Nada hay nada más cruel que la manipulación a través de la mentira. Podría ser que todo esté montado sobre ella y a sus lomos cabalguemos. La he visto tan cercana, contrastada, mandándome su gesto de silencio y a la vez de amenaza. Estaba entre los muros de los palacios y entre el lodo de las trincheras. Siempre había alguien que escuchaba y elevaba millones de datos a la máquina de 1984 que transmitía al partido la dirección a seguir y la tecla que apretar.
Así surgieron las guerras y las contraguerras, que nunca se sabe cual de las dos es peor. Ambas las dirigen los mismos para que creamos que hay posibilidad.
No la hay.
Solo un recorrido desde los ancestros te permite ver el porvenir. Tendrás que apartarte de lo concreto y menudo, del trozo de pan que te exige formas que no permiten alterar. Para ello hay que tenerlo todo perdido, sin deseos de recuperar nada ni tampoco de luchar por lo concreto. Simone Well lo dice de la única manera que puede hablarse para que todos entiendan; con la poesía. Lo hace en cuatro versos.
Para hacerse invisible
cualquier hombre
no hay medio más seguro
que hacerse pobre
Prueben. Es una pobreza que pocos están dispuestos a asumir.
Hoy escribo solo para mi, pero si alguien quiere acompañarme ahí está un único pensamiento: la inmortalidad. Nadie lo tiene presente ni piensa en ello y todos lo hacen en algún momento.
Es actualidad que ha pasado desapercibida. No quiero otra cosa que llamarles la atención sobre el hecho. Es lo más antiguo que tenemos. Una lucha perdida desde el comienzo.
Pasen y vean: la inmortalidad.
Me ha preocupado esa conversación que mantuvieron Putin y Xi Jimping cuando creían que nadie les escuchaba: “Gracias a la biotecnología los órganos humanos podrán ser trasplantados constantemente» […] “las personas podrán vivir cada vez más tiempo e incluso alcanzar la inmortalidad”.
Motivo suficiente para aumentar la incertidumbre tras una conversación, privada, entre falsos dioses que llevan en sus manos el teclado.
Ellos tan extraños, tan lejanos, tan inescrutables, amos del mundo hablan como Gilgamesh, el primero en percibir la muerte.
Deberíamos pensar. ¿Por qué esa conversación? ¿Por qué se ocupan de algo que nos atormenta?
No han leído a Gilgamesh. Nada saben de la Sibila de Cumas. No han leído El Inmortal de Borges. Pero buscan perpetuarse. Porque no hay que leer para saberse tan débil y con efímero poder. No serán ni recuerdo. Por mucho que lo persigan.
¿Es que saben algo que nosotros desconozcamos?
«En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes». Me tranquiliza Borges.
¡Ay de vosotros que decidís sobre nosotros y nos arrastráis como si fuésemos cadáveres vivos mientras confundís vida y eternidad!
La crudeza de ser, que nadie asume, se centra en que la vida contiene la muerte. Eso es irrenunciable.
Recurro a Blaise Pascal: «Que cada cual examine sus pensamientos. Los hallará totalmente ocupados en el pasado o en el porvenir. No pensamos casi en el presente, y, si pensamos en él, lo hacemos solo para obtener de él la luz que nos permita disponer del porvenir. El presente no es jamás nuestro porvenir. El pasado y el presente son nuestros medios; sólo el porvenir es nuestro fin. Así no vivimos jamás, sino que esperamos vivir. Y disponiéndonos siempre a ser felices, es inevitable que jamás lo seamos».
Muchos nos han hablado de la inmortalidad. Nadie sabe más allá de la intuición que nos muestra Borges: «Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal».
Al más incomprensible James Joyce se le entiende todo: «He escrito Ulises para tener ocupados a los críticos durante 300 años» dijo Joyce y hasta ahora nadie ha entendido como él que la vida es nada, como que vivir es ir hablando. Eso es todo. Hasta que te callas y se acaba.
¿Por qué andas vagando por ahí, Gilgamesh?
Queda solo escritura y algún fósil. Eso es todo. Nada.
«Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve seré todos: estaré muerto».
Putin y Xi Jimping no son Enkidu y Gilgamesh. Jamás leerán a Joyce. No sabemos cual es su previsión para nuestras vidas. No pensarán en nuestra inmortalidad. No se dan cuenta que no son «ajenos al sueño, inmortales»
Es un deseo primario el de la eterna juventud. Cuando la vejez te asalta, con su inexorable lentitud y silencio, te das cuenta de lo inútil de querer mantenerte despierto para siempre. Eso es también para Putin y para Xi Jimping. Nadie es capaz de vencer al sueño. La primera prueba consistía en vencerlo durante siete días.
Utnapishtim pone a prueba al hombre: «Vence al sueño, y quizás vencerás a la muerte», pero aquí acabó la historia para todos: «¡Mira a este! Quería vivir eternamente, pero, en cuanto se sentó, el sueño lo envolvió como la niebla». Es el ancestro más lejano que tenemos. Está en una tablilla de barro escrito con punzón.
Se repite hasta oírse en la boca de dos líderes extraños, inescrutables, misteriosos; pero mortales.
No han oído hablar del horrendo barquero que cuida las aguas de los ríos.
Caronte.
Escribir es un lamento que busca encontrar la palabra que acabe explicando lo que pretendes. Siempre te lleva al mismo lugar: incertidumbre.
La inmortalidad puedes aún así intuirla. Es un misterio resumido en la niebla.
Nadie puede verlo y vivir. Pensemos en ello.
«Podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás» (Éxodo 33, 23).
Rafael Dávila Álvarez
Blog: generaldavila.com
5 octubre 2024














