Escuché cómo alguien, con toda intención mediática, se declaraba ateo, pero fiel cofrade, congregante, hermano y en esta Semana Santa, disfrutaba siendo parte de su engañoso festival. Le iba el rollo ese de la calle, la emotividad, ser bulla y barullo, y un protagonismo tan falso como la religión que solo se practica alrededor de las emociones sin raíz. Ofensa grave a los que procesionan con fe e incluso por ella, por los demás entregan su vida.
No pude olvidar aquel ¡Crucifícalo! ¡A Barrabás! ¡A Barrabás!
El caso es la calle, inundarla, contagiarse y sentirse protagonista, y si llega el caso lo mismo se entroniza que se destrona o estigmatiza. ¿Qué más da? Eso explica muchas cosas y casos recientes.
No voy a ir a ninguna procesión. Con la que llevo dentro me llega y me sobra. Gritos de verbena. Incomprensible actitud que vota levantar o derribar. Estamos ante una situación crítica. Desorientados.
No invento nada. Es.
La Cruz iba a ser demolida, barrenada; como antaño lo fue el Sagrado Corazón de Jesús del Cerro de los Ángeles después de ser fusilado. Estaba y está en el contrato. Se renueva la negociación. Mientras, firmado está, a ese monje que vigila orden se le da: ¡Que se quite el capirote y a volar!, lejos, que quede sin vigilancia el valle de lágrimas.
Hubo pacto. Silencio. Se cuela la amenaza. ¡Si no… la derribamos! La derribamos. La derribamos. Capaces son. Nadie se opondrá.
No hay nada más cruel que la reconversión de una Institución que supo conducir la moral de un pueblo en empresa. Rentable. Con vigilancia sobre la cuenta de resultados. Materiales.
Duele la soledad y la Cruz lo es. Por mucho que se suba y se baje a ella y por ella, siempre es un símbolo de soledad y abandono.
Este no es un Jueves Santo como otro cualquiera. Le precede un trato y un contrato. Solo nos queda ver quienes han dejado allí su firma. Hace 2000 años también lo hubo. Una traición. Unas monedas bastaron. Estaba dentro y desde dentro se urdió todo.
—¿Qué me queréis dar y os lo entrego? Se convinieron en treinta piezas de plata, y desde entonces buscaba ocasión para entregarlo.
—Al que yo bese, ese es. Apresadlo.
Está escrito y lo han confesado. Su cabeza por la Cruz. Quede al descubierto el trato. La fuerza de un monje es toda cuando se trata de defender la Cruz.
«A fray Juan lo montan en un mulo con destino a Toledo, aunque él no sabe a dónde lo llevan. Tiene que atravesar, sabiéndose secuestrado, la paramera abulense, la sierra de Gredos y los riscos del Tiemblo a comienzos de diciembre, en días de frío y nieve. Cuentan que llega a Toledo de noche y con una oscuridad añadida porque, además, le tapan los ojos con un pañuelo».
“En una noche oscura, con ansias, en amores inflamada, ¡oh dichosa ventura!, salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada”.
No son tiempos de sosiego. No se puede uno fiar de nada ni de nadie. Veremos en qué queda todo, no será nada bueno, cuando las grandes instituciones morales juegan para su supervivencia y en el juego está todo admitido. Por dinero y bajo palio.
Es un cisma: escisión, discordia, desavenencia. Es lo que marca la pauta moral de España sin guía ni pastor.
Cuando es la moral lo que está en juego, se le pone precio, se entrega la historia y la tradición por treinta monedas; resulta que nadie sale a la calle. Están vacías. Forma parte del trato. Que nadie se mueva. Ni una queja.
¿Queréis calle?
Toda vuestra, que mañana será otro día más de engaño. Será otro día y Dios dirá.
—¿Y si Dios no dice nada?
—Pues nada.
En el trato estaba derribar la Cruz. Se firmó ante el sanedrín y el veredicto no tuvo oposición alguna. Todos firmaron y los que estaban fuera se pronunciaron.
—¡No conozco a ese hombre!
No es difícil reconocerse en estos tiempos de rezos y olvidos. Parece hora de los dinamiteros de la moral.
Soledades. Y amenazas.
Rafael Dávila Álvarez
Blog: generaldavila.com
17 abril 2025










