Leemos en Clausewitz un enigmático capítulo, sin desarrollar al completo, que lleva por título Llave del país. «La idea indeterminada y confusa que se esconde bajo esta antigua metáfora militar, se aplicaba tan pronto a la parte más descubierta de una país como a la más fuerte».
La simplicidad del ejemplo militar nos lleva a entender que en España si poseo La Zarzuela, símbolo del Reino, posición donde ondea la bandera de la Nación, poseo el país. De manera que para un hipotético enemigo de España esa sería la llave maestra.
En buena estrategia hay que buscar un objetivo en quién centrar la mirada mientras se socava el conjunto. Nada como ir directamente a por la bandera, lo más elevado de la nación: acabar con el símbolo para que lo simbolizado desaparezca: La Corona: España.
Los ataques frontales producen muchas bajas y no suelen ser decisivos. Se impone la maniobra que se constituye en un juego del espacio con el tiempo. La cerradura de la posición del 75 era firme y a partir del 78 se reforzó con una «Constitución» que vigilaba la puerta y los interiores para que nadie asaltase las estancias.
El descuido y la complacencia de muchos bajó la guardia de las murallas. Los centinelas se dormían al calor del bienestar y la bandera languidecía perezosa, falta de viento para flamear. Era el momento de hacerse con la llave. «Decimos pues: si la palabra llave debe tener una significación determinada en estrategia, no puede designar nada más que una porción de territorio sin la posesión de la cual no podemos exponernos a penetrar en un país». Lo penetraron. Cambiaron la llave y van camino.
Muchos son los que lo piensan: ¿El Rey?, aunque nadie lo dice en voz alta. Ni en círculos reducidos porque quizá ya no los hay. Todos callan y nadie se fía, mucho menos del compañero de pareja. Demasiadas traiciones en el camino. Nadie quiere comprometerse con nadie ni con nada. Estamos ante la España cobarde ¡tienen tantos tanto que callar!
Mientras discutimos la amnistía se consume sin pausa, sin prisa, la mecha ya prendida: diez, nueve, ocho, siete, seis cinco…
España ha pasado de ser un modelo de convivencia a ser un Estado vengador. Calificar a la Nación no me atrevo ante su peso histórico. Como Reino ha sido de una grandeza incomparable. Todo ha terminado y ahora «el conjunto de los poderes y órganos de gobierno» nos enfrentan al abismo, no hay futuro. Estamos postrados ante un Estado vengador.
España vive en la anormalidad política, institucional e histórica. ¿Democrática?
¿Alguien puede explicar por qué el Rey de España D. Juan Carlos vive fuera de España en contra de su voluntad? ¿Quién (es) se lo impide (n)? ¿Cuales son las razones?
No se nos muestran los denunciadores, ni las acusaciones. Mientras lo hacían, en la manipulación de las redacciones, ocultaban su rostro no fuese alguien a escribir en el suelo. En las cuevas se han criado y de los pechos de una serpiente mamaron.
Así que se han ido retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos. No es la Justicia. No hay ley que se lo impida. No es el dinero culpable ni otra acusación ronda los juzgados.
Nadie a Don Juan Carlos ha echado. Echar a un Rey equivale a hacerlo a la Corona, a la institución, a la dinastía que representa. ¿Entonces? ¿Quién (es) se opone (n)?
Evidente anormalidad que debe de tener algún oculto sentido para que nadie se atreva a poner negro sobre blanco.
¿Será la llave del país, de la que hablaba Clausewitz?
El Rey Don Juan Carlos I, que fue de España y sacó adelante a España, no puede vivir en su nación porque… Nadie lo sabe.
Esos puntos suspensivos acabarán con España y será a jirones, cuando ya vemos los primeros desgarros de los traidores que se instrumentalizan desde sus cargos para la venganza institucionalizada. Cuidado con tirar de los extremos porque de acuerdo con Ortega acaba produciendo «una escisión del cuerpo social mediante una tracción continuada ejercida desde sus extremos».
Hay tres imperdonables contra los que se dirige todo lo que se instruye y construye. Tres motivos de venganza: Transición, Corona, Constitución.
Hay facciones infiltradas en la organización que de manera sutil conducen el rebaño que se define con inocentes siglas, que no dicen nada, pero son la marca al hierro candente que caracteriza la historia más triste de los pueblos.
El Rey Juan Carlos fue el conductor de la Transición, de la Corona y de la Constitución. Lo hizo con mano hábil y férrea hasta culminar la democracia. No era fácil. Mantuvo la unidad de España y el prestigio internacional fue acrecentándose hasta ser una nación referente en el mundo. Algo imperdonable para el socialismo que irrumpió con aquel «Hay que aceptar la Monarquía como el mejor y más fácil puente hacia la democracia. Luego ya veremos», que sentenció Tierno Galván. Aceptaron el reto, el «ya veremos» lo convirtieron en un futuro de progreso para España hasta que regresó la torpeza y el rencor histórico socialista de antaño con dos gobiernos alimentados desde fuera y con España como objetivo: José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez. Habría que volver al 31 y si era necesario al 36.
La demolición supone empezar con los tres imperdonables citados: Transición, Corona, Constitución. Son dinero y luego Poder: ejecutivo, legislativo, judicial.
La Transición ha sido denostada. La Constitución vulnerada. La Corona señalada. La llave estaba en La Zarzuela. A por ella…
¿Qué queda?
La anormalidad está en el conjunto, pero la que hoy señalamos del Rey Don Juan Carlos tiene muchas lecturas. Es solo una parte del recorrido. Habrá segunda parte.
Algunas de esas razones que llevan a tener al Rey de la Transición y la Constitución alejado de España saltan a la vista, pero para no reiterarme señalaré solo algunas:
-Apoderarse de «la llave del país».
-Desarticular, desprestigiar, desmontar la Transición y señalar a su mayor culpable. Recuperar la violencia y rencor socialista de antaño.
-Acabar de manera definitiva con la Constitución. Borrar la Ley de forma que se imponga el «Partido único».
-Llegar al final del recorrido a la República de repúblicas.
-Acabar con aquel proceso que cristalizó en 1969 con la aprobación por las Cortes de la designación de D. Juan Carlos como sucesor del Generalísimo a título de Rey.
-Demostración de fuerza: aquí mandamos nosotros. Buena prueba de que se puede echar a un rey sin que pase nada.
-Abril del 31: sin amparo legal ni ley que lo apoye expulsamos al rey de España y le declaramos delincuente. Sea. Agenda 2030+1.
Es palpable y objeto de terror comprobar que de todo este proceso salgan ganadores: el terrorismo y el independentismo. Debería hacernos pensar, pero puede que ya sea tarde después de haber educado a unas cuantas generaciones en un proceso sin retorno.
El camino recorrido no tiene vuelta atrás. Es terreno ganado de manera irreversible. Ha sido preparado meticulosamente y nadie se hace idea de las instituciones infectadas que han colaborado en el proceso. Nombres y apellidos que descansan como si hubiesen sido conductores de la democracia a la que minaban de manera hipócrita ¿o traidora? Algún día se sabrán sus nombres.
El dinero mueve guerras, pero cosas más sutiles y sencillas también. Si. Las de toda la vida.
Enumerar la lista de traidores aún es posible. No habrá rincón de la tierra que oculte su nombre, y menos los apellidos.
Han quebrantado la fidelidad y lealtad a quien todo le deben, han traicionado a quien trajo el sistema que se lo ha permitido y Él ha tenido que sacrificarse por la Corona de España.
Esperemos que haya servido para algo porque mientras discutimos la amnistía, se consume la mecha ya prendida: diez, nuevo, ocho, siete, seis, cinco…
Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)
Blog: generaldavila.com
20 febrero 2024