Este verano hubo ultimátum: «O vuelve Puigdemont a España o se acaba nuestro apoyo», comunicaba Junts a Pedro Sánchez. Reunión de urgencia en La Mareta, Illa por lo catalán, Zapatero por aquello de los apoyos «exteriores» y Marlaska por si se les iba de las manos.
Hubo más visitas atlánticas, pero ya las conoceremos. Un lugar oficial de un presidente del Gobierno, aunque sea de veraneo, debe tener un registro de visitas indestructible y de acceso al menos por la Comisión de Secretos del Parlamento. La privacidad solo en un bis a bis o en la taberna de la esquina.
El problema se agrava porque ni la amnistía ni el dinero pueden con el verdadero objetivo: que Puigdemont vuelva a España sin ser detenido y puesto a disposición judicial.
El plazo ha caducado y ya no hay trato. Veremos si hay truco.
Carles Puigdemont sabe que la debilidad es el momento mejor para el ataque. Esperan hasta el turrón. Luego vendrá el año definitivo.
El independentismo busca un símbolo. Ha perdido la batalla y necesita recuperar terreno. Debe izar una bandera, cantar un himno y lanzar la voz de ataque para la victoria, alguien que encabece el asalto final: un símbolo encarnado. Bandera, himno y rey (del condado): Puigdemont.
Carles no significa gran cosa, es un pelele necesario para no dispersar el conjunto y fabricar a su alrededor una imagen que aglutine la lucha contra España. De ahí su importancia. El símbolo es más fuerte que el poder, es el verdadero poder sobre cuerpo y alma. Es la única realidad integradora. De ahí su urgencia y permanente referencia. Los de Junts creen representar a la sociedad catalana. Muy democrático y común en nuestra querida España, te dan unos votos y ya crees ser.
La cataluña independentista tiene dinero, pero no tiene símbolo y desesperan porque saben que sin rey, conde al menos, no alcanzan. La lengua no es suficiente, se queda corta, notan que disminuye su influencia, hasta en la poesía, no hay manera de llevarla más allá cuando lentamente desaparece. Es ley y vida, más allá de la voluntad. El Toisón no ha sentado bien.
Anunciaban a Sánchez Albornoz la llegada de Don Juan Carlos a Argentina y el viejo republicano, que allí residía, contestaba: «Es España, España que viene a la Argentina».
Carles no es Cataluña. Ni parecido. Roca con Toisón efímero.
Carles Puigdemont es nadie. Nadie ataca con engaño, no con fuerza.
Odiseo se escapa de Polifemo gracias a, por un momento, esconderse bajo la nada. No puede haber integridad nacional cuando no hay nación. ¿Buscan un símbolo de unidad? ¿o de ruptura? Para alguno avanzar en convivencia es aceptar una ruptura, lograrla, aunque sea a base de romper la convivencia, violentamente si necesario fuere.
El llamado pluralismo político se transforma en enfrentamiento político muy alejado de la pacífica práctica política. Enfrentamiento disgregador. Del enfrentamiento político se ha llegado al social, que es más peligroso. Estamos en la fase final y por ello buscan el símbolo. Quizá no vuelva otra oportunidad de romper con España y convertirse en esa cosa independiente. Bandera himno y rey. El símbolo que represente en este caso la radicalidad, exabruptos, descalificación, intransigencia y fundamentalismo. Quien sabe si algo más.
Carles Puigdemnoit i Casamajó no pasará a la literatura porque representa, o pretende hacerlo, una figura muy manoseada como todo lo que tiene gran significado en la vida. Pretende ser un símbolo, pero detrás no hay nada, todo es España.
Pretenden construir un símbolo para la independencia, para la Cataluña rancia del poder económico, un rey catalán que sea bandera, himno e historia que represente aquello de lo que carece. No es deseo nuevo, que ya encumbraron la bandera de los Pujol, o alguna Roca que jugaba a la tibieza con media sonrisa muy peligrosa mientras otros se introducían por la puerta trasera del palacio principal de Troya para dejar allí su caballo.
El independentismo quiere bandera y no la encuentra. El símbolo que aúne y reúnan voluntades no existe.
Carles Puigdemont i Casamajó es un último intento con el que la rancia clase poderosa y rica, los intransigentes que siguen en Ítaca, quieren llevarse la convivencia.
Sánchez lo tiene mal porque ha querido vender lo que no es suyo y España es una roca muy dura para que cualquier traidor quiera engañarla.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
Blog: generaldavila.com
29 octubre 2025






















