No les voy a descubrir a Azorín, aunque vaya usted a saber con lo poco que ahora se sabe de la Ilíada; y de dónde está Troya, que puede que ni estuviese. Azorín era algo así como Aquiles, pero en vez de espada usaba pluma y un paraguas rojo. Hoy sería youtuber o el número uno en tik tok. No me cabe la menor duda. El personal no es tan idiota como parece, solo los que tienen acta de Diputado alcanzan el lugar de los dioses y de la inmunidad.
Sí a ti te digo; tú también ¿te crees distinto?
Hay un corto pero inmenso cuento de Azorín, D. José Martínez Ruiz, que les recomiendo: Toscano o la conformidad. Forma parte de su libro: España. Hombres y paisajes.
Ustedes pensarán que escribir es una tarea pesada, difícil, y que hacerlo a diario una obligación que puede resultar más dura que picar. Les contesto que no, que escribir es un alivio ante el dolor o la alegría, un desahogo necesario y me atrevería a decir que una medicina, cual si el mundo estuviera con fiebre y debe tomarse algo. Paracetamol contra la fiebre que produce el talento de los que gobiernan una nación sí y la otra también.
En el mundo taurino nunca se juntó tanto desecho de tienta.
De lo escrito cada día saldrá un enorme libro único que, aunque tampoco lo sea, se le parece, como si el que escribe haya vuelto de Etiopía, «que es fama entre los etíopes que los monos deliberadamente no hablan para que no los obliguen a trabajar»; claro que no sabían que es mejor escribir que así parece que no hablas y además no es trabajo.
El gran libro lo escribió el señor Homero y luego los demás hemos ido copiando.
Conversaba D. Jacinto Benavente con el aldeano que le veía cavar la tierra
—¿¡Que Don Jacinto trabajando?!
—No hijo, descansando.
Cuando le veía escribir o leer.
—¿¡Que don Jacinto, descansando?!
—No hijo, trabajando.
«Después vi que es absurdo imaginar que hombres que no llegaron a la palabra lleguen a la escritura».
Todo parece ser que fue, pero que ya antes se había escrito.
Homero empezó todo y ya no hay nada más que escribir; es repetir lo mismo. El amor y el odio; el dolor, la traición, el valor y el verbo en sus terminaciones ar, er, ir. No hay más, aunque alguno nos empeñemos en repetir siempre lo mismo. Tomar el medicamento necesario en esta pandemia de inútiles que es tan contagioso.
Cervantes debió descansar mucho después de escribir, pero seguro que presumía más de haber perdido el brazo en Lepanto, si es que alguna vez hubo Lepanto, que debe ser que nos lo han contado tantas veces que ya dudas. Todo está bajo el poder de la luz, la imagen y el sonido.
De ahí que no sea difícil escribir. Dar luz, imaginar, escuchar las voces. Hoy te lo dan todo hecho y eso te causa una tristeza inmensa. Nada puedes. Hay una frase que circula en el cotidiano lenguaje (es horrorosa) y denota una incultura ofensiva: «Es lo que hay». ¿Cómo que es lo que hay? Es preferible vivir en las cuevas. ¿Lo que hay?
Nos hemos hechos inmortales: Creemos.
«Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal» (Borges. El inmortal).
En definitiva ya no hay palabras; cualquier palabra es la palabra de otro y no hay palabra que otro no tape con la suya; y así a palabrotazos vamos de paso en esta estrechez del pensamiento que uno no sabe qué hacer, si escribir o no, Si total está escrito todo y la «conclusión es inadmisible».
«Cuando se acerca el fin, escribió Cartaphilus, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos».
Después de sacar el paraguas rojo y no sé cuantas cosas más, todo fue inútil, y entonces el señor Toscano dijo en España. Hombres y paisajes: «¿Dónde está el secreto de la paz espiritual, de la ecuanimidad, de la dicha? En la conformidad, en dejar que las cosas que no podemos remediar sigan su curso lento, inexorable y eterno».
Ya no queda nada. No hay España y el paisaje es yermo. Los hombres han desaparecido. Me resisto y escribo. Otra cosa no puedo.
Todos copiamos lo que dejó escrito el señor Homero que después repetía el señor Toscano.
¿A dónde nos llevará este curso lento, inexorable y eterno?
Rafael Dávila Álvarez
Blog: generaldavila.com
27 enero 2022