Aprovechen el fin de semana para leer el libro y estoy seguro que no saldrán defraudados, aunque desde su publicación ya he podido detectar que hay verdadero interés por el contenido. Doy las gracias a todos y periódicamente les iré desvelando algunas cosas sobre lo que en él cuento y también lo que solo se vislumbra.

La maniobra que pudo poner fin a la guerra y que no fue aprobada por Franco
Hoy como aperitivo les dejo la introducción al libro.
‹‹Disculparás los defectos de mi estilo, si consideras a mi pluma no afilada por sutil cuchillo de tranquilo estudio, sino rasgada por el desaseado corte de militar espada›› (Marqués de Santa Cruz).
INTRODUCCIÓN
Podríamos empezar en Cuba, en Filipinas, o en Annual, quizá en los Tercios de Flandes, la historia no puede escribirse a trozos, sin encajes, porque nada hay aislado ni se encuentra tan lejano que no nos afecte, acontecimientos todos enlazados y dispuestos en un orden del que conocemos, apenas, las sombras. Los españoles han estado en los confines del mundo, con su palabra o con su espada, la historia habla español; ciertos son los versos de Bernardo López García en su oda al 2 de mayo: « ¡Doquiera la mente mía / sus alas rápidas lleva, / allí un sepulcro se eleva / contando tu valentía. Desde la cumbre bravía / que el sol indio tornasola, / hasta el África, que inmola / sus hijos en torpe guerra, / ¡no hay un puñado de tierra / sin una tumba española!».
Pero nuestra historia, que es mundial porque al mundo ha afectado, de repente, no en pocas ocasiones, se fractura por dentro en cuanto regresamos a casa, incapaces de ordenarnos y constituirnos en una nación orgullosa de su pasado y animosa para enfrentarse a su futuro. Alejandro Magno dormía junto a la Ilíada y su espada. Nosotros parace que lo hacemos con el Quijote y la lanza.
Es una larga historia. Inabarcable. No podemos pretender, como aquel niño con el que se cruzó San Agustín, vaciar con un cubito toda el agua del mar en un pozo hecho en la arena. No lo pretendo. Tampoco es bueno quedarnos de brazos cruzados, incapaces, porque con rigor, humildad y trabajo se le puede ganar terreno al mar y descubrir algo de lo que esconde que nos ayude a entender mejor lo que, ahora, pasa.
Uno de estos días llegaron a mí poder las herramientas necesarias para construir un dique y pensé que sería bueno adentrarme en el mar de la Historia con el adecuado material, sólido y diseñado expresamente para la obra. Reconocí enseguida la tarea que me esperaba. Supe para lo que servían aquellos inesperados materiales que por alguna razón alguien había puesto en mis manos. Después de meditar responsabilidades, me hice cargo de los hechos y decidí ponerme a trabajar. No soy historiador, tengo los apuntes, pero no el título de ingeniero y, como el momento de la Historia es convulso, me dije: esto hay que darlo a conocer y que cada cual saque sus conclusiones y construya su obra.
Aquí está un trozo de la historia de España, la de una de sus fracturas internas, el paréntesis que ha provocado una ruptura en el necesario, cada vez más urgente, encaje del antes y el después. Por nuestro bien debemos prestarle atención desde lo que conocemos de los hechos.
Por mis manos han pasado algunos documentos personales de mi abuelo, el general Fidel Dávila Arrondo (Barcelona, 24 de abril de 1878 – Madrid, 22 de marzo de 1962), anotaciones que minuciosamente iba apuntando, de su quehacer diario, en unas libretas negras, pequeñas, tanto como su letra, difícil de descifrar, pero con claves que abren el camino para adentrarnos en esa parte de la historia de España que tanto nos cuesta asumir como historia propia: la Guerra Civil. Sin conocer no es posible poner en orden las ideas y perdonar los graves errores cometidos en ambas orillas.
He repasado bibliotecas y archivos, no de fácil acceso, rodeados de incómodos procedimientos para llegar al objetivo. He mantenido muchas conversaciones y he recibido muchas sorpresas.
Revisar documentos ha llegado a encorvarme, algo menos que el tiempo ocupado en pensar y enlazar lo que se ha dicho, dice y puede que se diga. Muchos de los hechos que se toman como dogma de fe, pilares de tantos y tantos libros, no son exactamente como se reflejan, una y otra vez, no sé si con alguna intención. Después de 85 años quedan cosas por conocer, documentos que revelar, incluso puede que no todo fuese exactamente como hasta ahora se ha contado. Por lo menos algunas de ellas. Todavía existen intereses, desatenciones, olvidos y miedo. En algunas personas sigue el recelo, cierto a contar sus historias.
Mi intención es dar a conocer con rigor lo que mi abuelo, entre sus documentos de guerra, dejó escrito —por algo sería—; lo hago con enorme respeto a lo sucedido entre españoles, a unos y otros.
Ya he dicho que no soy historiador y es a ellos a quien quiero ayudar. Lo que expongo es una pieza más de un puzle que cada vez se enrarece más. Ayudar a recomponerlo ha sido mi intención.
Como militar, conecto con la historia de mis anteriores generaciones de soldados: mi bisabuelo, el teniente coronel Mateo Dávila; mi abuelo el general Fidel Dávila; mi padre el general Manuel Dávila; y este que les escribe, el general Rafael Dávila.
Al acercarme a tantos inéditos documentos, hubo algo que me transportó a una de mis recientes lecturas:
«Luego nos advirtió que los planos que buscábamos estaban en un cajón con un letrero: Mapas, y que no anduviéramos revolviendo en los libros de la biblioteca, ni ningún papel que no fuera necesario, porque los libros y papeles hacen mucho sentimiento de su dueño cuando está ausente, y se callan y no dicen nada como cuando él está presente».
Es un párrafo del primer capítulo de Maestro Huidobro del Premio Cervantes José Jiménez Lozano.
Son las palabras justas, las que no sabría yo encontrar para describir el estado emocional ante los cientos de documentos, libros, libretas, agendas, calendarios, manuscritos, oficios, partes de guerra —también de paz—, órdenes y sugerencias, desórdenes evidentes, mapas, croquis, esbozos, apuntes, borradores, cartas, mensajes, telegramas azules, urgencias, acusaciones, papeles, que fueron blancos y son sepia, color antiguo que ya huele a tiempo, ante el tiempo que fue; y empiezo a abrir y sacar de unas cajas que aparecen en el ático de mi casa. No por casualidad. Esta historia encerrada en cartones, que ahora abro, es centenaria y milenaria, es un árbol viejo, muy viejo, que de nuevo brota de la tierra y da forma a un tronco nuevo. Ocurre cuando unas manos de primavera airean tanto papel y hacen volar las hojas como convertidas en pajaritas recién llegadas de su viaje lejano, con nuevas noticias del pasado; pero que no siempre es así.
No pretendo escribir un libro de historia desde la metodología del profesional, sino con la de soldado, una historia que aparece entre documentos y conversaciones familiares. Esto es lo que les quiero contar, y lo que con su permiso paso a contarles.
No sin antes volver al Maestro Huidobro.
«Y, luego, junto a la ventana, había una jaula con un loro que se llamaba
Napoleón y repetía:
— ¡Napoleón vigila! ¡Napoleón vigila!
Y, cuando nos arrimábamos a la librería, decía también:
— ¡Cuidado con ésos! ¡Cuidado con ésos!
Pero luego ya no dijo nada cuando abrimos los cajones de los atlas y los planos y las escrituras. Vio que éramos amigos. Así que Bea, Cosme y yo, nos dispusimos a investigar muy deprisa».
Olvidemos las precauciones, los prejuicios, las maldades, y abramos los cajones de la historia. Investiguemos y ¡que se calle el loro! Somos amigos.
Ya no deberíamos tener cuidado con esos ni con aquellos.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
Del Libro LA GUERRA CIVIL EN EL NORTE. El general Dávila, Franco y las campañas que decidieron el conflicto.
Publicado en: La Esfera de los libros
Blog: generaldavila.com
10 mayo 2021
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