos de concentración de la zona roja.
Del lado nacional quedaron los Cruceros Canarias y Baleares, en construcción, el viejo acorazado España, el Almirante Cervera y algunos buques menores.
La Escuadra era clave para poder asegurar los abastecimientos y transportar el Ejército de Franco a la Península. Todo dependía del Ejército Expedicionario de África. Como hemos dicho la mayor parte de los oficiales fueron asesinados en los primeros momentos y quedó la Flota sin la necesaria dirección de conjunto y disciplina de combate. Los buques eran dirigidos por Comités de cabos y marinería que sometían a votación las decisiones creando una situación insostenible desde el punto de vista estratégico.
El ministro de Marina José Giral había ordenado en un principio mantener el control del Estrecho, aunque era un subalterno del Cuerpo de auxiliares, Benjamín Balboa, quien daba instrucciones a las tripulaciones que aceptaron el bloqueo desplegando la Flota en el Estrecho.
El general Franco había logrado pasar algunos efectivos, a todas luces insuficientes, aunque sirvieron para mantener el espíritu de lucha y la fe en la victoria alimentando las esperanzas de las fuerzas peninsulares. Desde Ceuta, con gran audacia, en la noche del día 18 se logró transportar a Cádiz y Algeciras al I Tabor de Regulares al mando del comandante Oliver, y el 2º escuadrón desmontado del capitán Sanjuán; el día 19 al II Tabor de Ceuta del comandante Amador de los Ríos.
La Escuadra roja se presentó en el puerto internacional de Tánger y, aunque se remitió nota de protesta ante la Comisión Internacional denunciando el abuso y quebrantamiento de la neutralidad, no se obtuvo resultado hasta el día 23 en que burlando a la Comisión Internacional y al Comité de Control de Tánger sustituyó sus navíos por torpederos y submarinos dominadores del Estrecho desde la base de Málaga.
En la mañana del día 30 se transportaron por vía aérea 20 legionarios al mando del teniente Gassols y otros 20 por la tarde con el comandante Castejón. Así sucesivamente y con un total de 22 aviones se pusieron en la Península hasta fin de julio 837 hombres.
El general Franco en junta de jefes deliberó sobre la necesidad de lograr el transporte marítimo con fuerzas y elementos suficientes y contando con protección aérea. La decisión se ejecutó el 5 de agosto desembarcando en Algeciras dos batallones y parte de otro, una batería de 105mm., cuatro morteros, material de transmisiones y municiones. Continuaron los transportes en los meses siguientes. En agosto, y a partir del día 5, un total de 8.453 hombres con su armamento; 9.732 durante septiembre; 2.300 en octubre que con los transportados en julio se formó un pequeño ejército de unos 24.000 hombres que desde Sevilla pudo ir avanzando hacia Extremadura y Madrid equipado de artillería y aviación.
Especial mención tiene la actuación de la tripulación del cañonero Dato con su comandante don Manuel Súnico y Castedo al mando y que fue recompensado con la Medalla Militar individual. El insignificante cañonero tuvo que dar escolta a las motonaves Ciudad de Ceuta, Ciudad de Algeciras, al Aranco, Benot, y Kert. En pleno Estrecho se encuentra con el Destructor Alcalá Galiano que pudo evitar el paso del Estrecho de las tropas de Franco si no es por la valiente actuación del Dato que a pesar de su manifiesta inferioridad se enfrentó al destructor que huyó sin presentar combate con cobardía y sin honor.
Indalecio Prieto se preguntaba con su habitual retórica.
—¿A dónde van esos locos?, pregunta al juzgar ahora la actitud de los sublevados.
Esos locos solo tienen Marruecos y algunas ciudades y pueblos aislados, salvo Castilla la Vieja; en África hay 32.000 soldados que no pueden cruzar el Estrecho, bloqueado por la Escuadra. La aviación, en su gran mayoría, está con la República. El número de soldados con que cuentan en la península los sublevados es solo de 13.000. En total, con los de África 45.000 soldados.
Va a ser precisamente Indalecio Prieto quien cometa el gran error de liberar el Estrecho. Al constituirse en septiembre el nuevo Gobierno con Largo Caballero a la cabeza, Prieto es nombrado ministro de Marina y sin pensarlo dos veces envía el grueso de la Flota al Cantábrico a luchar contra los nacionales, el crucero Almirante Cervera y el viejo acorazado España, estando de acuerdo con ello los Comités de marinería. El Estrecho quedó desbloqueado y los nacionales con mayor visión estratégica enviaron al Canarias, ya en servicio, y el Almirante Cervera. Solo faltaba enfrentarse en combate y así ocurrió el 29 de septiembre en el combate de cabo Espartel en el que los barcos nacionales hundieron al Almirante Ferrándiz y con graves daños al Gravina consiguiendo el dominio completo del Estrecho. El paso estaba libre y las tropas de refuerzo a la península alcanzaron el necesario flujo para llegar a Madrid. El error de Prieto pudo significar la pérdida de la guerra..
El 29 de septiembre de 1936 los cruceros nacionales Canarias y Almirante Cervera lograron ahuyentar a la escuadra roja del Mediterráneo después de hundir al destructor Ferrándiz y averiar al Gravina. Una huida inaceptable y de ineptos como la definiría el almirante ruso Nikolái Guerásimovich Kuznetsov.
Se veía venir. No podía ser de otra manera cuando las cosas habían empezado con ejemplos de indisciplina y crueldad como el del acorazado Jaime I. La dotación del acorazado envía a la superioridad el siguiente telegrama.
—Hemos tenido seria resistencia con jefes y oficiales en servicio, venciéndoles violentamente. Resultaron muertos un capitán de corbeta, un teniente de navío, un alférez, un cabo artillero, dos marineros. Rogamos urgente instrucciones sobre cadáveres.
El ministro de Marina responde:
—Con sobriedad respetuosa den fondo a los cadáveres anotando situación. El día 21 de julio de 1936, sobre las 10 horas, serán arrojados al mar, guardándose el protocolo de rigor.
Perdieron la guerra en la mar. Porque allí, como dice el CN. Enrique Manera en el prólogo al libro Alzamiento y revolución en la Marina, «Hace falta una sociedad difícil, jerarquizada, en donde la convivencia está basada en la confianza mutua, la reglamentación de los usos y costumbres navales, el sentimiento íntimo del cumplimiento del deber, así como del convencimiento de que se forma parte de una gran familia animada por un fin noble y generoso, el servicio a la Patria en la mar, todo ello dentro de una disciplina rígida, muy exigente en todos su niveles».
Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)
Blog: generaldavila.com
15 junio 2021
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