Vestir el cargo, señora vicepresidenta del Gobierno, señora Calvo, es someterse a las normas que exige el respeto al cargo que ocupas, a lo que y a quienes representas; el desempeño de las labores de Estado no solo es cuestión de fondo sino también de formas. Cuando se empieza rompiendo, con provocación manifiesta, las formas, no hay fondo que soporte esos comienzos; significa, para entendernos, que entramos en materia mal, con una manifiesta mala educación, es decir: de entrada ponemos en guardia a nuestro interlocutor que traduce el mensaje de las formas sabiendo que hay poco de que hablar; todo está decidido. No hay diálogo sino imposición; que es más que oposición.
La vicepresidenta del Gobierno de España, de repente, sin que hubiese causa mayor, o menor, sin necesidad, aparente de urgente confesión, ni tampoco un fervor repentino, mística española que allí la llevase, impulso por una revelación, nada, aparentemente nada, se presentó de manera precipitada en la Santa Sede para entrevistarse con el primer ministro, Secretario de Estado Cardenal Pietro Parolin. Su Eminencia Reverendísima Pietro S.R.E. Cardenalis Parolin, vestido y revestido del cargo, preparado para la ocasión, conocedor del mundo, del demonio y la carne, de los pecados capitales, de las virtudes cardinales, prudencia, justicia, fortaleza y templanza, armado de paciencia, aprehendida en su juventud en el Tratado sobre la Paciencia de San Agustín, esperaba precavido la entrevista con la vicepresidenta.
El cardenal estaba enterado y extrañado de que el embajador de España ante el Vaticano hubiese sido despedido justo a la vez que entraba en la Santa Sede la petición de audiencia cursada por el Gobierno español. ¿La vicepresidenta va a venir sin el embajador de España?
Paciencia. Veremos. Esperemos. Escuchemos. Prudencia. Templanza.
El viaje de la vicepresidenta fue alterado por perturbaciones, inquietud desde la Moncloa. Se preparaba y se volvía a preparar y cuando estaba doblemente preparado se volvía a preparar.
No, primero lo de Franco, luego el concordato, o mejor lo de las propiedades de la Iglesia en España, o mejor una cosa con la otra, con diplomacia; pero lo uno por lo otro o no hay nada que hacer. Hay que presionar con Franco: o lo de Franco o nada más qué hablar. El resto de cosillas que tenemos con la Iglesia las despacharemos a gusto propio. Así hay que plantear la cuestión.
Reuniones, los de Moncloa con la legislación eclesiástica de mano en mano, el Concordato, abogados del Estado, catedráticos, algún teólogo ateo, muchos ateos, incluso la opinión de un monaguillo, de Moncloa claro, y algún obispo de la cuerda, infiltrado, improvisado. ¿Quién es el embajador? No ese no, que nombren a otro, si no da tiempo es igual. No necesito embajador. ¿Conductor va a necesitar señora vice o va a ir andando? ¿Se aloja en la embajada o en un hotel?
¡Ah! Por cierto. ¿Cuál es el protocolo? Que si la vestimenta, el tratamiento, el saludo, los planteamientos iniciales; señora el embajador le hará saber. Nada, nada, nada… De embajador nada, luego van y lo cuentan todo, iré vestida como a mí me parezca, tratamiento de usted a usted, saludo con un buenos días, buenos días, ¿El Papa bien? Me alegro. Mejor imponer nuestras normas, entramos pisando fuerte. Iré vestida a la última; el cardenal irá de cardenal y yo de vice del Gobierno de Pedro Sánchez. Purpurado, púrpura escarlata, yo iré más sencilla, descocada y a mi aire.
Alguien por un pasillo comenta que hay que cuidar las formas con la Iglesia, que son muy carcas, que exigen mucha normativa, que se ponen muy pesados, que sonríen, pero toman nota, que todo les parece bien y aceptan, pero luego dan tiempo al tiempo y alargan, alargan, dominan los tiempos, un protocolo que nadie rompe ni discute, que saben y quieren, que respetan y aman, dulces y fuertes, que nunca se sabe si sí o si no, que puede o quizá, nunca jamás, nunca no, tampoco sí, pero nunca si su sonrisa es; o no es. Que si sí, que si no. Que qué sé yo; pero ellos saben y manejan los espacios y los tiempos con lo que al final marcan la velocidad. Mejor ir despacio señora vicepresidenta.
Bueno, bueno, veremos, hacedme una nota, dadme los datos de ese Parolin y ya veréis como se traga lo de Franco.
Vestir el cargo siempre se llamó a la correcta ostentación en la vestimenta, civil o militar, signo de respeto y educación debida a lo que representa el cargo que ostentas y la dignidad que le debes a los que representas. Ser general o soldado, diputado, presidente de una nación o de la comunidad de vecinos, ser simplemente vecino o peatón, vicepresidenta, exige cumplir unas normas, unos protocolos: educación, urbanidad, elegancia, respeto, civismo, cortesía… hasta diplomacia.
La vicepresidenta del Gobierno del Reino de España se fue al Vaticano, a la Santa Sede, sin respetar el protocolo debido. Ni embajador, ni vestimenta, ni tratamiento, ni diálogo ni nada de nada. Imposición. Ella, solo ella, en nombre de él, el presidente. La parafernalia por ella impuesta nada que ver con los tiempos que corren ni con el lugar al que acudía. La historia tiene largo recorrido, y siglos cuesta escribirla, más asumirla y mucho más asimilarla. La Iglesia sabe de eso mucho y más. España lo fue todo en protocolo y dignidades. En la Santa Sede se quiere y respeta a España. Sus Reyes son Los Reyes Católicos; ahora también.
Paciencia, prudencia, templanza.
Llegó el final. El no esperado. La vicepresidenta se ha vuelto de la Santa Sede con las piernas cortas, con la mentira en la maleta. En cuanto la ha abierto se le ha caído toda la parafernalia que pretendía imponer a Su Eminencia Reverendísima. Nadie gana. Perdemos todos.
Ya no se dirá aquello de <<Como Cagancho en Almagro>>. Es más actual y moderno decir: <<Como la vice en el Vaticano>>. Una fea actuación que ha tenido pronta respuesta de la Santa Sede. No han dicho la simpleza de que no es no. Simplemente han aclarado que no, que ellos no se han pronunciado sobre el lugar donde debe ser enterrado Franco:
«El cardenal Pietro Parolin no se opone a la exhumación de Francisco Franco, si así lo han decidido las autoridades competentes; pero en ningún momento se pronunció sobre el lugar de la inhumación. Es cierto que la señora Carmen Calvo expresó su preocupación por la posible sepultura de los restos en la catedral de La Almudena, así como su deseo de explorar otras alternativas, también a través del diálogo con la familia. Al Cardenal Secretario de Estado le pareció oportuna esta solución». Todo un tratado de diplomacia para decir lo que dice que no deja de ser lo contrario de lo que la vice dice.
Al llegar la señora Calvo a la Moncloa de la maleta, además de la prepotencia, se le ha caído un libro: Tratado sobre la Paciencia; de San Agustín. Regalo de Su Eminencia.
Con la Iglesia hemos topado.
Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)
Blog: generaldavila.com